23.12.07


Se abre la puerta de la 4x4 y sale él de la canasta que le han puesto para que no llene de pelos el tapizado. Enorme el espacio que lo recibe, frescos los eucaliptos del aire, inalcanzable la línea del horizonte.
El perrito de ciudad, cemento, reja y bolsita fecal se envalentona al ver cómo su melena de crema enjuague aterroriza ágil a una docena y media de ovejas. Una de ellas se desmaya. Otras tiemblan contra la tranquera. El perrito se siente dueño de la inmensa libertad que lo rodea. Su ama se quita las gafas de sol y saluda complaciente a la peonada. Ella también es dueña.
Cuando los grillos anuncian la noche y salen los batracios, el perrito urbano hinca sus colmillos altaneros sobre un sapo que pasea tranquilo en la sombra. Es un sapo pequeño. Un sapo ignorante y campesino.
Disculpa, perrito, le dice el sapo, pero voy a tirarte el veneno con el que defiendo mi vida. En un par de minutos quedarás tumbado en el césped, espumosa tu boca, convulsionados tus músculos, enceguecidos tus ojos. Se te contraerá el estómago y vomitarás. Se te tensionará el diafragma y te ahogarás. Tu ama correrá desesperada y, frente a los hombros encogidos de peones y bichos nocturnos, te cargará en la 4x4 al grito de “amor mío, no te mueras, mamita está aquí, ya te lleva al doctor” rumbo a la casa del veterinario, al que suplicará posponer su asado de sábado por la noche para resucitarte. Vos seguirás gimiendo y convulsionando porque estás a punto de morir. Y porque aquí, perrito urbano, tenemos nuestras propias reglas, que todos conocemos y respetamos. Sabemos que con la yarará no se jode, que las tarántulas son letales y que las ovejas no están para ser desmayadas, aunque sea fácil asustarlas. Éste es un orden que desconoces: el orden rural. Un universo que tu sabiduría urbana ignora por completo. Vos sabrás protegerte contra los carteristas y usar las escaleras mecánicas sin que se te trabe la pata, pero hasta el más pequeño de nuestros seres logra atemorizarte y ponerte en peligro. ¿Has traído el repelente? Lo pregunto porque, cuando por fin resucites tras dos inyecciones de Decadrón y una larga noche de delirio, fiebre y llamadas angustiadas a tu veterinaria porteña a las 4 de la madrugada, saldrás nuevamente al mundo (si hubieras nacido en nuestro universo, hoy estarías tocando el arpa) y te picarán los mosquitos, los jejenes, las avispas, las abejas y todo aquel ser vivo que tenga hambre y habilidad suficiente para saciarlo. También nuestros perros se acercarán a tu alimento balanceado para intentar robarlo (deberías echarle llave si tanto te enfurece).
Así vivimos aquí, amigo. Sin protector solar ni respiradores artificiales. Vivimos y morimos por ley natural. Ya ves a Rosita, la lechona tan simpática que quisiste atacar al llegar. Se la comerán en Navidad y por eso la han puesto bien gordita. Tu dueña casi sucumbe de pena cuando se lo contaron. Qué crueles, acusó a los peones. Porque ella, como todos ustedes, citadinos, no quiere saber de la muerte. No la entienden como parte elemental de la vida. ¿Acaso no tapan los ojos de sus hijos cuando ven una paloma muerta, para evitarles el desagradable espectáculo? Luego comen el carré de cerdo con puré de manzana, pero ése es otro tema. La vida es mucho más simple de lo que ustedes la dibujan. Es cruel. Es injusta. Pero así la aceptamos aquí, sin rejas ni alarmas, con olor a bosta y con moscas en la tabla de amasar el pan.
Mi veneno fue un simple antídoto contra tu prepotencia de metrópoli. Me alegro de que hayas zafado de la muerte y de que, en este pueblo perdido en la más recóndita esencia de la vida, hoy tengamos conexión a Internet para que tu amita lo cuente humildemente a sus amigos junto al saludo de Navidad y Año Nuevo.

¡Felices Fiestas desde Corrientes, Argentina!

28.11.07

Lágrimas


No podías comprender el porqué de mis lágrimas cuando veías las fotos de tu nacimiento.
“Mamá, ¿es que no estabas contenta cuando yo nací?”, me preguntabas.
“Sí, hija. Pero a veces se llora de felicidad. Estás tan contenta, que se te salen las lágrimas de los ojos.”


Habían sido 10 días de separación. Vos aquí. Yo en otro continente.
Al regresar, te abracé sin pausa en la puerta del jardín de infantes y quedé atónita ante el susurro de tus palabras:
“Mamá, ahora se qué es llorar de contenta. Anoche, cuando pensaba que hoy venías, las lágrimas querían salírseme de los ojos”.


23.11.07

Incógnita


¿Cuándo se fue la niña y llegó la señora?
La perversión del tiempo es avanzar más rápido que lo que nuestro cerebro es capaz de procesar.

7.11.07

¡BIENVENIDOS!


Pase, señora, encantada.
Ella es libanesa, suegra de mi amiga mejicana. Recién llegada a los Estados Unidos para pasar las fiestas de fin de año junto a su hijo, Muhab. Dama de presencia algo imponente, gracias a varias decenas de kilitos de más.

Lajabá ja li já jija jabalá, me dice en un idioma que parece no tener otra letra más que la jota, la ele y la a con tilde agudo. JALALÁ
No habla palabra de inglés, menos de español, pero estamos muy contentos de que venga a nuestra casa a celebrar el fin de año. Es un honor tenerla. Y es un orgullo inconfesado aportar tanta internacionalidad a nuestra mesa, nuestros hijos y, por qué no, a nuestro perro Macchi, integrante dilecto de la familia, dulce fruto de la madre perra que me concedió el privilegio de hacerlo mi hijo canino, mi sol de pelusa, el ocupante de nuestro lecho conyugal hasta que vinieron los niños.

Nuestra familia está contenta y lo expresa prodigando besos y atenciones a la recién llegada. Macchi también. Él lo demuestra a su manera, claro está. Le lame los pies, le lame las piernas y se le instala fielmente junto a los talones bajo la mesa, seguramente esperando el bocado furtivo que casi siempre recibe de nuestros invitados.
Ja ajá bi ja la lá bi ja ji la lá, comenta la señora a su hijo, que por fuerza ha de oficiar de intérprete durante toda la velada.
—¿Qué es lo que ha dicho tu madre, Muhab?
—Nada, hablábamos del perrito, que se le está acercando.
—Es que Macchi es un cariñoso total. Le encanta la gente. Se cree que las visitas vienen a verlo a él. ¡Tan cómico este pichicho! Se llama Macchi por el macchiatto, café cortado en italiano. ¡Ja ja!

Entre risitas traviesas, hago una pausa para que Muhab cumpla con su labor de traducción.
Pero Muhab se mantiene callado, la dama continúa con el libi labijá en monólogo de fondo, y yo, perturbada ante la incomunicación, sigo contando que “Macchi siempre ha sido un perro bonachón, quizás porque fue nuestro primer hijo y recibió toda la atención. ¡Si por poco lo llevábamos en carrito de bebé cuando era cachorro! Macchi comparte con nosotros vacaciones, salidas, baños de piscina, y hasta la cama los domingos por la mañana. ¡Ni que hablar de su trato con los nenes! Es genial. Apenas escucha que se despiertan, corre a su cuarto y los llena de lengüetazos en la cara. Son como hermanitos. Tu hermano perro, les digo a los niños cuando les hablo de Macchi”.

Muhab se mantiene mudo. No traduce ni un punto ni una coma de mi tierno discurso.
La señora aumenta el volumen del jabi jabi y yo no soporto más la situación.
—¿Muhab, por qué no le traduces a tu madre lo que decimos?
—Porque en el mundo árabe los perros son poco menos que ratas. Si un musulmán toca la saliva de un perro, debe lavarse las manos siete veces.

¡Glup!

(¿Qué sensación producirá el beso de Año Nuevo de una peluda "hermana" rata malcriada con ajuar de bebé?)

24.10.07


Ella se fue de viaje de negocios.
Adiós, marido. Adiós, hijos.
El compañero de trabajo era tan joven, tan dulce, tan apto para el instinto maternal en otros planos. Un diamante sin pulir, ojos de zafiro, sonrisa de rubí. Las miradas encontradas se fueron al museo y cenaron entre las velas de una ciudad por descubrir. El mismo hotel los esperaba a la noche, en cuartos separados que ella se encargó de unir con sus pensamientos y la humedad de sus sueños. Desayunos compartidos, reuniones sonreídas, anécdotas cómplices, y la mirada de él incrustada en sus pupilas.

—¿Qué traes en las pupilas?— le preguntó el marido.
—Traigo varios días de trabajo en una ciudad lejana.
—¿Y qué más?
—Y nada más.

No me mientas. No te mientas, pensó él. Sé que traes más que eso. Tus ojos se han llenado de otro cuerpo que tus manos no supieron asir por temor a tu mente. Él te gusta. Yo lo sé. No es necesario que me cuentes nada.
Yo también he jugado estos juegos de seducción para sentirme vigente en la fiesta de la vida.
Juegos inocentes, transgresiones peligrosas. Deseos refrenados.
Hoy siento celos, muchos celos, y quisiera hostigarte y preguntarte por qué. ¿Por qué vos? ¿Por que a mí?
Pero nadie es dueño de nadie y la magia de las almas siamesas no parece real.
El verdadero cemento se mezcla día tras día.

