29.7.06

¿Y ahora qué hacemos?

Aunque no cuento con demasiado tiempo o espacio para el blog, me complace ver cómo avanza nuestra historia común. Sinceramente, temía que nos quedara colgada, pero parece que tanto lectores como escritores se han dejado llevar por sus letras.

No se muy bien qué formato darle. Nos está quedando bastante larga y si la publico como un post, será interminable. ¿Alguien más entendido en el asunto podría sugerir algo? ¿Dónde colocamos a nuestro caro bambino?

Siguen mis vacaciones campestres en medio de un pequeño pueblo de los Estados Unidos. Sigue mi cabeza pensando. Sigue mi corazón zozobrando. Siguen mis historias germinando.

Hasta luego.

25.7.06

¿Seguimos emborrachando bombachas?

Aquí va lo escrito hasta ahora, incluido un último párrafo recién salido de mi horno vacacionero. Saqué un par de cositas que no tenían sentido en el conjunto. A ver qué pasa con esto...

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La bombacha era blanca cuando Paula decidió vestirse muy lentamente y sin prisas. Lo único que deseaba aquella mañana era mimar su cuerpo y sentirse bien consigo misma. Eligió una de algodón , pequeña pero deportiva , de esas que pueden usarse durante el día sin temor al después. Se sentía viva, pero ante todo se sentía sensual, muy sensual. Desde aquel día en que se cruzó con él mientras corrían por el parque. Desde que él la recorrió con la mirada en un instante y se sonrieron por primera vez. "Me gustas incluso vestida para hacer deporte"- le diría con el tiempo.

Le gustaba correr. Había descubirto que el calor aeróbico se le pegaba en cada hueco del cuerpo y le despertaba un ritmo palpitante entre las piernas. Sudaba. Sus músculos tensados, y a la vez tan sueltos, la transportaban al sitio donde imaginaba estar, en movimiento, jadeante, sin aliento. Su mente volaba tan rápido como sus piernas. El le había sonreído...sólo una sonrisa.

Sonrió ella al recordarlo. Mientras elegía la ropa del día, se dedicó a recordar como había sido todo. En realidad, siempre le gustó la caminata al aire libre; había empezado a trotar en forma casual. Como pidiendo permiso. Cuando empezó a ir al parque se sentía distinta.
La suba de adrenalina la ubicaba en espacios que jamás había visitado. Primero, el ahogo y la falta de ventilación y luego, el cruce de la barrera de oxígeno que renovaba los pulmones. En ese sitio se sentía cómoda; podía seguir y seguir por horas. Era una especie de vicio, una sensación inédita.

Terminó de vestirse y puso un poco de agua a calentar. Mientras se decidía por un té o un café comenzó a preparar la carpeta con los parciales corregidos antes de salir para la facultad. Hace tres días que no lo veo- pensó. Extraño sus manos y su voz. Odio que tenga que viajar.

La pava empezó a silbar

Sus viajes siempre son una sorpresa, nunca estoy preparada para aceptarlos. ¿Qué hará, cuando termina las reuniones, antes de volver al hotel? ¿Siempre regresa solo? Enseguida apartaba este tipo de pensamientos de su mente porque estaba segura: él la amaba a ella por encima de todo. Con gesto cansado se sirvió el té, sopló- estaba demasiado caliente- y se vio reflejada en la puerta del microondas.


Quedó contemplando su rostro, que ya comenzaba a diferenciarse de aquél que había conocido a Miguel diecisiete años atrás. Los bailes del club. Su tímido maquillaje. Los tacos sin plataforma.

Sus pensamientos se interrumpieron con el lejano ring del celular. ¿Dónde lo había dejado? ¿Seguía enchufado o ya lo había guardado en la cartera?

Lo encontró junto a los exámenes. La pantalla anunciaba la llamada de Miguel.

—¿Hola? ¿Miguel? ¿Amor?
— ---------
— ¿Miguel? Hola, ¿me escuchás, Miguel?

La voz de Miguel se oia en el eco de la distancia. Como si estuviera hablando con alguien. Seguramente lo habían interrumpido en medio de la llamada a Paula y no había querido colgar. Era una forma de pedirle que lo esperara en línea.

Paula esperó, y siguió escuchando. Poco tardó en descubrir que la llamada no había sido una bella intención, sino el fatal descuido de quien está totalmente enredado en otra cosa.

