6.3.12

¡EMANCIPEN!

—¿Qué va a pasar con nuestra amistad, ahora que nuestros países no se hablan? me preguntó Roger British la semana pasada.
Pues dejaremos de hablarnosrespondí, por seguirle la chacota.
Esas islas, las Faukland, son nuestras. A ver si te das cuenta.
No, my darling. Esas islas, las Malvinas, están unidas a mi país como un niño a su madre por el cordón umbilical.
—O sea, Argentina sería la madre biológica.
Eso es—le dije. Y adivinando por dónde venían los tantos, agregué: —Sí, ya sé. De las que aparecen en el orfanato una vez al año para firmar el formulario de patria potestad.
—Y así evitar que las explote su madre adoptiva—continuó diciendo mi amigo entre risas.

De común acuerdo, decidimos que las islas ya son lo suficientemente mayores como para vivir sin padres.  

14.11.11

¿Cómo quitar el polvo?

Hablo del polvo de mi infidelidad. Los años en que me alejé de mi mullido mundo virtual para revolcarme en las durezas y las blanduras del mundo real. 

Es otoño, y los días en Boston son muy cortos. 

Quiero volver.  


5.6.08

PASE Y ELIJA


Jack vive en una sociedad donde está mal visto llegar tarde, está mal visto copiarse del compañero, está mal visto dejar crecer el pasto porque afea el vecindario, está mal visto excederse con la velocidad, está mal visto no agradecer el regalo de cumpleaños con una nota postal, está mal visto no haber terminado las compras navideñas el 15 de diciembre, está mal visto no respetar las reglas de tránsito, está mal visto chocar un auto estacionado y no bajarse a dar la cara, está mal visto tirar los papeles en el piso, está mal visto no planificar los eventos con suma antelación, está mal visto quedarse sentado charlando cuando el anfitrión comienza la labor de limpieza, está mal visto no regalar tarjetitas y golosinas el día de san Valentín, está mal visto no seguir una rutina infantil a rajatabla, y está muy mal dar Coca Cola a los bebés; está mal visto hablar de sueldo, de política, de religión y mucho peor, de sexo; está mal visto decir demasiadas cosas negativas sin un bocado dulce que dé tregua. Está mal visto charlar en el trabajo y reírse demasiado alto.
Signo de civilidad y obediencia.

Javier vive en una sociedad donde está mal visto ser el primero que llega a un sitio, está mal visto ser el boludo que no va a una fiesta por estudiar, está mal visto no sumarse al asado familiar del domingo por tener que cortar el pasto, está mal visto interrumpir a la persona que nos cuenta algo para levantarse a ayudar con los platos, está mal visto ser un programado planificado y manejar a 100 km por hora, está mal visto ser un soplón y dejar de asistir a un evento social por seguir la rutina infantil. No está mal visto evitar la Coca Cola en los pequeños, pero tampoco pasa nada si la toman en el biberón. Tampoco está mal visto que el taxista o el panadero cuente abiertamente lo que gana, lo que piensa del presidente, cómo se caga en dios y cuántas veces por semana se encama con su mujer. No está mal visto despellejar a alguien con comentarios negativos; ni tampoco está mal ser negativo. Al contrario, es mejor.
Signo de pensamiento propio y saber vivir.

26.5.08

LA ÚLTIMA PIEZA



Su última noche de amor.
Ella lo ve como la primera, cuando él se le acercó en el club y le pidió una pieza de baile.
Ella miró a su madre, que cabeceaba en la silla, y le dijo que sí.
Sí porque le gustó, sí porque sus ojos eran celestes y buenos, sí porque era mayor que ella, fuerte, apuesto y lleno de hombría.
Sí, padre, le dijo al sacerdote.
Sí, le dijo a los contratiempos y los problemas familiares.
Sí a la mala salud de él, a su genio impredecible, a sus arranques y silencios.
Sí a sus pies calentitos noche a noche, a los viajes por el mundo, al velero compartido, a la casa de la playa, al golf, las fiestas, el mar, las deudas, la quiebra, los hijos, los nietos.
Sí al amor y la fidelidad que él le juraba.
Sí a las bodas de oro y a no ir a la peluquería por no dejarlo solo.
Sí a sus caricias, a su veneración, a la vejez que los sentaba frente al televisor porque él ya no podía ir al cine.
Sí a los dolores de espalda por ayudarlo a caminar.
Sí a todo lo que fuera estar con él.