Él la besó y ella se dejó invadir por el ávido polvillo de su cal.

18.10.07

SIEMPRE...

Cuando los acordes teclean en los puntos blandos del corazón y la música cala hondo, se me corta la respiración y regresa el deseo de acariciarte. De clavar los dedos en la magia de tu reino vaporoso. De fluir por tus llanuras blancas y teñirlas con mis tintas más profundas.

La mano que avanza sola bajo el dictamen del alma.
El alma que se derrite en sensaciones.
La pluma hecha teclas.
El papel hecho pantalla.
Te extraño…
No se vivir sin escribir.
Y siempre vuelves a mí.

Y siempre vuelvo a ti...

18.9.07

LA ECUACIÓN DE LOS LÍMITES

En general, es mejor:

un niñito disgustado y un padre complacido
(¡Basta de chocolate!)

Que:

un niñito complacido y un padre disgustado
(¿Otro chocolate más? Te va a doler la panza. ¡Nunca me haces caso!)






11.9.07

¿Qué es el arte? (apreciación netamente subjetiva)


Siempre digo que mi idea de buen arte se engloba en una maravillosa película brasileña que vi en 1998 y que aún me hace vibrar al recordarla: Estación Central, de Walter Salles.
El film narra la historia de un niño que, mientras busca a su padre, ve morir a su madre bajo las ruedas de un autobús y queda a merced de una desconocida que encarna las peores cualidades de la marginalidad de Río de Janeiro.
El film no retacea en la exhibición de miserias ni dolores. Refleja sin rodeos la hambruna interna y externa del ser humano - la soledad, el anonimato, la avaricia, la jungla urbana. Un abanico que asfixia por lo crudo y desespera por lo real.
Sin embargo, en medio de la dureza de ese desierto, el espectador ve germinar una semilla que transforma y da luz. Una semilla muy plausible, porque proviene del mismísimo rincón blando de la vida, que definitivamente existe.
El sol siempre está. Las tinieblas también.
La idea es saber mostrar los claroscuros, sin ahogar de pena ni recurrir a salidas facilistas.
Llevar al otro a un cuarto opaco y sombrío es muy sencillo.
Descubrirle las rendijas de luz, un verdadero desafío.

6.9.07

SUPRESIÓN

Ayer escribí un post muy triste, que decidí eliminar a las pocas horas por cuestiones de derecho.
No creo tener derecho a asaltar al lector con golpes bajos irredimibles.
Murió un niño que conocí bastante. Murió una vida de siete años. Un ángel que ayer yacía en el cajón mientras sus amiguitos (entre ellos mi hijo) jugaban contentos en la inocencia de su infancia.
El enfado y la congoja me llevaron al teclado, y del teclado al post que varios de ustedes llegaron a leer.
Les pido perdón.
No me considero artista, pero aspiro a entregar arte en lo que escribo. Y lo que yo entiendo por arte es la búsqueda de rosas, o siquiera raíces, en el desierto. Fácil resulta revolcar al lector en las dimensiones fangosas de la vida, que son enormes y demasiado obvias. Lo difícil es rescatarlo mostrándole otras facetas, y hacerlo con argumentos válidos e inteligentes.
¿Qué sentido tiene abofetear con verdades que todos conocemos, tememos y lloramos?
La muerte es parte de la vida y, como tal, siempre nos merodea. El instinto de supervivencia hace que la obviemos, la olvidemos o la creamos lejana. Pero tarde o temprano, a mayor o menor distancia, la muerte nos muestra su rostro de negros enigmas y nos sume en la vulnerabilidad más absoluta.
Ayer vi ese rostro y me sentí vulnerable... y no pude más que venir a gritarlo.
Perdón por el ruido...

4.9.07

Drogas en pantalla


Tu olfato reconocerá rápidamente los aromas grasi-dulces del lugar y te llevará de narices hacia tu propio balde de palomitas de maíz y tu vaso de Coca Cola. ¿Qué tamaño? Ése, claro. El más grande, el extra large, diez o quince veces la dimensión de tu estómago.
Un pasillo sin hora ni tiempo te depositará en la sala. Podrán ser las dos de la tarde, las diez de la noche o las ocho de la mañana. Cualquier momento es bueno para meterte en el túnel del simulacro.
La pantalla será gigante y envolvente a fin de ocupar todos tus espacios y atacarte desde los cuatro ángulos. Serás casi parte de la acción y te revolcarás mansamente entre sonidos estruendosos, colores brillantes y texturas casi palpables. El ritmo vertiginoso de las escenas tampoco te dejará espacio para recapitular. Una imagen se sucederá con otra hasta marearte de estímulos vaporosos e hipnotizarte las neuronas. Te enceguecerán los destellos del cohete, te aturdirán las sirenas de la noche y los titánicos dinosaurios fagocitarán la esencia de los diálogos.
No pienses en nada. No hay nada que pensar. Simplemente fija los ojos, abre los oídos y siente los tambores retumbar en tu corazón, tu sien y las yemas de tus dedos. Deja que el argumento se escurra trivial entre la inmensidad de la pantalla y la estridencia de los efectos especiales. No pienses. No busques razones. Deslúmbrate. Encandílate. Ensordécete. Llora. Asústate. Consume ruidos, colores de humo y azúcares de aire.
Y si al salir sientes una especie de vacío en el alma y la razón, compra otra entrada y otro balde de palomitas, y anestésialo nuevamente entre los masivos narcóticos de Hollywood.

30.8.07

Esos raros peinados nuevos


-Mírala poniéndose el rulerón y estirándose el pelo alrededor de la cabeza. ¿Para qué? Qué antigüedad. Aquí en la peluquería tienen maneras mucho más modernas y dinámicas de alisar el pelo.
-Es que ella se resiste a dejar la “toca”, su arma secreta de seducción, su embrujo garantizado de las miradas masculinas en sus años adolescentes.
- Pero ya hace cuarenta años de todo eso. Hoy tiene 56, y la toca no se usa
- Probablemente su corazón no lo ha registrado. A todos nos pasa lo mismo: nos quedamos tildados en el momento de la vida en que nos sentimos bellos, seductores, libres, maduros y dueños del universo. Y tendemos a repetir las rutinas exitosas de entonces, en un fútil intento de recrear lo perdido. Sólo así se explica el flequillo de tres pelos del casi calvo; las faldas demasiado cortas sobre unas piernas otrora codiciadas, pero hoy llenas de várices; el anticuado “claro de luna” (mechón blanco sobre la frente) de la tía de mi madre, que fue milonguera en sus mocedades; y hasta mi ridícula propuesta de solucionar los problemas de peinado con una practiquísima permanente al estilo Newton-Jones (qué demodé, señora!).

23.8.07

Cuando éramos felices


Desde la ventana de su despacho viejo y descolorido, Antonio se entretiene con la imagen de tres colegiales de pantalón gris y zapatos negros. Caminan y ríen. Patean piedras y corren carreras con la mochila en la espalda. Qué felices, piensa Antonio, la garganta atorada de nostalgia.
Él también pateaba piedras. Él también era un niño libre, alegre, colmado de la dicha que hoy añora. Era tan feliz como estos colegiales a los que les pesan las órdenes de sus padres, les aprietan los zapatos acordonados, los agobian las mochilas cargadas de libros, les duelen las rodillas peladas y la tarea escolar que deben hacer antes de bañarse, comer lo infantilmente incomible y acostarse temprano.

Porque, como bien dijo Oscar Levant, la felicidad no es algo que se vive, sino algo que se recuerda (Happiness isn't something you experience; it's something you remember).

9.8.07


¡Hola, querido! ¿Me extrañaste? Yo también.

Te pido que no me reproches nada, aunque estarías en todo tu derecho de reclamar atención, respuesta o, al menos, una miradita ocasional. Te he tenido abandonado, lo sé. Un avión me llevó hacia el norte del mundo, donde el sol y la despreocupación de pies descalzos me invitaron al olvido. Ya conoces mi naturaleza extremista y apasionada: las cosas se hacen con intensidad o no se hacen. E intensamente te dejé, porque cuidarte significa alimentarte con el alma y mi alma estaba entretenida en vacaciones. Ya se, ya se, este año he viajado demasiado para tu gusto sedentario. Y bueno, tuve suerte, se dio así y lo he disfrutado a pleno. Viajar es una bocanada de aire. Es respirar la vida de otros sitios e incorporarla a tu sangre. Es como una charla profunda, como un buen libro, como un dulce amor. Situaciones nuevas que se te cuelan por las venas y casi imperceptiblemente transforman tu yo en un yo agigantado.