Enriedo de piernas, suzurros y temperatura corporal.

21.7.06

De vacaciones

Querida Tia Martita:

He llegado a EEUU. Hace un calor insoportable. Siempre digo que el cuerpo tiene que acostumbrarse al verano de a poquito ¿viste? Esto de pasar de las botas altas a las piernas blancas y enrojecidas por la depilación ad hoc, es como demasiado fuerte, ¿no te parece? Antes de salir, dejé todo listo. Todito. Ni un misero pendiente me quedó. Si hasta llevé a vacunar al perro y hacía como seis meses que tenía esa obligación instalada sin remedio en la lista de cosas por hacer. ¿Por qué será que necesitaremos la presión del último minuto para funcionar? Hijos del rigor, como dice mi madre..

En el avión, la nena se me quedó frita apenas despegamos. Ella dormía hecha un ovillo y y yo, cabeza hacia la derecha, cabeza hacia la izquierda, cabeza apoyada en la ventanilla, cabeza apoyada en el asiento de adelante, cuello erguido, cuello doblado, cuello semi apoyado, asiento reclinado, asiento sin reclinar, piernas estiradas, piernas dobladas, piernas hacia la izquierda, piernas hacia la derecha, piernas acalambradas, caminata por el pasillo, asiento, cabeza hacia la derecha, cabeza hacia la izquierda, cabeza apoyada en la ventanillas, cabeza apoyada en el asiento de adelante, cuello erguido, cuello semi apoyado…. ¡CUELLO DESTROZADO! No pude pegar un ojo, la verdad. Pensar que unos años atrás hubiera podido dormir hasta sentada en el inodorito del baño. ¿Será que estoy vieja o que los aviones están cada día más incómodos?

Apenas nos sirvieron el desayuno, entramos en una zona de turbulencia. ¡Qué idiotas! No pueden ir por otro camino? Y ésta no era de las turbulencias suavecitas, te juro, sino de ésas que te hacen volar el café en un bloque macizo hasta la mismísima cara del tipo de atrás. Un horror. Había quienes se mataban de risa... los jovencitos, sobre todo. Otros, como el chino de al lado, se hacían los que no pasaba nada y otros, como yo, se abrazaban a lo primero que encontraban y se ponían a esperar el fin del mundo; pero que fuera pronto. Cuando todo se calmó, nadie tomó el desayuno. El aire olía a miedo gasificado y liberado.

Bueno, te dejo que me llaman a cenar. Sí, son las cinco de la tarde, pero bueno…a esa hora cenan por aquí. Ya se, ya se... dónde quedó el five o’clock tea, dirás. Yo me pregunto lo mismo. Mucho inglés, mucho yes, mucho we are the champions, pero del té inglés, ni noticia.

Chau, tiíta... Si puedo, te escribo otro día.... Volvemos el 10 de agosto, acordate...

Muchos besos

Tu reina.

17.7.06

Bombacha borracha


Nuevamente en un restaurant. Nuevamente llega el vino.
Mi hija intenta tomar un pan y voltea la botella y las copas llenas de vino. El contenido vuelve a aterrizar en mi persona. Macchiatto... ¡Todo macchiatto!
Pasé el día oliendo a beoda, porque no pude cambiarme.
¡Hasta la bombacha se me había manchado!

Bombacha borracha, borracha bombacha...

¿Qué les sugiere la idea? ¿Inventamos un cuento juntos?

¿Quién se anima?

15.7.06

El Edén del repulgue


A veces nos ocurren cosas insólitas...

Era mediodía e iba yo caminando por una concurrida zona de Belgrano, absorta en mis típicas disquisiciones poco prácticas. De repente, mi visión periférica capta una imagen bastante inusual. Varias capuchas puntiagudas de color beige avanzan a brincos de saltimbanqui hacia la otra vereda, la de la plaza. ¿Qué es eso? ¿What’s that? ¿Kej’ eso?, me digo. Para no perder la costumbre, pienso en catástrofes y pongo cara de espanto. ¿Será el ku klux klan? ¿Un asalto comando sado-humorístico? ¿El éxodo rebelde de todos los conitos de la pista del ACA donde se rinde examen de conducción, agigantados y decolorados por la bronca de que siempre los volteen?