Tampoco esta noche lo dejará solo, aunque no le den los huesos y todos se retiren a dormir.
Se instala a su lado y lo admira sin pausa.
Si pudiera, se acostaría con él.
Cuánto te ha amado, repite bajito, mientras acaricia su piel helada y le besa los labios que la funeraria ha sellado para siempre, por cuestión de dignidad.

(Que descanses, tío querido)

14.5.08

DE MERCADO

¿A quién se le ocurre venir al supermercado a las 7 de la tarde con una niñita de 5 años que está cansada y quiere llevarse todo lo que ve? Es un gentío y las filas, interminables.
Avancemos por aquí, vamos mi amor.
Tengo el carro repleto. Compré más de lo que pensaba. El queso crema corona el desorganizadísimo contenido de la compra, y amenaza con caerse en cualquier momento. ¿Será que algún día aprenderé a ordenar adecuadamente los productos: los más grandes y pesados abajo, los más pequeños arriba y entre los huecos?
Hija, ¿me traerías, por favor, otro carrito que éste está demasiado cargado y se nos va a caer todo?
Pobrecilla. La veo abrirse paso entre la gente, tomar un carro, empujarlo con toda su fuerza y en el camino llevarse por delante 20 estantes. Las ruedas están giradas hacia la derecha y el carro sólo avanza de costado. Imposible maniobrar.
No importa, mi amor. Te agradezco mucho. No necesitamos otro carro.
Mi carro también funciona mal porque tiene las ruedas torcidas. Todos son así. Según un alemán vendedor de ruedas para carros, que un día conocí en un avión, los supermercados argentinos compran rueditas de Taiwán para ahorrar dinero. ¡Y vaya que se nota!
Voy a ponerme en aquella fila, la que tiene Pago Fácil, porque quiero aprovechar para pagar la cuenta de teléfono.
A ver, mi amor, ayudá a mamita a llevar el carro, que rueda de costado, pero tené cuidado de no golpear ningún producto. Muy bien, eso es, empujá un poquito más. Otro poquito… No, hija, ya te dije que no voy a comprarte caramelos. No, y basta. No, tampoco el conejito de chocolate. No, no compro nada. Hija, no sueltes el carro que se va de costado… HIJAAAA!!!
El carro se engancha con un estante, que se sale de sitio y deja deslizar las cuarenta cajitas de pañuelitos Kleenex. Todas las filas me miran, qué horror.
Por suerte, los empleados son amorosos y me ayudan a recoger los pañuelitos y a seguir empujando el carro hacia la caja de Pago Fácil.
No y no, ya te he dicho que no vamos a comprar caramelos ni chocolates. ¡La próxima vez te dejo en casa! Coloquémonos aquí, detrás de estos muchachos tan amables.

