25.7.06

¿Seguimos emborrachando bombachas?

Aquí va lo escrito hasta ahora, incluido un último párrafo recién salido de mi horno vacacionero. Saqué un par de cositas que no tenían sentido en el conjunto. A ver qué pasa con esto...

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La bombacha era blanca cuando Paula decidió vestirse muy lentamente y sin prisas. Lo único que deseaba aquella mañana era mimar su cuerpo y sentirse bien consigo misma. Eligió una de algodón , pequeña pero deportiva , de esas que pueden usarse durante el día sin temor al después. Se sentía viva, pero ante todo se sentía sensual, muy sensual. Desde aquel día en que se cruzó con él mientras corrían por el parque. Desde que él la recorrió con la mirada en un instante y se sonrieron por primera vez. "Me gustas incluso vestida para hacer deporte"- le diría con el tiempo.

Le gustaba correr. Había descubirto que el calor aeróbico se le pegaba en cada hueco del cuerpo y le despertaba un ritmo palpitante entre las piernas. Sudaba. Sus músculos tensados, y a la vez tan sueltos, la transportaban al sitio donde imaginaba estar, en movimiento, jadeante, sin aliento. Su mente volaba tan rápido como sus piernas. El le había sonreído...sólo una sonrisa.

Sonrió ella al recordarlo. Mientras elegía la ropa del día, se dedicó a recordar como había sido todo. En realidad, siempre le gustó la caminata al aire libre; había empezado a trotar en forma casual. Como pidiendo permiso. Cuando empezó a ir al parque se sentía distinta.
La suba de adrenalina la ubicaba en espacios que jamás había visitado. Primero, el ahogo y la falta de ventilación y luego, el cruce de la barrera de oxígeno que renovaba los pulmones. En ese sitio se sentía cómoda; podía seguir y seguir por horas. Era una especie de vicio, una sensación inédita.

Terminó de vestirse y puso un poco de agua a calentar. Mientras se decidía por un té o un café comenzó a preparar la carpeta con los parciales corregidos antes de salir para la facultad. Hace tres días que no lo veo- pensó. Extraño sus manos y su voz. Odio que tenga que viajar.

La pava empezó a silbar

Sus viajes siempre son una sorpresa, nunca estoy preparada para aceptarlos. ¿Qué hará, cuando termina las reuniones, antes de volver al hotel? ¿Siempre regresa solo? Enseguida apartaba este tipo de pensamientos de su mente porque estaba segura: él la amaba a ella por encima de todo. Con gesto cansado se sirvió el té, sopló- estaba demasiado caliente- y se vio reflejada en la puerta del microondas.


Quedó contemplando su rostro, que ya comenzaba a diferenciarse de aquél que había conocido a Miguel diecisiete años atrás. Los bailes del club. Su tímido maquillaje. Los tacos sin plataforma.

Sus pensamientos se interrumpieron con el lejano ring del celular. ¿Dónde lo había dejado? ¿Seguía enchufado o ya lo había guardado en la cartera?

Lo encontró junto a los exámenes. La pantalla anunciaba la llamada de Miguel.

—¿Hola? ¿Miguel? ¿Amor?
— ---------
— ¿Miguel? Hola, ¿me escuchás, Miguel?

La voz de Miguel se oia en el eco de la distancia. Como si estuviera hablando con alguien. Seguramente lo habían interrumpido en medio de la llamada a Paula y no había querido colgar. Era una forma de pedirle que lo esperara en línea.

Paula esperó, y siguió escuchando. Poco tardó en descubrir que la llamada no había sido una bella intención, sino el fatal descuido de quien está totalmente enredado en otra cosa.

Enriedo de piernas, suzurros y temperatura corporal.

12 comentarios:

Anónimo dijo...

Bueno gente, es la segunda vez q escribo este cachito, pq antes creía haberlo enviado y parece habérselo tragado la tierra. ¡Qué misterio!
Decía q finalmente m he lanzado, pero si no os gusta lo q he escrito lo canviáis o elimináis sin problema y aquí paz y mañana gloria. Si esta vez no llega, m rindo.