¿Qué he leído, preguntas?
Pues he leído varias cosas: obras buenas y obras quizás no tan buenas, pero que encierran el inmenso valor de la expresión creativa disciplinada, algo que admiro sobremanera. Siempre hay algo que rescatar en lo que se lee, algo que “escuchar” entre líneas, algo que aprender. Leí, por ejemplo, la última novela de Vila-Matas, “El viaje vertical”, donde un protagonista septuagenario emprende, seguido por los ojos del lector, una travesía sin retorno hacia su nueva identidad. Un tema conocido, pero bastante original en su desarrollo y la interesante exposición del pensamiento catalán. Me gustó mucho y agradezco que me lo hayan regalado con tanto amor.

También leí “El perfume” de Patrick Suskind. ¿Te acordás que me lo recomendaste a raíz de los comentarios que dejaron los blogueros aquí en tu seno? Ciertamente no se equivocaron, porque el libro se me ha quedado eternamente pegado en las narinas. La magistral descripción de la historia desde lo olfativo te lleva a reparar en los olores del mundo (curiosamente, regresé con velitas aromatizadas, cremitas, desodorantes y cuanta tontera perfumada encontré) y a darte cuenta de que colocamos excesiva importancia en lo visual como vehículo de comprensión de la existencia. ¿Acaso nos gusta alguien simplemente por su aspecto? No. El olor es una presencia sutil que deja una huella importante, casi inexplicable. Quizás por eso la película del libro, que alquilé al finalizarlo, me pareció insuficiente. De por sí es difícil explicar en letras un aroma, ¡figúrate hacerlo en imágenes! Se necesita la forzosa introducción de un narrador omnisciente, recurso que no termina de gustarme en cinematografía.

Y hablando de cine, ¿has visto Ratatouille? No vas a negarme que es genial, por más que detestes las megaproducciones de hollywood y sus parientes cercanos. Contrario a lo que estamos acostumbrados - léase masivo ataque de los sentidos donde los efectos especiales constituyen la totalidad del contenido (tema para otro post), esta película es una ternura de mensajes en la que no falta ni sobra nada. ¡Me encantó! Y eso que las ratas me causan pavor... Al terminar la película, se me dió por bailar como las ratas en el pasillo del cine. Éramos los únicos, claro.

Ups, me suena el celular. Celular, rutina y obligaciones. El remolino de vida que tanto nos pesa y que, sin embargo, nos marca el rumbo. Muy a mi pesar, deberemos dejar aquí. ¡Tengo tantas cosas que contarte! Nada demasiado importante. Simplemente reflexiones que voy recolectando a medida que camino y respiro. Eso que hacemos juntos... Ya sabes.
Ya vuelvo, mi niño blog. No desaparezcas, que te necesito.

13.7.07

HACE DOS AÑOS


Hoy hace dos años que regresé a mi país, con marido, hijos, perro y gato argentino. Trece del siete del dos mil cinco.

Aún recuerdo el excitante sacudón del aterrizaje, mezcla de júbilo e inconfesado temor.
"Pero si yo soy argentina", protesté a mi marido cuando, con fines diplomáticos, mostró en la aduana mi pasaporte estadounidense, en vez del argentino. Le protesté, pero lo dejé hacer, porque era mejor mantener un pie en el otro lado.

Al salir del aeropuerto, estaban los míos, los de cada visita; los abrazos férreos e incondicionales de mi madre y mis amigos. Fue un saludo rápido, porque era miércoles y los miércoles se trabaja. Porque era miércoles y porque yo no tenía fecha de regreso ni apretadísimas agendas sociales. “Volvé a trabajar, dale, que esta noche hablamos.” Y hablaremos mañana y también el mes que viene y el que sigue también. Ya no hay prisa. Esta vez he venido para quedarme. He venido para estar entre ustedes todos los días. He venido para escuchar Radio Mitre a la mañana y saber del tráfico en la Avenida General Paz y la inminente ola de calor y la ministra que recibe coimas en el baño. He venido para cantar el feliz cumpleaños de cada uno de ustedes, sean en marzo, en julio o en diciembre. He venido a disfrutar las recetas de la abuela, y a ver a mis hijos aprender el himno nacional.

He venido para ser argentina sin serlo del todo y siéndolo mucho.
He venido a indignarme con la mediocridad, a asustarme con el futuro de esta tierra y a derretirme con un delicioso café de confidencias.
He venido a averiguar cuánto de verdad encerraban mis idealizaciones de tantos años en otras latitudes. He venido a sembrar un timbre amigo que sepa recibir a mis hijos con una amplia sonrisa, vivamos donde vivamos.

He venido y aquí estoy, todavía contenta, todavía asustada, todavía indignada.

Fueron dos años, y parecen días.
Cuando la fiesta es grata, siempre se nos hace corta.

8.7.07

DISPARO ACCIDENTAL


A ver, a ver. Cara de familia unida y feliz. Una sonrisita todos.
Nos amamos y estamos super contentos de pasar juntos este día tan especial.
Vamos, digan whisky.
Whiskyyyyy.....
Ups!! El perrito estaba mirando para otro lado. Y yo quiero que mire la cámara. Saquemos otra.


¿Otra más? No jodas, che, que se está largando a llover y hace un frío de locos. Siempre tan pelotudo vos, con tus delirios de perfectito. Dejala así y se acabó, que me quiero ir a mi casa.
De lo contrario, la sacas ya mismo, que los críos están insoportables y yo no tengo todo el día para estas boludeces de retratitos de familia campestre. ¡Todo por un perro de mierda!


Whiskyyyyyyy!!!
¡Qué bien salimos todos!! Se nota lo felices y a gusto que estábamos ese día.
Fijate que ni el perrito se lo quiso perder!

5.7.07

El último segundo

La imagen me desesperó hasta las lágrimas. Sobre el pavimento, se contorsionaba en espasmos de agonía sacudiendo sus sesos desnudos. Le acababan de atropellar la vida, que hacía poco nacía. Su madre siempre se aseguraba de que cruzara la calle detrás de ella, pero la velocidad del vehiculo le ganó de mano.
Yo lloraba.
Y ella maullaba desconsolada junto al cordón.

29.6.07

Entre dos fuegos


El resultado del partido me da lo mismo. Argentina contra Estados Unidos. Yo nací en Estados Unidos y mi papá también y también mi abuelito, al que adoro con mi toda mi alma. Supongo que Andrew, Michael y Tommy estarán frente al televisor hinchando por Estados Unidos. Eran mis amigos del jardín de infantes. Unos pibes macanudos, como dirían mis amigos de aquí.

Y cuando digo aquí, me refiero a Argentina, el país donde vivo ahora y donde juego al fútbol y me divierto un montón con los chicos de la escuela. Dale campeón, dice Juan, mi mejor amigo. Y yo lo imito - ¡dale campeón! ¡dale campeón! - porque Argentina tiene el mejor equipo del mundo. Estados Unidos no tiene muy buen equipo, pero quizás ganen. Ojalá. Mi papá se pondría tan contento. Mis amigos de allá también. Messi es un fenómeno. Me encantaría ser como él y jugar en la selección. Gol de Estados Unidos. Tengo ganas de reírme. ¡Golazo de Argentina! Otra vez quiero reír. Me abrazo a mi mamá y festejamos juntos.

Los jugadores de Estados Unidos parecen un poco cansados. Y yo también me estoy cansando. Jugar para dos bandos es agotador. ¡Qué sueño! Mejor me voy a dormir. Mañana me cuentan el resultado...

20.6.07

BARCELONA, LA CAUTIVANTE


Estuve en Barcelona, donde vive mi querido hermano y me esperan amigos entrañables.
Estuve en Barcelona, donde el mar es sereno y las montañas vigilantes, y el metro avanza junto a la puesta de sol, los barcos pesqueros y el crucero cinco estrellas.
Estuve en Barcelona, donde todos hablan como las abuelas y las bisabuelas de mi tierra. Las zetas marcadas, las jotas bien duras. La señora del pueblo y su bolsa de almacén.
Estuve en Barcelona, y aprendí que la gente no ofrece su fibra de inmediato, pero basta tirar del hilo para desenrollar una madeja infinita. Infinitamente sólida.
Estuve en Barcelona, y me pareció circular y colorida. Muros góticos suavizados por las geniales redondeces de Gaudí. Historias visigodas y romanas ataviadas con el garabato surrealista de Miró. Gran visión. Férrea tradición. Progreso de remolino, que se apacigua blandamente junto al mar.
Barcelona es España. Y es un poco Francia. Y es Cataluña. Y son sus catalanes, que son españoles y que no lo son. Extraño conflicto de identidades con una inconfundible identidad.

Estuve en Barcelona y me pareció un sueño. Un sueño del que aún me cuesta despertar.

18.5.07

SIN LEY


Bajo del ómnibus agotada. Peor que eso: desilusionada. Eran 25 niñitos de 7 años. Los llevo a una fiesta de cumpleaños después de la escuela. Además del conductor, soy el único adulto. La única figura de autoridad. La madre del agasajado va en otro ómnibus, con otros 25 niños.

Cierren la ventanilla. Todos sentados, por favor. María, te pedí que te sentaras; no que me sacaras la lengua a escondidas. Pedro, no le pegues así a Manuel ¿estás loco? Francisco y Juan, voy a terminar separándolos. Tomás, cerrá la ventanilla. ¡Ya mismo! Si no la cerrás, no vas a la fiesta. ¿Qué no te importa? Entonces, se lo cuento a tu madre. ¿Qué tampoco te importa?
Mateo, no se dicen malas palabras. Juanjo, no golpees en el techo. ¿Acaso te gustaría que hiciéramos lo mismo en el auto de tu papá? No, no te rías. No es gracioso.
¿Quién me llamó bruja de mierda por aquí? A ver, vos, decime quién fue. ¿No me vas a decir porque tu papá te enseñó a no ser soplona?