¿Quiénes son?

Me aproximo, agudizo la vista y me percato de que la capucha cónica presenta bordes redondeados, rematados por algo que se apela repulgue y que funciona como mecanismo estantarizado para cerrar las empanadas de carne, de queso, de humita, de verdura, de jamón y queso, de queso y choclo, y las que hacen a la vuelta de mi casa con mozzarella, tocino y ciruelas laxantes.

Ya de cerca percibo también que la mal llamada capuchita no les cubre solamente la cabeza, sino gran parte del cuerpo, y que sólo les deja al descubierto los gráciles piecillos, enfundados en pantuflones amarillo patito. A título decorativo, las capuchas llevan pintados ojitos, nariz y una boca digna de comercial de dentífrico. Son nada más y nada menos que 8 empanaditas humanas, que desfilan contentas junto a un pequeño camión blanco con la insignia “Empanadas El Edén”, cuyos altoparlantes incitan al público, entre estridentes melodías, a probar los nuevos sabores y las grandes promociones de su flamante local gastronómico.

Al llegar a la plaza, el camión estaciona con la música a todo volumen, y las empanadas hacen una ronda para iniciar un sonoro batido de palmas al son de la melodía. Una de las repulgadas bailarinas, que luce un color ostensiblemente más dorado que el resto, avanza hacia el interior del círculo y, al compás del ritmo, comienza a ondular su cuerpo con ardoroso candor. Las demás le sonríen devotas (nunca han parado de sonreír) sin dejar de agitar sus palmas ni sus pies. La música sigue. El anuncio también: Empanadas El Edén, elaboración casera, venga ya. La plaza se colma de miradas atentas y enorme apetito colectivo. Las empanadas continúan allí. Y yo también, no me explico por qué. Sentada en un banco junto a un ombú, observo el baile hasta el final.

En ese momento, la más doradita de las empanadas - la que había ocupado el centro de la ronda - se apoya en una parte del ombú y, con arte y acalorado fastidio, se quita el disfraz de abajo hacia arriba. Primero las piernas, robustas macetas de venas acentuadas. Luego la cadera, que desde atrás parece un enorme almohadón deformado; luego la espalda, ancha y con repliegues de corpiño y grasa; y por último, la melena ondulada con frizz de junio -pero en julio. Cuando gira la cabeza, veo una nariz respingada, labios carnosos y un profundo sex appeal que se impregna en la parte de abajo del banco (donde todos pegan los chicles). Y, aunque con algunos dientes menos, reconozco al instante la envidiada imagen de mi adolescencia: ¡Eva Martínez!

Así, como siempre...Eva, al natural y rodeada de palmas, miradas y apetitos.
Eva…la del Edén
¡La deliciosa Eva!

Aclaración: continuación del post ¿Qué será de ti?

13.7.06

CHIN CHIN!!!!


Viernes. Cena de parejas amigas en un pintoresco restaurante porteño. Alguien presenta novia nueva. La conversación fluye amenamente por diversos cauces.

-Mi nuevo seguro médico me cubre la cirugía de las tetas.
-¡Qué bueno! Dale. Hacételas.
-No sé, me da un poco de miedo.
-Yo me las hice.
-¿En serio?
-Sí, pero no me puse mucho.

Las varias miradas se clavan en la pechera de la flamante novia. Las cabezas asienten.

-Es verdad. Mirá, amor. No son tan obvias. ¿Me las hago? ¿O me hago la lipo?
-Como quieras.
-Lo hablaré en terapia. Empecé terapia, ¿les conté?
-No. Pero mirá qué bien. Genial. Si te gusta, me la recomendás.

Justo llega el vino. Y brindamos por la terapia. Y brindamos por las tetas plásticas (las que son y las que serán). Y brindamos por las transformaciones humanas. La camarera sonríe cómplice, ¡porque estamos en Buenos Aires!

¿Indiscreción porteña? ¿dioses urbanos? ¿desesperación colectiva? ¿O un simple fin del mundo, como diría mi tía Catalina?

PD: che, que la de la foto no soy yo ¿eh? No sea cosa que me critiquen las chicas del gimnasio.

12.7.06

¿Qué será de tí?