Se quedó helada. Esto no podía estar pasándole a ella. "No puede ser... No puede ser... Miguel no..." Se repetía una y otra vez mientras una curiosidad enfermiza le hacía agudizar el oído para intentar recomponer lo que estaba sucediendo al otro lado de la línea. Jadeos, susurros, risitas y complicidad, mucha complicidad... De pronto, miró de nuevo la pantalla del móvil, esperando encontrar ahí algo que la reconfortara. Un error, eso era, tenía que tratarse de un error del que después se reirían juntos a carcajada limpia. Pero no, en la pantalla se leía "Micks", que era como ella le llamaba cariñosamente. Quiso colgar para acabar con aquella pesadilla, pero nuevamente esa curiosidad, ahora ya casi morbosa, le impidió hacerlo. Con reluctancia, siguió pegada al teléfono, sin apenas respirar, mientras el té se enfriaba por momentos.

Anónimo dijo...

Fe de erratas

Disculpad si he herido vuestra sensibilidad, pero es q s m han cruzado los cables entre el catalán y el castellano. Donde pone "canviáis" por supuesto debe poner "cambiáis". Es q en catalán el verbo es "canviar", glubs!

Dios mío, es espantoso!!! Demasiados idiomas... :-)

El Canilla dijo...

Hijo de puta, agarró el whisky, hijo de puta,buscó un vaso que no encontró, desde hace cuanto,tomó un trago de la botella ,no puede ser, encontro un vaso y se sirvió, recontra hijo de puta , lamió las gotas que quedaron en el pico de la botella,se sentó en el piso.
Mientras el té se enfriaba definitivamente, se sirvió otro vaso de whisky.
Lentamente fué tomando conciencia y fué terminando la botella delwhyskypreferidodeesehijodeputa.

Anónimo dijo...

Gracias liter, por el cable; m haces sentir mucho mejor.

Bueno, no es grave, ¿no? Total por "canviar" dos letricas d nada... (Uffff, sólo mirarlo m duelen los ojos...) :-)

Venga peña, ¡ánimo con la historia!

Petonets,

PE dijo...

Interesantisimo,hay momentos en los que va adquiriendo un toque eortico,o yo sere muy precoz? jejjee.
Creo q fui el mas sintetico(perdon)
Besos!

PE

Ana dijo...

Me encanta como les esta saliendo esto de creación colectiva. Me paso esperando el siguiente aporte, esta buenísimo!

Chiara Boston dijo...

Paula por fin despierta y atiende el teléfono.

- Paula, amor, qué te sucede? Te llamé mil durante la tarde. Ni el contestador me responde. En tu trabajo me dijeron que habías faltado sin aviso. ¿Te pasó algo?

- No
- Y entonces, por qué no contestabas? Yo te extraño, mi lunita linda.

Paula no hablaba. Tampoco lograba detener la imagen difusa de los arabescos de la cortina, que parecían seguir danzando ante sus ojos. Una pesadilla?

- Lunita, que te pasa, Lunita mía?
- No se.
- Bueno, a ponerse bien que el maridito llega en tan sólo dos días, eh?
- Sí...

Paula dejó caer el teléfono sobre la alfombra y tiró la cabeza hacia atrás. No podía hilvanar pensamientos. Pensó en llamar a su amiga Marisa, pero descartó la idea. Marisa andaba demasiado distraída con sus embates judiciales contra su marido como para prestarle atención. Y seguramente hasta se alegraría con la noticia. A la gente no hay que contarle miserias porque se solazan en tu mala suerte. Sólo cuando las cosas van bien...

Y esto...esto no iba bien. O sí?

Anónimo dijo...

Bueno, igual es demasiado larguito, ¿no? No sé cómo son las normas d esto. Es q estoy d vacaciones, tenía un ratito y m he motivado...

He pensado en un final muy chulo, pero a ver por dónde lo lleváis vosotros.


Intentó desconectar, hacer planes, pensar en otras cosas. “No puede haber sucedido… Es imposible…” Se repetía machaconamente una y otra vez. Decidió irse de compras para distraerse. Tomó un taxi y se plantó en el centro. Compró y comprò compulsivamente, sin ton ni son. Tres horas después, regresó a casa agotada, con una sensación de vacío enorme y dos vestidos, tres bolsos y cuatro pares de zapatos que no necesitaba. Las sandalias de tacón que había comprado en Ferragamo ni siquiera le gustaban.

Dejó las bolsas y paquetes esparcidos por el suelo de cualquier manera, se sirvió un whisky largo y se tumbó en el sofá. Tras un segundo whisky, quedó medio adormecida. Al poco, el sonido del celular la sobresaltó. La pantalla anunciaba a Miguel. Dudó en cogerlo pero en el fondo era débil, le apetecía oír su voz. Lo cogió.