Genial.
Callo.
Callo y me pregunto qué hacer frente a una realidad infantil que es fiel espejo de nuestra realidad adulta en Argentina. Violencia, desacato y complicidad silenciosa.

En pocos años, estos niños estarán al mando de una vida sin semáforos rojos, carriles marcados ni límites de velocidad. Porque sus propios padres repudian la ley y no aceptan el límite. Sus padres, hijos de la dictadura venida a menos o de los años noventa-todo-se-puede, se horrorizan ante la idea de decir NO. De decirSE no y de decirLES no.

Mi ser adulto no inspira respeto alguno. No hay autoridad ni ley que valga frente a estos niños que, en su mayoría, pasan el día con niñeras abiertamente desprestigiadas por los propios padres: "negra de mierda” "la mina no es más que una sirvienta”.

Tampoco hay autoridad para los niños cuyos padres se enfrentan a puñetazos con cualquier maestra que osa poner una nota baja en la escuela pública de presupuesto magro y sueldo de hambre. “Ser docente es una labor de riesgo”, dijo una maestra por la radio.

Y para rematarla, no somos soplones. Buchones, en nuestro argot argentino. La tan exaltada lealtad amical argentina está por encima de todo, incluso de la ley y la obediencia al mayor, que tampoco es digno de respeto porque ser mayor no es sinónimo de haberle sacado varios cuerpos al embate de la vida, sino de ostentar la categoría de trapo viejo al que bien le vendría concertar una cita en alguna de las tan atestadas clínicas de cirugía estética de esta ciudad.

Somos una sociedad adolescente. Y, en general, los adolescentes no saben criar hijos.

Algún día maduraremos. Algún día…

8.5.07

Borradores de viaje (última parte)


Mejor te muestro las fotos y acabo de una vez con este viaje que, en realidad, sólo duró cuatro días. ¡Imagínate si me fuera por un mes!

Aquí nos ves en el tren a Machu Pichu. Éstos son unos mochileros israelíes con los que me puse a charlar después de secarme las lágrimas y abrigarme con la manta de Pachita. Hablábamos de igual a igual, de mochilero a mochilero. Sí, claro que yo soy mochilera. Bueno, fui mochilera hace un tiempo. Bueno, hace bastante tiempo. Hace como veinte años, la edad de estos chicos israelíes. Mis supuestos pares, mis “contemporáneos”, que seguramente me verían como a su madre, o la amiga de su madre o la madre de su amigo. Es que, si los jóvenes no me lo recuerdan, yo no me entero de que mi vida envejece. Lo intuyo, es cierto. Lo intuyo cuando los veo reír a carcajadas y sacarse cientos de fotos tontas: una foto durmiendo con sombrero, otra con cara de mono y otra con gesto de modelos sofisticados. El placer de su travesía es la libertad de llevar su cuerpo adondequiera se los dicten las ganas; es no tener que llamar a sus padres para avisar dónde duermen; es ampliar sus horizontes cotidianos. Mi placer, en cambio, es viajar para mirar la vida y robarle su mejor secreto. Es intentar descubrir la salida del laberinto, sabiendo que jamás la encontraré.

Ellos son israelíes y se han tomado un año para recorrer Sudamérica luego de terminar sus tres años obligatorios de servicio militar. Tres años de vida regalados al ejército, hombres y mujeres. ¿Podés creerlo? Cuando les pregunté qué hacían en el ejército, la más lobita de todas –ésta que ves aquí, bautizada el “bombón” por mi marido, qué descaro – me respondió que su tarea era prestar asesoramiento en el uso del armamento. ¡Con veinte años! Qué pueblo tan peculiar. Siempre me ha sorprendido la fuerza de la identidad judía, capaz de traspasar razas, fronteras y milenios.

Pero ése es otro tema.

Esta foto es de Aguas Calientes, el pueblito donde tomamos el ómnibus que nos llevó hasta las increíbles alturas de Machu Pichu. Alto, muy alto. Grande, muy grande. Nubes y más nubes. Aquí estamos: perdidos en el cielo, cerca del sol y la luna, en los templos construidos para ellos. Esta soy yo, con la boca abierta. La boca abierta por falta de aire y por exceso de fascinación. Machu Pichu es un cuadro mágico colgado de la luna, con la fuerza de su historia y el hechizo de los Andes. Cometimos el error de no contratar un guía que nos sumergiera en los detalles jugosos de la vida de los incas. Detalles reales o inventados, qué más da. Nadie sabe el porqué de Machu Pichu: ¿tierra sagrada? ¿tierra de nobles? ¿tierra de cultivo? ¿tierra de descanso? Lo cierto es que el diseño sigue siendo perfecto, a pesar de las 3000 pisadas turísticas que lo invaden a diario. Las rocas aguantan silenciosas el embate.
Almorzamos entre nubes. Sándwich de pollo y chocolate con almendras. Aquí me ves. Con cara de espanto porque, al posar, casi resbalo hacia el precipicio. Odio verme en fotos. Me encuentro cien defectos. Aunque es posible que, en diez años, revise estas fotos y me gusten porque me veía más joven. Lo mismo que me pasa con las fotos de mis 30 que antes detestaba. A medida que pasa el tiempo, uno baja las expectativas y se conforma con respirar.

Éste que ves aquí es un niñito inca que nos saludaba junto al camino cuando descendíamos en ómnibus desde Machu Pichu. Saludaba en quechua y con el traje típico. Saludaba y bajaba desaforadamente entre los pastizales del monte para volver a interceptarnos más abajo y volver a saludarnos. Y así otra vez y otra vez y otra vez, hasta que reconocimos su juego, lo celebramos y esperamos su saludo desde la ventanilla. El indiecito apareció y reapareció en los diversos puntos del descenso hasta que llegó abajo y, con pies descalzos y aullidos incas, siguió corriendo delante de nuestro vehículo, adivinando nuestras miradas absortas en su nuca. Cuando subió al autobús, lo aplaudimos y respondimos complacidos a su pedido de dinero, porque estábamos convencidos de haber atestiguado un espectáculo único e irrepetible. Nosotros, los elegidos del vigoroso indiecito empapado en el orgullo de sus ocho años. ¡Te felicito, indiecito! Y no quiero que Don José Dueño me cuente que son muchos los niños que, como vos, viven de este espectáculo ofrecido diariamente desde hace 20 años en el descenso de Machu Pichu. Sería una más de las bofetadas que este viaje ha asestado a mi soberbia. Pero no la última.

Vamos a Pisac. El taxi se abre paso entre pueblos perdidos, que yo creo muertos sin fiesta de sábado por la noche. Le pregunto al taxista qué hace un joven como él en un sitio como ése los fines de semana. Vamos a la disco o al cine o a un bar, responde. Pues resulta que la montaña tiene cine y los pastores se divierten. Y resulta, también, que no se quedan plantificados junto al camino esperando que pasen los turistas. Hay vida en las montañas, detrás de ellas y más allá. Hay vida donde hay gente, porque el ser humano se las ingenia para satisfacer sus necesidades, sea como sea.

Ésta es una peregrinación a la virgen en uno de los pueblitos que atravesamos. Al taxista le sorprendió mi deseo de fotografiar un hecho tan cotidiano. ¿Por qué el asombro?-pienso. Reflexiono y me doy cuenta. Es como si alguien me pidiera una foto prendiendo el calefón. Tan normal para mí y tan pintoresco para otros.

Esto es Pisac. Pisac, el río Urubama, el mercado, la iglesia y la misa en quechua. Un ambiente trilingüe que reza en quechua, explica en español y negocia en inglés. Take three. Good price. Me encanta el mercado, a pesar del vaho a resudor y falta de higiene. Trajes coloridos, trenzas, niños sonrientes, veinte clases de maíz, sol, manos artesanas, paciencia, humildad y espíritu de guerra. Quisiera quedarme más tiempo, pero no puedo. Saco fotos, todas éstas, muchas, muchas. Testimonios de los mil rincones donde se posaron mis ojos deslumbrados.

Vamos ya. Es hora de partir. Aquí me ves en el aeropuerto con el cuadro que compré. Mi último capricho. Un óleo con la ceremonia de los brujos. Un óleo para mi living. Un pedacito de este mundo para el mío.

Frente de niebla en Buenos Aires, anuncia el piloto por altoparlante. En mi ventana aún brilla el sol del amanecer, un sol radiante sobre el colchón de nubes que en algún momento habremos de atravesar. Uno, dos, tres, ¡ya! Las turbinas robustecen su potencia y nos metemos en la gruesa capa gris y todo es oscuro y todo es espeso y no se ve nada, nada, nada. De repente, demasiado de repente, el golpe seco del aterrizaje me hace despertar del sueño. Se acabó. He caído de las nubes. Las nubes de Machu Pichu.