Amables y muy bien parecidos, diría yo. Ejecutivos recién salidos de la oficina, pinta de yuppies, pelito un poco largo, corbata floja y obvios planes de pasar una noche de hombres solos. Jamón, quesito, papitas fritas, bastante alcohol y esa complicidad masculina que se transmite sin esfuerzo.
¿Qué te pasa, hija? ¿De repente te agarró la timidez? Vamos, respondele al muchacho. Quiere saber cómo te llamás.
Sí, es un nombre italiano. ¿Te gusta? ¡Gracias! Sí, los chicos son terribles. Piden todo.
Parece que tienen ganas de charlar. Me hablan de los caramelos, de los chocolates, del supermercado, de los ojos de mi hija, de los precios. Todo en plan de juerga y noche de hombres. Todo les parece divertido.
Yo les respondo cada vez más distendidamente porque, bueno, estos hombres no me dejan en paz. A pesar de todo, de mis pelos desarreglados, de mi hija caprichosa y del carrito que se desliza hacia el costado, se ve que no he perdido mis encantos. El más joven es el que más me habla. Tiene unos ojos muy bonitos, y el pelito largo no le queda mal. En un momento menciona a su hijito de 10 años. O sea que no es tan jovencito como yo pensaba. Al menos es padre. No puede tener veinte años, digo yo. ¿Será, entonces, que un tipo joven puede fijarse en mí? Pero qué digo, yo soy una mujer fiel. Ni deberían cruzárseme estos pensamientos. ¡Con lo mucho que quiero al santo de mi marido! ¡Yo, jamás! Aunque, en rigor de verdad, a quién no le encantaría la atención de un muchacho como éste. Te confirma que aún sos una mujer joven, deseable, de mercado...
¡Qué pena! Les ha tocado el turno de pagar. Me muero y recontra muero si este tipo me dice algo. Que no me pida el teléfono ni el mail ni el chat ni esas cosas, porque me incendio de vergüenza y no voy a saber manejarlo. Mucho menos frente a mi hija. Uff… qué aprieto. Mejor miro hacia otro lado y me hago la distraída.
Ya se van.
El mayor se da vuelta y me saluda.
—¡Adiós! ¡Que estés bien!
Para no ser menos, el joven también se da vuelta y me mira.
—¡Adiós, señora! ¡Cómprele un caramelito a la nena, no sea mala!

Definitivamente, soy una señora…¡DE MERCADO!