-Sí

-....

-Miguel?

-Mmmmm…

De nuevo se oían suspiros de fondo y una voz femenina. No podía creerlo. ¿Qué era todo aquello? ¿Miguel la intentaba torturar? ¿Era una manera de deshacerse de ella?
Siguió escuchando, medio avergonzada por el hecho de estar inmiscuyéndose en una intimidad que no le pertenecía, aunque intentando a la vez autoconvencerse de que estaba en pleno derecho de saber qué se estaba cociendo realmente al otro lado. Ahora la voz femenina se hacía más nítida; le era familiar pero no la acababa de ubicar exactamente. “Michael, querido Michael…” Le entró una arcada que le dejó un sabor amargo en la boca. “…desde ese día en que cruzamos por primera vez nuestras miradas, ¿recuerdas, cielo? Fue en la sala de juntas, en ese preciso instante supe que de un modo u otro acabarías siendo mío…” La voz era aterciopelada y cálida; el acento suave y meloso. Sudamericano, seguro; quizás argentino, no, más bien mejicano. Bueno, qué importaba eso... Tuvo vergüenza ajena, todo aquello le sonaba tan cursi…como sacado de un culebrón venezolano. No le cuadraba en absoluto con el estilo de Miguel, ese Miguel que ella conocía bien, ese Miguel que ella creía suyo. Sí, suyo; odiaba utilizar el posesivo e intentaba evitarlo a toda costa porque no iba con una mujer liberal e independiente, aunque secretamente ella le consideraba suyo y de nadie más.
La conversación derivó prácticamente en un monólogo. La mujer seguía hablando con ese tono exageradamente sensual, casi como de línea erótica, mientras el hombre se limitaba a responder con algún monosílabo de vez en cuando. Paula no pudo más, lanzó el móvil violentamente contra el suelo y rompió en un llanto amargo y desgarrado que casi la ahogaba.
Necesitaba otro trago. A duras penas se puso en pie, tropezó con la mesita y derramó el poco whisky que quedaba en el vaso. Tambaleándose, se dirigió al mueble bar para hacerse con la botella de Glenfiddich, la Rare Collection 40 year old, esa que le habían regalado a Miguel con motivo de su ascenso, esa por la que el sentía auténtica veneración. “Muy bien, cabrón de mierda, te vas a joder…Tú te estás tirando a esa pedorra… pues yo me voy a trincar tu whisky… ¡Que te jodan, hijo de la gran puta!”

(To be continued)

Montse dijo...

oiccccccchsssssssssss! Quiero saber el final, quiero saber el final!!! (ya sabía yo que las sospechas de Paula no eran infundadas)

ah! pero ¿Y Miguel?

Desde el otro lado de la línea, Miguel no acababa de entender los despropósitos de su esposa. No estaba acostumbrado a tanta frialdad, a dos días de su llegada. Lo normal era que le dijera cuánto lo amaba, lo mal que lo estaba pasando en su ausencia y lo mucho que le extrañaba, las ganas locas de que volviera, aquella ceremonia tan suya. Llegar, dejar la maleta en el descansillo, ella lo esperaría desnuda, impaciente, un vaso con su whisky preferido en la mano - el reposo del guerrero- como siempre... una sesión de buen sexo, el sexo con Paula era quizá lo mejor de su matrimonio, pero, ¿por qué, esta vez, se mostraba su mujer tan extraña? ¿Le andaría engañando con alguien? Él se dejaría cortar una mano por ella. Definitivamente, no. Deseoso de aclarar tanto misterio, se volvió hacia el espejo y acabó de anudarse la corbata. Salió para la reunión del Consejo de Administración. Hoy no iba a estar a la altura, no podía concentrarse.
-¡Qué te pasa, querido?- Julia le esperaba, carpeta en mano, le tomó del brazo y más que acompañarle le guiaba
- No me concentro, Julia, lo siento
- Es importante que lo hagas, mi amor! Este negocio interesa tanto a la compañía que no puedes permitirte ni cinco minutos de despiste. Ok?

Miguel siguió a Julia como un cordero, la cabeza perdida entre vapores que nada tenían que ver con la inmediata reunión.

To be continued...

Chiara Boston dijo...