Somnolienta, contemplo el embotellamiento de la Avenida General Paz en el taxi que me lleva a los brazos contentos de mis hijos. Desde entonces, los brujos incas se han instalado en las paredes de mi casa y celebran socarrones uno más de sus hechizos.

30.4.07

Borradores de viaje (4a. parte)


¡Qué frío hace! No quiero levantarme de la cama. No quiero quitarme la ropa para ducharme. No quiero caminar sobre las baldosas heladas. ¡Quiero calefacción! Mi cuerpo se ha convertido en un cuerpo monoclima de 22 grados centígrados en baño, cocina, auto, oficina, patio y piscina, termostato digital sin fósforos ni chispero. Mi cuerpo se ha olvidado de aquellos inviernos modelo ‘70 de cinco cobijas en la cama y narices congeladas en el trayecto hacia la inocua explosión de encendido de la estufa Eskabe. Mi cuerpo también ha envejecido y, como buen árbol añoso, necesita tiempo para hacerse a un nuevo suelo. Ya no puedo, como antes, dormir en cualquier banco de estación y despertar sin más. El tiempo endurece la masilla y no es tan fácil amoldarse a la ocasión.
—Aquí no se necesita calefacción porque el adobe retiene la temperatura, dictamina Don José Dueño.
Y de tan pintoresco y tercermundista, el sistema le congela los pies a los gringos y las ganancias a la hostería.
Qué más da, qué más da, qué más da, me repito en la ducha caliente. ¡Machu Pichu nos espera y qué más da! Canto canciones tontas, hago monerías frente al espejo, bailo de frío y río de felicidad. Y hasta me parece que me pongo un tanto cargosa; pero qué más da.
Los tres secuaces de Doña Irene nos preparan la vianda y, cual colegiales en día de excursión, la aceptamos contentos antes de despedirnos de los perros blancos y partir en taxi rumbo a la estación del tren que nos llevará a Machu Pichu. Una vieja desdentada nos intercepta en el camino con gesto suplicante. El taxista le habla en quechua y le dice que no. Lo mismo ocurre con otro hombre que renguea por la ruta de montaña. Ambos querían llegar a la estación de Ollantaytambo antes del mediodía. Pero sólo llegamos nosotros. Y nos encontramos con otros miles de rengos y desdentados que, bebé, canasta y buena educación a cuestas, ruegan se les compren sus sombreros, cintos, carteras, rollos de foto, guisos de arroz, postales y chicharrones. Esperamos la llegada del tren. Las cabezas nórdicas asoman blancuzcas y ensombreradas entre la retacona multitud mercantil. Dicen no. Dicen no. Dicen no. Dicen sí. Pagan. Saludan en español de guía turística. Comen los productos con desconfianza. Y terminan exasperados por la insistencia de las moscas vendedoras que ya no saben cómo espantar.
Los niños juegan sin reparar en nada. Tienen la naturaleza pegada en las mejillas y los ojos límpidos. Me prendo en la belleza de un colorido bollito humano que emana inseparable de la espalda de su madre. Unificados en un mismo aire y un mismo paso.
Pregunto precios y me deleito cuando me llaman señorita, aunque sea con fines lucrativos. Señorita, compre, señorita, por favor, señorita, ayúdeme, se lo dejo baratito, señorita, por favor.
Y es ahí donde Señorita comete el grave error de posar sus ojos en una manta de alpaca. Porque dondequiera que vayan los ojos fisgones de las señoritas, estarán los ojos de lince de las señoras vendedoras. Listas para el acecho. Conscientes del interés y la tasa del dólar. Setenta y cinco soles, señorita, son veinticinco dólares, baratito, señorita. Alpaca pura, mire. Bien abrigada. Muy caro, señora, le digo. Entonces setenta, señorita. No, gracias; es caro (pero es suave y la toco y la vuelvo a tocar y me parece aún más suave). Sesenta y cinco, señorita. No, gracias, ahí viene mi tren. Debo irme. Señorita, por favor. Por favor, señorita.
Subo al tren con la manta de alpaca incrustada entre el deseo y la pena. Pero la billetera la tiene mi marido y yo pago el precio de la despreocupación económica: ¿la puedo comprar?
Ofrecele cincuenta, me autoriza. Asomo la cabeza por la ventanilla, del lado de la vía. Se me acercan cuatro vendedoras, pero ninguna es ella, la que yo quiero.
—Quiero a la señora de las mantas de alpaca.
—Ah, sí, la Pachita. Ya se la llamo, 'ñorita.
Pachiiiiiitaa, Pachiiiiiitaaaaa, Pachiiiiita. Pachita oye el llamado desde muy lejos y echa a correr por las vías arrastrando sus setenta años y su abultada mercancía.
Ahí viene, mirala, pobrecita, con tanto interés. Mira qué frágil es. ¿No te parece poco ofrecerle cincuenta? Es humillante. No, no lo es, me responde seguro y desafiante Él.
—Cincuenta y se lo compro, señora.
—No, señorita, con eso no gano nada, señorita, déme sesenta, por favor, que necesito.
—Cincuenta o nada.
—Sesenta, le estoy haciendo precio porque quiero comer, señorita. Por favor, señorita.

La Señorita conmovida pasa el mensaje al portador de la codiciada billetera. Cincuenta, me responde desde el asiento. Sesenta, se planta Pachita. Cincuenta, insiste él. Y mi cabeza va del asiento a la ventanilla, de la ventanilla al asiento, en un ping pong sin vencedores ni vencidos. Transacción imposible, me convenzo, y comienzo a cerrar la ventanilla ante los ojos suplicantes de la arrugadísima Pachita, que se cuelga del tren y golpea el vidrio y me llama señorita y me grita desesperada con la voz quebradiza y vieja y pobre y fea y analfabeta y mendigante y desdichada y humillada e ignorante e inferior y desafortunada de la vida y pobre mujer y…
¿Y dónde carajo te quedó el corazón de hombre bueno con el que me casé, eh? Por diez miserables soles no le compras a esta pobre mujer, que puede ser mi madre o mi abuela o la tuya, y necesita vender porque si no, no come. Sos un despiadado, insensible, cruel, patán….
Dos lagrimones me tapan la boca y quedo callada mirando hacia abajo. Triste, culpable, mala... mala tan mala con estos pobres indios, que sin nosotros no viven.
Pachita no afloja. Camina por las vías hacia el frente del tren, y de allí al andén y de allí a la ventanilla donde yace firme la billetera que no se abre. Escucho voces que hablan, negocian, sí, no, sí, no. Presto poca atención porque estoy triste y no soporto más la iniquidad.
De repente, la tibieza de la alpaca se me sienta en las piernas.
—Aquí tenés. ¡Toda tuya! Tus lágrimas me conmueven más que las de Pachita.
— ¿Cuánto pagaste?
—Sesenta.
Sonrío burlona porque finalmente el débil le ha ganado al fuerte, el ignorante al que lo sabe todo. Siento justicia divina y sonrío.

—¿Cuánto cuesta esta manta, señor?—pregunto. Es la misma exacta manta que me vendió Pachita, pero exhibida en un puesto de una reconocida feria turística.
—Cuarenta y cinco soles, señorita. Pero se la puedo dejar a cuarenta, si me la compra.

No, no hace falta. Ya la compré por sesenta soles a una señora que creí débil, ignorante e inferior porque no conocía la computadora ni la calefacción central. Una mujer que "sólo" sabe ganar impulso con el viento de la montaña y que, entre risas desdentadas e hilos de alpaca, sabe tejer a diario las ásperas artimañas de la supervivencia. Una mujer que sabe, más allá de mí. Y mejor que yo.

25.4.07

Borradores de viaje (3a. parte)


No puedo negar que Cuzco me conmueve tanto como Qosqo. Pero me callo la boca. Las construcciones españolas son bellísimas, como lo son en otros puntos del continente, donde pagamos fortunas por apreciarlas. En Qosqo, sin embargo, los vestigios coloniales han de mirarse con desconfianza y de refilón porque la idea es deslumbrarse con el elemento inca. Los turistas nos ponemos la lente de la historia que más se adecua a nuestro paquete vacacional.

Seguimos el tour, entonces, con el emblema de un poncho colorido en el corazón. A medida que pasa el día, Roni va perdiendo sus bríos matinales y, de amigazo-indígena-papá-del-pequeño-Fabián-de-tres-años-que-va-a la-escuela-por-la-mañana-y-a-la-tarde-se-queda-con-su-tía-Flora-que-le-da-los-gustos, se convierte en un distante guía de turismo, callado y frustrado ante mi indecisión de comprar artesanías en el lugar que él recomienda porque sutilmente ha negociado una buena comisión a nuestras espaldas.

Está bien, Roni, ya nos vamos a Valle Sagrado y te dejamos tranquilo. El día es largo y cuesta ganarse el pan entre estos turistas que ni siquiera tienen el recaudo de dejar de hablar de abultados sueldos y enormes propiedades durante el exquisito almuerzo que comparten con vos. Pero no los culpes, Roni. En el fondo son buena gente, preocupada por la pobreza del mundo. ¿Acaso no los oíste decir que eran feligreses de la iglesia cristiana de los últimos santos del pentecostés universal de Kansas?
Adiós, Roni. Gracias por tus enseñanzas, que no han sido pocas. Me encantó conocerte, aunque sólo te acuerdes de mí hasta el momento en que le compres la leche a Fabián con la propina que te dimos.

