30.3.08

¿Cómo te fue en el viaje? Contame, que muero por saber. Te iba a llamar ayer, pero ayer no tuve tiempo de nada. Mi jefe me pidió un informe, tuve almuerzo con las chicas de la oficina, después tintura y, después, venir a casa a dejar todo listo para hoy. Uniformes, notita para Rosa, -la empleada, que si no le digo qué hacer, no hace nada y se rasca todo el día-, la lista del supermercado, el dinero para el jardinero. Es que todo, absolutamente todo recae sobre mis espaldas, te juro. Una tiene que estirarse como chicle porque nadie hace nada. ¡Qué condena, che! Al final, ¿cuándo voy a relajarme yo? ¿Cuándo me tocará el turno a mí? Eso es lo que me pregunto todos los santos días: ¿cuándo YO? Trabajo como una burra en el estudio toda la semana, me deslomo en casa con la limpieza, las compras, los médicos, los regalitos para las fiestas de cumpleaños que tienen mis hijos. Qué se yo. No paro nunca. Nunca, nunca ¿entendés? ¡Chicho! ¡Basta, Chicho! Este perro me saca de quicio. Me ensucia el piso con todas las benditas piedras que trae de afuera. Mirá esto: las patitas del señor marcadas en el mármol. Pero basta che, que después la que lo limpia soy yo. Porque aquí, querida, nadie mueve un dedo. Te dicen que te van a ayudar pero, después, cuando las papas queman, la única que levanta la ropa del piso, pasa el trapo, lava los platos, ordena el living y recoge los regalitos del perro soy yo. Sí, YO, la idiota, solita con mi alma para todo. ¿La empleada, me decís? ¡Noooo! Esa sí que se la tiene fácil en la vida. Bueno, sí, me hace las camas, pasa la aspiradora, repasa un poco el baño, pero la casa, no hay nada que hacer, la casa es de una. Esa es la realidad. Una tiene que dividirse en mil pedazos. ¿Y cuándo descansa una? Nunca. ¡Jamás! Qué Elena esto, que Elena lo otro, que mamá haceme, comprame, arreglame, dame, poneme. No doy más, flaca. Y este piso, mirá, un horror. ¿Dónde dejé el trapo de piso? ¡Luis! ¿me traes el trapo de piso del fondo por favor?¡Luuuuuiiissssss!!!! ¿Dónde cuernos estará este hombre? Seguro que está echado mirando televisión. Cuando los necesitás, no aparece nadie. En cambio, cuando querés estar sola, te andan zumbando como moscas alrededor. ¡Qué condena!
Bueno, nada… Esperá que lavo estas tacitas, y ya me siento con vos a charlar un ratito, que hace tanto que no nos vemos. Contame del viaje de luna de miel. Divino, ¿no?

¿No te digo? ¡Esta mina es una roñosa! Mirá el color amarronado que tienen las tazas en el fondo. ¿Para qué le compraré los productos yo? Gasto fortunas para traerle el detergentito rosa que no le arruina las manos, el desinfectante verde que tiene más rico olor, la gamuza que no larga pelusa. No sé para qué, si la mina no sabe limpiar. Pero bueno, mejor que no me altere, que me sube la presión y me hace mal. Te cambio las tazas y listo. Contame, contame del viaje. ¿Adónde fueron? ¿A Córdoba? Qué belleza. ¿Y les gustó? Yo, la verdad, prefiero la playa porque es como que te relajás más. Lo que me revienta es la arena y cómo se te enmugran los chicos y te la pasás fregando. Pero aparte de eso, la playa es divina. Un verdadero descanso. Los chicos juegan y hacen la suya. ¿Y fueron en auto? Sí, a mí también me encanta el tren, porque es super seguro y podés dormir. La última vez que tomamos tren fue cuando viajamos a Salta, qué viaje tan lindo.... Si no fuera que me robaron la billetera y tuve que pasarme mil horas en una comisaría roñosa haciendo la denuncia. ¿Y a Eduardo le gustó Córdoba? Ah ¿ya conocía Cordoba? Yo te había entendido que era la primera vez que iba. Ah, claro, era la primera vez que iba en tren. Claro, claro.

A ver, dame la tacita que te la lavo antes que el fondo se tiña con el té.
Pero ¿cómo? ¿ya te vas? ¡Qué pena!
Bueno, al menos nos vimos un rato, mujer.
Me alegro de que les haya ido tan lindo en la luna de miel.
A ver cuándo nos juntamos a cenar.

5.3.08

Fugaz

Abro los ojos. Son las ocho y media, según mi reloj. Aprieto los párpados para volver a verte, pero ya no estás. Lo has hecho nuevamente, vaya empeño. Me encanta que me visites entre los vapores del reposo, con tu sonrisa de entonces y tu frescura intacta. Lástima que huyas con el despertador y se rompa el hechizo que me aprieta en tus brazos. ¡Cuánto te extraño!
Me consuelo sabiendo me habitas por dentro, en las miles de gotas de sangre que llevan tu sello y que, cuando menos lo espero, desfilan traviesas ante los ojos de mi ensueño.