Paula se metió en la ducha y dejó que el agua se deslizara sin prisa por su cabello. ¡Si tan sólo pudiera llorar! Si pudiera vencer el mandato de infancia de que sólo se llora ante la muerte, ante lo irremediable. ¿Pero acaso no era esto algo parecido a la muerte? Algo estaba muriendo y ella lo sabía. Lo sabía desde hacía tiempo, sin siquiera vislumbrarlo. Lo presentía.

Horrorizada ante sus pensamientos, se puso la bata de toalla y caminó hacia el cuarto. Las zapatillas bajo la cama le dieron una idea: iría a correr; a cambiar de aire antes de que llegara Miguel y la viera hecha un harapo.

Esa tarde había llovido (Paula ni lo notó) y la humedad se empeñaba en sofocar el ambiente. El parque estaba casi desierto. Un par de madres con sus carritos, algún niño en bicicleta y dos o tres asiduos del jogging del anochecer.

Paula emprendió la marcha. Cinco, siete, diez, quince minutos. Le faltaba el oxígeno y tenía ganas de abandonar, pero no lo hizo porque sabía que pronto se le renovaría el viento interno. El viento interno, que chocaría con el viento externo y, sin previo aviso, daría lugar al diluvio de su alma. Las lágrimas le brotaban desautorizadas y traían la imagen de un Miguel besado por otra mujer. Una mujer que lo amaba, o al menos lo deseaba y le daba sexo. Miguel, el buen Miguel, el fiel Miguel, el sumiso de Miguel, el boludo de Miguel.

Si lo tuviera enfrente, le daría una bofetada y le apretaría los huevos. Y luego lo besaría sin tregua. ¿Por qué, Miguel? Perdón, Miguel. Andate a la mierda, Miguel.

—Hola, ¿estás bien? Paula, ¿por qué llorás?

La voz la arrancó de su sopor.

Anónimo dijo...

Paula levantó la cabeza y vio a Carlos, el chico de la librería de la esquina, ¿o se llamaba Javier?

-Sí...sí... es sólo esta maldita alergia que me está matando...Estoy bien, gracias Carlos – se arriesgó con el nombre aun no estando segura. Le encantaban estos jueguecillos, si no había acertado ya se quejaría, además ahora eso le importaba un comino- De verdad, sigue tu circuito, estoy bien, en serio- intentó disimular sin demasiado éxito mientras unas lágrimas traicioneras se empeñaban en contradecir sus palabras.

-Pues no lo parece, chica… ¿Seguro que estás bien? – insistió él con gesto de sincera preocupación.

- Bueno, bien bien, lo que se dice bien tampoco sería… - aun entre lágrimas esbozó una leve sonrisa- Pero vete tranquilo, en serio… ya pasó… Vete Carlos… por favor…- acertó a decir sin conseguir detener el llanto.

-Pero Paula, no puedo dejarte así, mujer.

- No, de verdad, Carlos, no me hagas caso, tuve un mal día, eso es todo.

No le gustaba compartir sus miserias, pero en esos momentos se sentía tan poca cosa y tan débil que acabó derrumbándose; nunca había sabido mentir. Ahora los sollozos eran ya desgarrados.

-Ven, Paula, sentémonos en ese banco. No tienes que contarme nada si no te apetece, simplemente respiras un poco, te calmas y luego te acompaño a casa. ¿De acuerdo, pequeña?

Paula se dejó llevar. Él la cogió por el hombro con mucho tacto y se dirigieron al banco más cercano.

-Esto… una cosa... no me llamo Carlos, mi nombre es Javier.

-Vaya, lo sabía- había fallado; se sentía ridícula.

-Pues no me ha dado esa impresión…

Consiguió de nuevo arrancarle una sonrisa.

Anónimo dijo...