La ruta montañosa sube y baja. Los Andes acompañan el viaje con su silencio fotogénico y soberbio de siempre. Maravillosas vistas. Maravillosa sensación de estar en medio de la nada. Diminutos pueblos perdidos, donde una oveja nos saluda junto a su pastor. Hoy es sábado. ¿Qué hará esta gente los sábados? Me aburro de solo pensarlo y sigo cantando mi canción andina. Estoy feliz.

Hablo con el chofer del vehículo que nos transporta. Su acento me recuerda al de Senovia, la boliviana que trabajaba en lo de mi madre. ¿Usted, señor, es boliviano o peruano? Peruano, quechua-hablante. ¡Ahí está la respuesta a la similitud que percibo! En la hermandad de todos estos pueblos andinos, quechuas de sangre; peruanos, bolivianos, argentinos, chilenos, colombianos y ecuatorianos por imposición. Su primer idioma es el quechua y el segundo, el español, que todos hablan con un mismo acento, cual nación clandestina que une sus manos bajo la tierra.

Por fin llegamos a la hostería del Valle Sagrado, al pie de los nevados de Pumahuanca y Chichón. Es pequeña, acogedora y vistosa. Nos reciben cuatro perros blancos, enormes, peludos y malcriados, que contrastan, en color, tamaño y status social, con los tres sirvientes que se encargan de nuestro equipaje. Don José Dueño nos tiende una mano afable y Doña Irene Dueña-Chef nos aprieta con un excesivo abrazo de dólar por venir. El fin de semana sólo les ha aportado tres huéspedes, pero ellos no necesitan más propaganda porque el boca a boca les funciona fenomenal y se han ganado una excelente reputación entre los americanos amantes de Sudamérica. Son peruanos, limeños, cultos, sesentones y aparentemente aristocráticos. Hablan con su personal en quechua. ¿Cómo es eso, Don José? Me lo enseñó mi nana de pequeño. Mi madre también lo hablaba. ¿Su madre era india, Don José? No, que va, m'ija. También se lo había enseñado su nana—me responde.
Cual institutrices alemanas y francesas—pienso. Y me dejo transportar por el delicioso pisco sour que me ofrece.

20.4.07

Borradores de viaje (2a. parte)


Canto, despego y saludo a mi vecina de asiento, pero ella es demasiado fina para hablar con extraños. ¡Y eso que me vine con tacos! Dormimos como angelicales siamesas de cráneo, pelo contra pelo, pero no nos saludamos porque no nos conocemos.

Lima, aduana, fila y Luis Eduardo Aute en mis oídos. La vida con música es hermosa. Parece una propaganda de televisión y yo, una espectadora entretenida. Tan entretenida que espero mi valija en el sitio equivocado. No es inusual. Pero tengo la excusa de estar cansada. La una de la mañana, me informa él, mi ÉL, cuando me abraza sonriente al llegar y le pregunto la diferencia horaria entre Perú y Argentina. Vamos al hotel, darling. ¡Vaya hotel! De esos con camas mullidas de tres metros de alto, y mantas peluditas y vaporosas. Paga el trabajo, claro. ¡A dormir se ha dicho! No te entusiasmes, que en dos horas salimos para Cuzco. ¿En dos horas? Y bueno, serán dos horas de reina. Reina convertida en ogro al despertar. ¡Come on! Desayunar a las 4 y media de la mañana no me hace gracia. Y además, ¿quién entiende este menú? ¿Acaso no tienen una media luna común y corriente, algo normal como tenemos en Argentina? ¿Qué diablos son los palitos de ajonjolí? ¿En qué español hablará esta gente? El mozo me mira con odio. Sí, ya sé, muchacho. Soy argentina y podría suicidarme tranquilamente desde la cima de mi ego, ya lo sé. Conozco el chiste, gracias. ¡Pero tengo sueño!

-No te preocupes, que en Cuzco dormiremos toda la mañana antes de salir a recorrer. Calentitos y cómodos en la hostería que contraté para los dos.

¡Hurra! ¡Dormir! Vuelo a Cuzco con la ilusión de un colchón. Lo siento, no puedo ser más intelectual. Con hambre y sueño, se me va al diablo la sofisticación. Y encima, hace un frío terrible. ¡Acotadísimas las sandalias que puse en la valija! Hoy en Cuzco amaneció más frío que nunca, nos anuncia Roni, el guía enviado al aeropuerto por la anhelada hostería que espera con sus tibios colchones. Pero no todavía, dice Roni. ¿Ah, no? La hostería no queda en Cuzco, sino en el Valle Sagrado. Iremos allí luego de recorrer Cuzco. ¿Y ese “luego”, a qué hora sería, Roni? Cinco o seis de la tarde.
¡Pero son las siete de la mañana!
Bien, me meto el sueño en el bolso de mano y bebo de un sorbo el té de coca que me ofrecen en la "casa de descanso” donde nos lleva Roni. Un lugar de paredes verdes y rosadas. Adobe adornado para el turista con lo que Mr. Turista desea ver, dentro del presupuesto y el gusto local. Roni habla inglés. Lo habla muy bien. Roni, ¿dónde naciste? ¿Sos Inca? No, soy machiguenga. Soy de la selva al este de los Andes, allá lejos, en la entrada del Amazonas, donde nadie llega porque hay muchas pestes y muchas enfermedades y el mes pasado murieron de fiebre 30 exploradores de piel blanca. Roni, ¿quién te enseñó inglés? Yo solito, hablando con los extranjeros cuando vine a vivir a Cuzco. Me crié en la selva, sin moneda y con sistema de trueque y con doce hermanos que hablaban quechua como yo. Porque mi clan era nómada y...
¿Tu clan, Roni? ¿De verdad tienen clanes, Roni? ¿Cómo en los libros de historia, Roni? Roni, pero qué burra soy. Si hasta pensaba que ustedes no iban a la escuela y sólo hablaban con las llamas y las vicuñas y vivían porque el aire es gratis. Pero no, Roni. Parece que en la selva hay escuela primaria y escuela secundaria y que aunque no muchos la completan, los maestros se esfuerzan por enseñarles el mundo para que ustedes emigren a Cuzco (la gran metrópolis, que le llamas) a forjarse un futuro entre nosotros, los turistas que venimos a apreciarlos como a monos de zoológico. Roni, ¿es que acaso hay algo que no sepas? Me has respondido a todas las preguntas que te hice, indio de la jungla impenetrable y llena de bichos. ¿Serán tus tres años de licenciatura en turismo o será tu cabeza indígena tan apta para la supervivencia? Roni, pasamos el día a tu lado y nos hablas y nos hablas de historia, de geografía, de lingüística. Y aunque me mareo por la altura y me quedo sin aire y termino en la enfermería del Coricancha (Patio del Sol) con máscara de oxígeno, he llenado mis oídos, mi nariz y mis ojos de este mágico lugar, donde aún se escucha el grito de un Inca abortado para siempre. Abortada su veneración a la luna, al sol y a todo lo que emana de la sagrada tierra. Abortada su visión progresista de la vida. Arquitectura, medidas, orientación, declive. Todo fríamente calculado para que el terremoto no matara a sus criaturas. Piedras impecablemente alineadas y encastradas. Construcciones perfectas que Don Conquistador del Viejo Mundo parece haber valorado bastante. De hecho, la Iglesia de Santo Domingo fue erigida sobre los óptimos cimientos del patio del Sol, levantado por tu hermano Inca, Roni. Se tiró abajo lo que no les servía, y se rescató lo más valioso. Como las estatuillas de oro, Roni. Tanto les gustaron a los conquistadores, que se las llevaron íntegras. Y, a cambio, les dejaron sus dioses, sus cristos y sus santos llorones. Se los incrustaron en la garganta para que los digirieran más rápido. La palabra Cuzco es prueba de ello. QOSQO la llamaba el Inca y CUZCO la deformó el conquistador, a patadas y estiletes. Por CUSCO se decidieron ustedes, mitad indios mitad otra-cosa-que-no-se-define-bien, cusqueños orgullosos de su origen, pero resignados a ser de otro.

Cusco es un triste término medio para lo que nunca debió haber dejado de ser Qosqo.

17.4.07

Borradores de viaje (1a. parte)

Mmm! ¡Qué tentador! Son pocos días y la propuesta es imperdible. Al menos eso creo. No lo sé. Alguna vez estudié la historia. Alguna vez alguien me contó que había ido. Alguna vez dije que Mach Pichu sería un sitio fascinante.

Pero eso es todo. Lo demás no me interesa. Sólo estar allí y saber qué siente mi cuerpo en ese ambiente. Prefiero la sorpresa; la inocencia ciega que se esfuma lentamente a medida que abro los ojos y mastico y digiero y asimilo el entorno hasta defecar mis prejuicios.