10.4.08

Abejas


— Ya sabes que la traducción no es algo redituable. Horas y horas, palabrita por palabrita; son las tres de la mañana y yo aquí, con los ojos cruzados frente a la pantalla para ganar miserias. Esto no es negocio… La idea sería conseguir más clientes en el exterior, a tarifas de primer mundo, y armar un plantel de traductores locales que trasnocharan por mí a tarifas de tercer mundo. ¡Ahí sí que haría una buena diferencia, sólo por pasar el documento de una mano a otra! Obviamente, yo siempre estaría dispuesta a responder preguntas y disipar dudas, pero mi función principal sería organizar, coordinar, dirigir y disfrutar de la vida. Ya bastante he pagado mi derecho de piso y me merezco un ascenso profesional. ¡Yo, empresaria! ¡Yo, directora! ¡Yo, abeja reina que administra y da vida al panal!
Es más, los traductores estarían tan agradecidos de recibir trabajo y buena paga, que me dedicarían sus días y sus noches pues, para aumentar las ventas, yo ofrecería al cliente disponibilidad total las 24 horas, incluso feriados, fines de semana y épocas de vacaciones.
Lo importante es saber organizar y coordinar las entregas. He ahí la clave: una buena gestión.
— ¿Y esto para qué? — me pregunta el otro lado de mi yo.
—¿Cómo para qué? Para ganar dinero, qué pregunta. ¿No te parece maravillosa la idea de generar mucho movimiento, mucho dinamismo, grandes volúmenes yendo y viniendo? Imaginate mi nombre y mi sello profesional multiplicados en infinitos documentos, hasta convertirme en una verdadera marca registrada. Un emporio. Una máquina de hacer dinero.
— Es interesante. Pero ¿qué harías con tus gustos, que son tan marcados y hasta obsesivos, diría yo?
—¿A qué gusto te refieres, mi queridísima otro yo?
— Pues a tu gusto por embadurnarte sin pereza en la pasta de los textos y pasarte horas y horas revolviendo, libando y suavizando, hasta lograr el punto y la consistencia que sólo vos crees reconocer.
—Ay, ¡qué poética que estás, mujer!
—No, no. No es poesía, sino realidad. ¿Acaso te olvidas del placer casi enfermizo que te provoca tocar las letras, hacer girar las hojas del diccionario, sopesar alternativas, borrar, probar, probar y borrar hasta dar con ese verbo justo que intuyen tus neuronas? A vos te gustan demasiado las palabras como para cambiarlas por dinero. Lo que otros encuentran tedioso y aburrido hasta las lágrimas, a vos te resulta un deleite. Cada palabra es un gozo, cada oración un desafío. Cada texto, un laberinto por desandar. Poco te importan las horas solitarias que te lleve hilar dos frases si con ello dejas satisfecha tu obcecación por el ritmo, la sintaxis y la perfecta puntuación.
—Quizás tengas razón, pero bien podría quedarme con un texto, el que más me guste, y dejar que otros se encarguen de los demás.
—¿Y cómo te asegurarías de que los trabajos esté bien hechos?
—Garantizar la calidad no es difícil, no. Basta con elaborar un glosario general que aúne criterios y terminología. También se podría redactar un documento guía con pautas técnicas y éticas para enseñar a hacer lo que yo hago. Con eso, el producto sería idéntico, o casi idéntico, al que yo generaría.
—¿Estás segura? ¿Resumirías 20 años de experiencia en un documento guía: la gran receta de tu miel?
—Bueno, en un primer momento, debería revisar todos los archivos, pero una vez que supiera quién es quién y cómo trabaja cada uno, y que ellos conocieran mis expectativas, la cosa marcharía sobre ruedas sin mi presencia. En una palabra: el traductor se quedaría con la trasnochada y un poco de dinero y yo, con mi tiempo libre y el gran margen entre lo que cobro y lo que pago.
— Bien. ¿Y qué harías con tu eterna manía de leer los documentos ocho veces antes de enviarlos, por temor a que el texto no fluya o tenga una coma de más?
—¿Qué intentas decirme?
—Pues que los grandes volúmenes sólo lograrían neurotizarte pues serías incapaz de revisarlo todo; te aterrorizaría la idea de poner tu nombre en algo que vos no has hecho.
Y como la modista que descose y vuelve a coser, terminarías reescribiendo todos y cada uno de los muchísimos textos que aceptaste para generar fortunas y tiempo libre.
—¿Entonces? ¿Qué sugieres?
—Sugiero que no te marees con las ideas modernas de las grandes corporaciones y la generación de capital. Sugiero que uses tu autoconocimiento para reconciliarte con lo que sos y lo que no sos. Sólo así podrás tomar decisiones acertadas, sin albergar expectativas estériles ni desperdiciar el talento que llevas impreso.
Hay personas para todo…Hay empresarios y hay artesanos.
Hay abejas reinas y hay abejas obreras.
Y aunque muchas veces te pese la rutina y, tantas otras, te duermas sobre las teclas, te aburras de los mismos temas y te amargues pensando que tu trasnochada va a terminar en el cajón de una oficina porque traducir un documento es un simple formulismo legal o una duplicación léxica innecesaria, nunca podrás negar que tu corazón está puesto en el artesanado de la palabra.
¡Chau abeja obrera!
—Chau, pero no te olvides de la coma antes de "abeja"...