Estuvieron ahí sentados un buen rato hasta que Paula se calmó. Una vez roto el hielo, charlaron de mil cosas: de las novedades literarias, de los últimos estrenos de cine, de tonterías. Cuando empezaba a anochecer, Javier la acompañó hasta el portal de su casa, donde se despidieron con un beso algo más cálido de lo que Paula hubiera deseado, pero menos de lo que a Javier le hubiera apetecido.
Paula se sentía extraña, por un lado, algo aliviada, había conseguido desconectar, aunque fuera momentáneamente, de sus preocupaciones, por otro, inquieta, había estado muy a gusto con Javier, se había sentido realmente cómoda con él. Era un chico encantador; le había recordado enormemente los inicios de su relación con Miguel, años atrás, también en el parque. Una sensación agridulce la invadió, aunque pronto se hizo más agria que dulce. Se sentía triste, muy triste. Se sentía más triste que nunca. El hecho de pensar que podía perder a Miguel la desesperaba. Ella no era nada sin él. Él lo era todo para ella.
Decidió serenarse y abordar la situación fríamente y con espíritu positivo, eso era lo que le había enseñado Miguel. “Todo tiene solución menos la muerte” solía decir a menudo.
En un arrebato, agarró el celular y marcó el número que había marcado tantas otras veces, aunque nunca con el corazón tan encogido. Extrañamente, Miguel no cogía el teléfono; quizás estaba reunido. Se preparó para dejarle un mensaje: respiró profundamente, intentó sonreír y relajarse para que su voz fluyera casual, pero de pronto, la sorprendió una voz femenina al otro lado: “En este momento… (vacilación) Michael se encuentra ocupado, muuuuuy ocupado (risitas ahogadas) Deje su mensaje y le atenderá tan pronto como haya terminado lo que tiene entre manos….PIIIIIIIIP!!! (más risas, pero ahora ya desenfrenadas, forcejeos juguetones, aleteo salvaje de sábanas…)” Paula hubiera querido gritar, insultar a esa zorra como se merecía, pero ni un hilo de voz salía de su garganta. Colgó. Se sentía humillada, derrotada…
Esto era el final, ahora ya no había marcha atrás. Su mundo se desmoronaba y con él, pasado y presente, recuerdos, anhelos e ilusiones. Habría puesto la mano en el fuego por Miguel y ahora todo se iba al carajo. No quería pensar, tan sólo aliviar el dolor, el inmenso dolor que se hacía insoportable. Miguel la había sacado del alcohol y Miguel la abocaba de nuevo a él. Le importaba todo un comino, bebió casi hasta perder la consciencia.
Al cabo de unas horas el sonido del celular la devolvió a una realidad que la abofeteó nuevamente. La machacona musiquita sonó una y otra vez. No podía más; decidió acabar con todo. Se sentía vacía, ya nada tenía sentido para ella. Como un autómata, se dirigió al baño y se hizo con el tubo de tranquilizantes. No quería pensar, se tomó el tubo entero. A duras penas se arrastró hasta el sofá. Pensó en dejar una nota culpabilizando a Miguel “que cargue con esto el pedazo de cabrón”, pero ya no se vio con fuerzas para nada. Las pastillas iban haciendo su efecto, la mezcla del alcohol con los barbitúricos acabaría siendo letal. Se sentía pesada, en unas horas todo habría terminado De nuevo sonó el teléfono, esta vez el fijo. Tras varios rings saltó el contestador. Unos últimos segundos de consciencia le permitieron escuchar el mensaje que se estaba grabando: “Cariño, me tienes loco loquito… No te localizo en el celular, tampoco estás en casa… ¿Dónde estás mi vida? Ya sabes que no puedo vivir sin ti, lunita, mi lunita linda... Da señales de vida, preciosa… Ah, una cosa, no llames a mi celular, llama a este número, te quedará grabado. No vas a creer lo que ha pasado: accidentalmente intercambiamos los Nokias con Miguel, ese capullo del departamento Marketing, sí, el chulo-piscinas que se hace llamar Michael, ¿sabes? El tío tiene el mismo modelo que yo y, bueno, ya te contaré... Ah, qué fuerte, te tengo que explicar muchas cosas…, el mamón ha dejado a su novia de toda la vida y se ha liado con Lupita, la becaria mejicana, esa que va meneando el culo por todos los departamentos. Menudo zorrón…! Están todo el día como dos tórtolos y apenas salen de la habitación, por eso me es imposible recuperar el puñetero celular. Mañana te cuento todo, nos vamos a reír un montón…¡Ay, lunita, me muero por verte! Cariño te dejo, tengo que embarcar… Espera… ¿escuchas la canción que está sonando? Es tu bolero…Espérame en el cielo corazoooón, si es que te vas primero espérameeee… Ja ja ja, ¡qué mal canto! ¡Te quiero, bonita!”
No podía Miguel en esos momentos imaginar lo trágicamente premonitorio que resultaría ser su torpe canturreo. Al día siguiente encontró el cadáver de su esposa en el sofá, con el semblante desencajado por una mueca casi grotesca que no conseguiría borrar de su mente durante el resto de su vida.