Viajo sola. Sola, sola, sola. Me puse las botas de tacón y un pantalón de vestir. Hoy quiero ser una viajera elegante, autónoma y segura. No zapatillas desflecadas ni mochilas militares. Tampoco sonajeros ni bolso de pañales. Ya no perderé el vuelo ni me olvidaré, despeinada y traviesa, el pasaporte. Hoy extraeré mi billetera de piel de lagarto y, con uñas pintadas y tranquilas, mostraré los documentos necesarios para el embarque. Caminaré por los pasillos, madura de tacón, moderna de MP3, acompañada por Sting. Me detengo en la fila de la aduana. La libertad del mundo aguarda para diseminarse a sus rumbos de distinto color. Gorras de béisbol, trajes sastre, pelos largos, pelos cortos, cueros brillantes y lonas desgastadas. Todos esperando para embarcar. Todos y yo, y mi orgullo de ser libre y estar bien peinada. Con la frente alta y mis tacones elevados a la altura de los años que llevo en esta vida, de los muchos aeropuertos y las muchas despedidas acuñadas. Alto, bien alto, pero tocando el suelo.

Fragilidad, susurra Sting en mis oídos. Y yo miro alrededor. Están cansados, sedientos y algunos (muchos), desconcertados. Hay de todo. Y todo es tan frágil, sí Sting. Somos frágiles. Somos pasajeros. Tan frágiles que me da miedo haberme sentido fuerte y grande aunque sea por un minuto (minuto de madre liberada). Miedo al castigo divino, natural o casuístico. Al que sea. Miedo a la ira de ese invisible en el que ni siquiera creo creer. Miedo a su ofensa y a su revancha contra mis retoños, suaves exhalaciones de vida. Plumas leves y tenues que van sumando cuerpo a su vida y que un día serán tan pesados que me harán liviana, casi invisible; innecesaria y redundante hasta la desaparición. Pasaporte, por favor.

Estoy a punto de despegar rumbo a Lima y a sus brazos tibios. Los de mi marido, que estuvo trabajando allí toda la semana. Voy depilada y lista, con las uñas pintadas. ¡Pícara! me dijo la depiladora. E imagino que visualizó con asco el destino de mi acicalamiento, porque tiene 23 años y un cuerpo joven (tanto el propio como el que le asalta la cama).

Me ajusto el cinturón para el momento que siempre me daba nervios de felicidad. Hoy también siento un nervio, pero un nervio distinto. El avión volará, y yo con él. Volar es peligroso. Es perderse en la libertad del aire y correr el riesgo de caer. Pienso en ellos, pequeños y míos; preciosas raíces que me convocan a la tierra. Asideros para mi vida loca y perdida de ayer, tan obsesionada por andar. Iba donde fuera, como fuera y con quien fuera; cepillo de dientes y calzón limpio, nada más. Tres pertenencias en mis espaldas. Cuantas menos, mejor. Más liviana para volar y llevar mi ser a otros mundos, y mirarme en otro idioma, entre otros rostros, cantando sus canciones, copiando sus estilos, robando sus ideas. Días en que me miraba desde lejos con uno y otro disfraz, como niña que ríe histérica entre probadores y sombreros de fieltro; con una risa profunda, pero ahogada de incertidumbre. ¿Qué habrá más allá? ¿Dónde estará? ¿Cómo será? Buscaba la vida en todos los rincones y volaba cada vez más alto, cada vez más liviana hasta el sombrero más fascinante y el porro más delirado. Flotaba y flotaba, buscando derroteros sin encontrarlos.

Tic, un huevo. Tic, otro huevo. Crac, se abren. Crac, aparecen sus rostros. Crac, son rubicundos y calentitos. Rizos, biberones, balbuceos. Crac, crac, crac. El llanto en medio de la noche y la legaña derretida al verle sonreír en la penumbra. Celestialmente humanos y enormes de vida. Míos. De repente, toda la grandeza existencial late en el pequeño hueco donde me encuentro. ¿Quién puede querer más? ¿Quién desea volar? No por ahora. Déjenme contemplar la vida desde el principio, contarle los dedos, entenderle el pito y la vagina y sus bellísimas diferencias, reconocer en sus celos de niño mis celos de adulta. No quiero ir más lejos. No por ahora. Volar me da miedo.

Pero igual despego y canto moderna con mi MP3.
(continuará)

Aclaración: ya he regresado del viaje. Simplemente transcribo mis diarios.

9.4.07

SIN MAQUILLAJE

El pobre toma la muerte con más naturalidad que el rico.
La muerte le es tan opresivamente cercana como la vida. Porque el pobre es vecino carnal de la vida. La toca, la pechea, la baila, la vomita, la huele, la infecta, la copula de a diez hijos y la camina con várices azules y endurecidas.
La muerte es el fin de esa vida y, como tal, debe ser tocada. Se toca al limpiar las pústulas y las heces. Se toca al perfumar la rigidez del niño con agua de azahar, y al incrustar las uñas en el barro de la fosa fría. No hay paredes mullidas ni acolchados verde agua. No hay enfermeras esterilizadas ni médicos compungidos, ni hay pompas negras de embalsamadores uniformados.
No hay maquillajem mortis que separe la vida de la muerte.
El pobre vive su muerte sin maquillaje. De la misma forma que muere a diario su vida.

4.4.07

¿Compañero de ruta?



A pesar de mi anterior post sobre la interesantísima compañía que le significo a mi propia vida (brote psicótico, dirían los expertos), vengo a solicitarles me ayuden a encontrar un compañero de ruta.

¡No! No es lo que piensan. Al menos por ahora...

Es simplemente que mi yo y mi esencia hemos decidido aceptar el convite efectuado por nuestra otra mitad, y rumbearemos para Machu Pichu la semana próxima.

Dado que la invitación no incluye retoños, lo primero que pienso es que el viaje me dará la inmensa libertad de hacer lo que se me antoje. ¿Y qué es lo que siempre se me antoja? ¡Pues leer! Leer es el peor de mis vicios y por eso, no puedo evitar imaginarme leyendo en el aeropuerto, leyendo en el avión, leyendo en el autobús, leyendo en el hotel, leyendo en la cima de un monumento. Leyendo sin interrupciones, sin sueño ni excusas.

Así me imagino. Sí, aunque parezca ridículo pensar en ir a leer a Machu Pichu, cuando pienso en libertad, pienso en lectura. No obstante ello, existe la posibilidad de que, entre renglón y renglón, dedique tiempo a otras cosas, como admirar las ruinas incas, luchar contra el apunamiento, disfrutar la cultura, sacar conclusiones existenciales y, por qué no, revigorizar mi matrimonio.

Pero bueno, la intención no era hablarles de mi apasionante viaje (no mientas, Laura), sino pedirles recomendaciones bibliográficas. Mi gusto literario se inclina hacia los textos en que la reflexión prevalece sobre el argumento (Muñoz Molina, Bolaño, Lobo Antunes), pero para esta ocasión preferiría una historia ágil que me lleve de la mano. Como ejemplo les cito "La Reina del Sur" de Perez Reverte o "Travesuras de la niña mala" de Vargas Llosa, y estoy segura de que ustedes se encargarán de llenar el resto...

Desde ya, mil gracias.

29.3.07

COMPAÑERA DE RUTA



- ¿Quién es la persona que va a estar con vos toda la vida?
- No sé
- Vos misma, nena. ¡Obvio!

Era una conocida no muy lúcida, pero su comentario prendió todas las luces de mi interior.

¿Yo misma? ¿Y quién soy yo?

Desde entonces - hace más de 15 años – procuro tenazmente conocer a mi única compañera de ruta. Necesito ser consciente de sus potenciales para mejorar el paso. Necesito aceptar sus carencias y sus complejos para no soñar destinos quijotescos. Necesito reconocer sus visiones distorsionadas para que no nos caigamos en el fango. Necesito cuidarla. Necesito comprenderla. Necesito contar (y reír) con ella.

Ella y yo. Mi esencia y yo. Juntas. Y acompañadas.

27.3.07

Porqués otoñales

¿Por qué los árboles se llenan de hojas en el verano y se quedan desnudos en el invierno, que hace tanto, tanto frío?

¿Por qué todo nos sale bien cuando estamos felices y tan mal cuando caemos vencidos?
¿Por qué le otorgan préstamos al rico y se los niegan al pobre?
¿Por qué se premia siempre al niño bueno y se aporrea al malo, que es el más necesitado de cariño?

16.3.07

¿Y CÓMO SE DICE?


Verla interactuar con los pony de juguete estremeció su alma de cosaco neoyorquino. La escuchó hablarles y cantarles en perfecto y envidiable castellano. Llena de entusiasmo y libertad, cual potrillo que galopa sin temores por las nubes de la infancia.

La miró y se estremeció. Mi hija. Mi caballito trotador. My little pony, my beautiful pony, my beloved pony.

La emoción lo embargó en inglés. Sentó a su niña en el regazo y con una sonrisa reblandecida, le tradujo su corazón en el mejor castellano que conocía:
-¡Yegua!

9.3.07

FRUTO DE TU VIENTRE

Perdóname, mamita querida, por mancharme el pulóver con chocolate, por hacerte lavar mis calzones, por condenarte a cocinar y bañarme. Perdóname, mamita, por pensar en mis muñecas y olvidar tus desvelos, por pegar a mis hermanos que son tan casi perfectos. Perdóname por haber salido tan mala, tan cargosa, tan inútil, tan poco digna de tu amor.