30.3.08

¿Cómo te fue en el viaje? Contame, que muero por saber. Te iba a llamar ayer, pero ayer no tuve tiempo de nada. Mi jefe me pidió un informe, tuve almuerzo con las chicas de la oficina, después tintura y, después, venir a casa a dejar todo listo para hoy. Uniformes, notita para Rosa, -la empleada, que si no le digo qué hacer, no hace nada y se rasca todo el día-, la lista del supermercado, el dinero para el jardinero. Es que todo, absolutamente todo recae sobre mis espaldas, te juro. Una tiene que estirarse como chicle porque nadie hace nada. ¡Qué condena, che! Al final, ¿cuándo voy a relajarme yo? ¿Cuándo me tocará el turno a mí? Eso es lo que me pregunto todos los santos días: ¿cuándo YO? Trabajo como una burra en el estudio toda la semana, me deslomo en casa con la limpieza, las compras, los médicos, los regalitos para las fiestas de cumpleaños que tienen mis hijos. Qué se yo. No paro nunca. Nunca, nunca ¿entendés? ¡Chicho! ¡Basta, Chicho! Este perro me saca de quicio. Me ensucia el piso con todas las benditas piedras que trae de afuera. Mirá esto: las patitas del señor marcadas en el mármol. Pero basta che, que después la que lo limpia soy yo. Porque aquí, querida, nadie mueve un dedo. Te dicen que te van a ayudar pero, después, cuando las papas queman, la única que levanta la ropa del piso, pasa el trapo, lava los platos, ordena el living y recoge los regalitos del perro soy yo. Sí, YO, la idiota, solita con mi alma para todo. ¿La empleada, me decís? ¡Noooo! Esa sí que se la tiene fácil en la vida. Bueno, sí, me hace las camas, pasa la aspiradora, repasa un poco el baño, pero la casa, no hay nada que hacer, la casa es de una. Esa es la realidad. Una tiene que dividirse en mil pedazos. ¿Y cuándo descansa una? Nunca. ¡Jamás! Qué Elena esto, que Elena lo otro, que mamá haceme, comprame, arreglame, dame, poneme. No doy más, flaca. Y este piso, mirá, un horror. ¿Dónde dejé el trapo de piso? ¡Luis! ¿me traes el trapo de piso del fondo por favor?¡Luuuuuiiissssss!!!! ¿Dónde cuernos estará este hombre? Seguro que está echado mirando televisión. Cuando los necesitás, no aparece nadie. En cambio, cuando querés estar sola, te andan zumbando como moscas alrededor. ¡Qué condena!
Bueno, nada… Esperá que lavo estas tacitas, y ya me siento con vos a charlar un ratito, que hace tanto que no nos vemos. Contame del viaje de luna de miel. Divino, ¿no?

¿No te digo? ¡Esta mina es una roñosa! Mirá el color amarronado que tienen las tazas en el fondo. ¿Para qué le compraré los productos yo? Gasto fortunas para traerle el detergentito rosa que no le arruina las manos, el desinfectante verde que tiene más rico olor, la gamuza que no larga pelusa. No sé para qué, si la mina no sabe limpiar. Pero bueno, mejor que no me altere, que me sube la presión y me hace mal. Te cambio las tazas y listo. Contame, contame del viaje. ¿Adónde fueron? ¿A Córdoba? Qué belleza. ¿Y les gustó? Yo, la verdad, prefiero la playa porque es como que te relajás más. Lo que me revienta es la arena y cómo se te enmugran los chicos y te la pasás fregando. Pero aparte de eso, la playa es divina. Un verdadero descanso. Los chicos juegan y hacen la suya. ¿Y fueron en auto? Sí, a mí también me encanta el tren, porque es super seguro y podés dormir. La última vez que tomamos tren fue cuando viajamos a Salta, qué viaje tan lindo.... Si no fuera que me robaron la billetera y tuve que pasarme mil horas en una comisaría roñosa haciendo la denuncia. ¿Y a Eduardo le gustó Córdoba? Ah ¿ya conocía Cordoba? Yo te había entendido que era la primera vez que iba. Ah, claro, era la primera vez que iba en tren. Claro, claro.

A ver, dame la tacita que te la lavo antes que el fondo se tiña con el té.
Pero ¿cómo? ¿ya te vas? ¡Qué pena!
Bueno, al menos nos vimos un rato, mujer.
Me alegro de que les haya ido tan lindo en la luna de miel.
A ver cuándo nos juntamos a cenar.