Eva Martínez, alta, esbelta, naricita perfecta, labios carnosos, melena ondulada, pestañas frondosas y un ingenuo sex appeal que quedaba impregnado en cada rincón de la única discoteca del lugar. Su llegada alzaba las miradas masculinas, alzaba los colmillos femeninos y alzaba todo aquello que ella jamás tocaría. Porque Eva era selectiva, Eva era divertida y Eva sabía bailar. En medio de una rueda de babosos exaltados por la música de los ochenta, ella ondulaba su cuerpo con ardoroso candor, mientras algunos le batían palmas y otros, como yo, la contemplaban silenciosos, deseosos de ser ella.

Siempre hay una Eva Martínez en la vida.

11.7.06

Pasión italiana

Ser turista en Italia es como escuchar una radio con interferencia. Uno entiende la mitad de las cosas y se queda en ascuas respecto a la otra mitad. Y eso, para los obsesivos de las palabras, es una verdadera tortura.

Hacía días que, en Milán, me devanaba los sesos por descifrar la asociación entre la palabra macchiatto y el nombre del delicioso cafecito que me tomaba después de cada comida. El “cortadito” argentino, el café con un chorrito de leche. En Italia, el macchiatto. Tavolo suena a tabla y de ahí, se entiende mesa. Poltrona suena a descansar trasero y de ahí, a silla. Pero macchiatto ¿a qué sonaba macchiatto? No había forma de encontrar la relación.

-Café…avec un poco de latte… grazie-, le digo a la camarera, que comprende mi disparate en lengua romance y me coloca el cortadito al lado del copón de vino.
-Macchiatto per lei.
-¿Qué significa macchiatto, Rossana?- le pregunto, aprovechando el nombre bordado en su bolsillo para hacerme la amigota y retener su atención.
-¿Macchiatto? Eh... Macchiatto e questo-. Y señala la tacita.
-Sí, lo se, pero ¿qué significa macchiatto en realidad?
-¿Macchiatto? ¡Ah! Macchiatto- y se señala la camisa, con una pícara sonrisa granate.
-¿Camisa?
-No, non e camisa… macchiatto-, y se señala la manga, punteando insistentemente con el dedo.
-¿Manga? Repito, y me toco mi propia manga sin comprender demasiado la relación.
-No, non quello. Questo e macchiatto.
-¿Tela?
Frustrada, Rossana fija los ojos en el techo y aprieta los labios, ladeándolos de derecha a izquierda y de izquierda a derecha como ponderandos soluciones. De pronto, me mira con ojos de hallazgo y sonríe contenta.
-Guarda qui. Guarda qui.
Sin ápice de dubitación, toma la copa de vino y tras un enérgico sacudón, desparrama íntegramente el contenido sobre el mantel.
-Macchiatto… Macchiatto…Ma-cchia-tto. ¿Capisce?
-Ah…¡manchaaaaado! Claro, ¡manchado con leche!- exclamo satisfecha, intentando esquivar el río rojo que se desliza por il tavolo hacia mi persona.
-Ecco, ¡macchiatto!- dice la tana, con una alegría tan ancha como sus caderas.

Sólo un italiano puede explicar un término con tanta vehemencia. Sólo un italiano puede besar la copa del mundo con la pasión que amerita un encuentro sexual. ¡Pura passione!

Pero la palabreja jamás se me olvidó. Y, sin dudarlo un instante, el día que conocí a mi perro y le ví las manchas, lo bauticé Macchiatto. Macchi, para los amigos.

8.7.06

¿Destino obligado?

El "destino casamiento", que se pone tan furiosamente de moda a una cierta edad de la vida, atrae a infinidad de viajeros jóvenes que se embarcan en la travesía, previa búsqueda de algún compañero de ruta con idéntico interés. A menudo, la paridad de destino es el único criterio de selección (tanto mejor si viene con buena figura).
Comienzan el frenesí de los preparativos: boletos, atuendo, maletas, iglesia, juez de paz.
Los padres, amigos y conocidos agitan el lacrimógeno pañuelito al verlos partir.
A bordo, los felices viajeros se miran la cara, pero enseguida se distraen ante el inédito paisaje.
Una vez recorridos los puntos turísticos de rigor (clínica obstétrica incluida), vuelven a mirarse la cara e intentan encontrar otro destino común. Desalentados, deciden regresar al punto de partida por lacrimosas rutas separadas, donde padres, amigos y conocidos le extienden el pañuelito al llegar.
El juez se encarga, sin paz, de dividir maletas, productos obstétricos, facturas, fotos y recuerditos del viaje.