Quisiera sentir tu cariño, saber que te gustan mis modos, soñar que te puedo hacer feliz. Yo quisiera muchas, muchísimas cosas. Pero lo que más quiero, mamita del alma, es abrirme las venas para arrancar de mi sangre los genes de aquel estupro que tanto te hizo sufrir.

2.3.07

ASIMETRÍA


- Cuando yo era niño, decía que quería ser negro porque los negros corren muy rápido

- ¡Ja ja, qué niño tan ocurrente! — exclamaron los demás comensales.

- Yo, en cambio, de niño quería ser blanco – comentó otro.

Pero nadie se rió.

21.2.07

¡CLIC!

—Mamá, se me perdió el avioncito de papel que me armó Pancho. ¿Vos me harías uno?

Mmmm…Avioncito, avioncito. ¿Cómo corno se hace un avioncito? Hurgando en mi memoria, rescato tres pliegues básicos que en mis épocas -también básicas- representaban algo parecido a una aeronave (de aterrizaje forzoso en la melena batida de la profesora de química).

Ya está, le digo. Pero no vuela bien, me responde.
Tiene razón.
¿Entonces qué? Entonces jugá con otra cosa y un día le preguntamos al tío Omar si sabe armarlo - hubiera respondido mi propia madre en otros tiempos.
¿Entonces qué? Entonces busquemos en Internet, respondo yo, madre de la era informática con acceso global al instante.

Bien, veamos: Google. Aviones papel, buscar, enter. ¡CLIC!

Ante nuestros ojos aparecen mil alternativas de lo que se ha dado en llamar origamia.
—Éste, mami, dale, haceme éste que está buenísimo.
—¿Cuál? ¿El modelo comando ciberacético nuclear, decís?
—Sí, ése, porfi.
¡Clic!
Bueno, intentemos. Con el papel agarrotado en mi torpeza manual y los ojos clavados en la pantalla, comienzo a plegar la solapa A y la superpongo a la B y, levantando la punta J, doy vuelta el vértice T junto al pliegue M de la solapa W para llegar a la figura 23, que representa la mitad de las instrucciones de armado del comando ciberacético nuclear. ¿Y ahora qué? ¿Se doblará hacia aquí? ¿O hacia allá? ¿Y si ésta no es la aleta que muestra el dibujo? ¿Será esta otra? Yo qué sé. Comienzo a impacientarme y casi casi le sugiero esperar a que llegue su padre ¡pero no! En un secreto rincón del cuerpo conservo algo de mi fibra independiente emancipada y decido perseverar aunque el avioncito es, para qué mentirnos, un tanto complejo.

Además, a él le gusta. Y él, como muchos de los niñitos de la nueva generación, tienen las neuronas entrenadas para no postergar deseos porque hoy, en un abrir y cerrar de ojos, el control remoto, el plástico a sola firma y el clic de la pantalla lo resuelven todo. ¡Y YA!

Pues bien, sigamos ya. ¿Pero cómo? Nos hemos quedado varados en la figura 23. Y por más que me acerco a la pantalla, contraigo las pupilas e intento analizar la imagen, no comprendo qué diablos debo hacer con la aleta P (¿o será la S?).

Desolada y a punto de abandonar el residuo feminista, el avión y las aletas, encuentro algo que me salva la tarde. “Los pasos 23, 24 y 25 son muy difíciles de explicar. Preste suma atención a los dibujos o pulse aquí para ver un video aclaratorio." Lo primero ya lo he probado sin éxito. Ergo, recurro a lo segundo. Clic. En un instante fugaz, aterrizo en una página de YouTube, donde un simpático nipón llamado Kanisawe se presenta: Ka ni tó pe té Kanisawe, y con dedos mágicos, procede a explicar a un mundo infinito y anónimo cómo se arma la utilísima nave: shinitú pa toí sinacú tirá to palú sic ata má lolai si té kitorí miné sibazí tiré. Hihaté ninja nó sinacú tirá to palú laú laulaté laulá (¿habrá dicho Laura, che?).

Rápida y entusiasmadamente, mis dedos se mimetizan con los de Kanisawe en una danza universal sin tiempo ni idiomas que une su hogar en Tokio con el mío en Buenos Aires para construir a dúo el más maravilloso avión de papel comando ciberácético nuclear que jamás hubiese imaginado lograr. Todo al instante y en un clic.

Satisfecha con mi obra y la felicidad del chiquitín, me quedo pensativa. Un simple clic me ha llevado a destino sin necesidad de ver ni hablar con nadie (el "Don Luis, ¿usted no me prestaría ese librito de su nene sobre origamia?" es histórico). Y sin necesidad, tampoco, de consumirme de emoción esperando un fascículo coleccionable o a algún experto tío Omar.

Un simple clic nos ha cambiado la existencia de modo tan fascinante como irreparable.

14.2.07

BESOS DE TRAPO


Dedico este Día de San Valentín a Ana, mi amiga del alma y hermana por opción, con quien una tarde lluviosa, bajo un enorme paraguas negro de mi madre, nos sellamos mutuamente los labios con un beso y un secreto.

Teníamos cinco años y un repasador de cocina que nos separaba los rostros y la saliva cochina.

Treinta y tantos años después, aún recuerdo el gusto a trapo y picardía de aquel primer beso en la boca con gotas en el pelo.


7.2.07

Sorda, ciega y muda


Ella vino desesperada porque él la engañaba, porque él la humillaba, porque él no cumplía con sus eternas promesas de cambio. ¡Se acabó!, dijo decidida el mes pasado. Y fueron 28 días de escucharla hablar de un tema que no parecía dejarle la mente ni para ir al baño.

Hoy regresa del encuentro con una sonrisa en los labios y el aplomo de un sabroso revolcón horizontal.

“¿Sabés qué pasa? Que yo soy una tonta porque le cuento mis problemas de pareja a la gente. Esos temas son míos y nada más que míos. En definitiva, ¿quiénes son ellos para juzgar el amor? Yo no me meto en la vida de nadie. ¿Por qué todos tienen que machacarme el cerebro con sus opiniones? ¡Que me dejen tranquila, che! Mi vida es mía, y ¡yo lo amo!”

Como en la escena de la película “¿Donde está el piloto?”, siento el deseo de amarrar una cuerdita al techo y colgarme sin más.

2.2.07

LOS MONSTRUOS DEL SUEÑO


La damisela se saca los zapatos y se entrega al sueño con la sonrisa y la dulzura que caracterizan sus horas diurnas. Su venerado caballero le besa los labios. ¡Buenas noches, lucerito! Y ella, feliz, cierra los ojos y comienza a navegar etérea por los confines del descanso. Angelical y cándida. Bella y serena hacia su noche, su noche infinita.

Infinita de tirones de sábana, de robos de almohada y visitas infantiles que huyen de la oscuridad. Infinita de ronquidos, de torceduras de cuello, de piernas inquietas y manotazos reflejos. Infinita invasión que la deja casi al borde del lecho, casi al borde del abismo de parqué, casi al refugio de la bañera o el bidet.

Y es entonces - sólo entonces – que mientras duerme la damisela con gentil gesto, comienzan a aflorar ellos. Ellos: los deformes, los huraños, los multiplicados. Ellos: los pérfidos, los hastiados, los gruñones. Los peludos monstruos vigías que habitan bajo su tersa piel y que, al ritmo de codazos, patadas y bofetadas, vociferan improperios dignos de barcos cargueros y bares de puerto. ¡Dejen dormir, carajo! Te voy a arrancar los pelos. %&"&)(/??=(!!!! Te mando al sótano. (&%$"$" ¿Escuchaste? Te dormís o te mando al sótano. %"###!%#"()==)). Te pelo el cuero cabelludo, ¿me oíste? /%"%%# ¡Quiero dormir, la p=tís/&%$# madre que te pa&%!! %$#"/!!! ¡Pídanle agua a su padre, che!

La casa tiembla y luego se calma. La damisela se da vuelta y suspira entre sonrisas benditas. Sus centinelas siempre la protegerán. ¡Felices sueños, Laurita!

10.1.07

Silencio de mar

¿Dónde están tus ojos esta tarde?, me pregunta Gonzalo.

Esta tarde, esta larga tarde de sol que es el mes de enero, mis ojos se pasean somnolientos por los confines del veraneo. El mar, las risas infantiles, los ocasos con mate y arena, los cuerpos esculturalmente presumidos, el sudoroso paso de un vendedor de churros y las manos entrelazadas de dos ancianos con celulitis.

Todos intentando colmar, en un breve espacio de tiempo, los más íntimos deseos postergados y alegadamente merecidos. El mejor bronceado, el mayor descanso, el más frutal de los batidos con hielo. Unos contra otros, en una nube multitudinaria que se afana por debitar el crédito acumulado durante el año. Unos contra otros…y “yo primero”, incluido el comerciante, que aprovecha la efímera gloria para llenarse las arcas.

Entre todo esto se hamacan mis ojos. No sin sonrisas, no sin nostalgia, no sin una inmensa gratitud.

Tengo el alma silenciosa. Muy silenciosa; casi en paz.

¿Será posible este estado?