7.7.06

Tan sólo amigos

Es un amigo. Sólo un amigo. Pero es apuesto, seductor y me deslumbra el brillo de sus ojos, que me miran con detenimiento, curiosidad y algo que no puedo descifrar. Me parece intuir que es amor y así quiero creerlo, porque lo necesito, aunque yo no sienta lo mismo por él. Me llama todos los días a las cinco de la tarde, me cuenta los detalles de su día y me pregunta si he recordado tomar las vitaminas. Los domingos los reserva para pasear conmigo junto a su cámara de fotos. Recorremos la ciudad y nos rozamos los cuerpos de manera sutil, pero nunca accidental. Nos sentamos en el pasto de una plaza y entre lengüetazos al helado, le hablo de mis desencantos amorosos, le describo los vaivenes de mi corazón..."fulano, mengano, me llamó, le dije, no sé, ya no importa".

Un día me anuncia que se marcha indefinidamente en busca de aventura, tal vez dinero, mundo o lo que la vida le pudiera ofrecer. Esa noche me digo que debo jugarme por algo estable -amor correspondido- y, al día siguiente, lo beso con la pasión actuada que me apunta la razón. Y él se fue....porque tampoco me amaba.

5.7.06

Cuarenta y se me acaba la vuelta

En mi post anterior incluí una frase que había escuchado y que me pareció interesante para ilustrar cómo las verdades y los sentimientos sólo se comprenden cuando se viven. "Yo no sé adónde te aprieta el zapato. Ergo, debo abstenerme de hablar".

Ahora bien, esto desencadenó el tema de cumplir 40 años, trágico hecho que me ocurrió hace exactamente once meses y un día. ¡Y ahora sí que puedo hablar!

No voy a negar que el numerito 40 asusta, ya sea por la mala prensa que recibe (alias condicionamiento social) o por la realidad que devuelve el espejo. Cumplir 40, querida gente, es cruzar un puente. Un puente entre la percepción inmortal y la percepción mortal de la existencia. Es darse cuenta que la vida es finita, que lo que hay es lo que hay y lo que no hay, probablemente no venga si no lo buscamos ya. Es un dejar de pensar que fulanito tiene éxito porque es mayor que yo. Un descubrir que el dentista, el abogado y el profesional que nos ayuda han nacido tres, cuatro, ocho y hasta diez años después que nosotros. ¡Es ser un cuarentón!

Los cuarenta son la primera bofetada de la muerte. La muerte que, como final de la montaña rusa, ya se empieza a vislumbrar. Hasta ahora fue todo subida, emoción, camino por recorrer. El ruido de los engranajes que prometían una vuelta sinfín. La escalofriante excitación de no conocer lo que vendría, de adivinarlo, de aprenderlo.

De repente, en uno de los giros, uno abre los ojos y ve que, adelante y no tan lejos, alguien espera para bajarnos y, allí atrás, alguien espera para subir. La vida seguirá, con o sin nosotros.

Con suerte, los 40 son la mitad de la vuelta. Sabemos de qué se trata el juego. Eso es lo bueno y eso es lo malo. No hay tanta sorpresa, no hay tanto miedo, no hay tanto sacudón. Pero hay un final en el horizonte.

Y reconocerlo, es un gran susto, una gran pena, una gran alivio, una gran responsabilidad. Todo junto.... y mezclado con un cuerpo que nos empieza a quitar aquello de los que nos creíamos eternamente dueños (la tersura de la piel, la firmeza de la carne, la agudeza de la vista...y no sigo porque me deprimo) .

¿Se entiende la crisis?

PD: No es el tiempo un concepto perverso, por avanzar mucho más rápido de lo que la cabeza nos permite procesar? Se trata de un condicionamiento social, que no guarda mucha relación con la evolución real de un ser humano? En fin, tema para otro post.

3.7.06

En tus zapatos (viejos)

Ayer escuché esto:

Cuando mi hermano cumplió cuarenta,
se fue a su campo porque quería estar solo.

Y todos lo puteamos.

Hoy yo cumplo cuarenta,
y quiero pedirle el campo.