30.8.07

Esos raros peinados nuevos


-Mírala poniéndose el rulerón y estirándose el pelo alrededor de la cabeza. ¿Para qué? Qué antigüedad. Aquí en la peluquería tienen maneras mucho más modernas y dinámicas de alisar el pelo.
-Es que ella se resiste a dejar la “toca”, su arma secreta de seducción, su embrujo garantizado de las miradas masculinas en sus años adolescentes.
- Pero ya hace cuarenta años de todo eso. Hoy tiene 56, y la toca no se usa
- Probablemente su corazón no lo ha registrado. A todos nos pasa lo mismo: nos quedamos tildados en el momento de la vida en que nos sentimos bellos, seductores, libres, maduros y dueños del universo. Y tendemos a repetir las rutinas exitosas de entonces, en un fútil intento de recrear lo perdido. Sólo así se explica el flequillo de tres pelos del casi calvo; las faldas demasiado cortas sobre unas piernas otrora codiciadas, pero hoy llenas de várices; el anticuado “claro de luna” (mechón blanco sobre la frente) de la tía de mi madre, que fue milonguera en sus mocedades; y hasta mi ridícula propuesta de solucionar los problemas de peinado con una practiquísima permanente al estilo Newton-Jones (qué demodé, señora!).

23.8.07

Cuando éramos felices


Desde la ventana de su despacho viejo y descolorido, Antonio se entretiene con la imagen de tres colegiales de pantalón gris y zapatos negros. Caminan y ríen. Patean piedras y corren carreras con la mochila en la espalda. Qué felices, piensa Antonio, la garganta atorada de nostalgia.
Él también pateaba piedras. Él también era un niño libre, alegre, colmado de la dicha que hoy añora. Era tan feliz como estos colegiales a los que les pesan las órdenes de sus padres, les aprietan los zapatos acordonados, los agobian las mochilas cargadas de libros, les duelen las rodillas peladas y la tarea escolar que deben hacer antes de bañarse, comer lo infantilmente incomible y acostarse temprano.

Porque, como bien dijo Oscar Levant, la felicidad no es algo que se vive, sino algo que se recuerda (Happiness isn't something you experience; it's something you remember).

9.8.07


¡Hola, querido! ¿Me extrañaste? Yo también.

Te pido que no me reproches nada, aunque estarías en todo tu derecho de reclamar atención, respuesta o, al menos, una miradita ocasional. Te he tenido abandonado, lo sé. Un avión me llevó hacia el norte del mundo, donde el sol y la despreocupación de pies descalzos me invitaron al olvido. Ya conoces mi naturaleza extremista y apasionada: las cosas se hacen con intensidad o no se hacen. E intensamente te dejé, porque cuidarte significa alimentarte con el alma y mi alma estaba entretenida en vacaciones. Ya se, ya se, este año he viajado demasiado para tu gusto sedentario. Y bueno, tuve suerte, se dio así y lo he disfrutado a pleno. Viajar es una bocanada de aire. Es respirar la vida de otros sitios e incorporarla a tu sangre. Es como una charla profunda, como un buen libro, como un dulce amor. Situaciones nuevas que se te cuelan por las venas y casi imperceptiblemente transforman tu yo en un yo agigantado.

¿Qué he leído, preguntas?
Pues he leído varias cosas: obras buenas y obras quizás no tan buenas, pero que encierran el inmenso valor de la expresión creativa disciplinada, algo que admiro sobremanera. Siempre hay algo que rescatar en lo que se lee, algo que “escuchar” entre líneas, algo que aprender. Leí, por ejemplo, la última novela de Vila-Matas, “El viaje vertical”, donde un protagonista septuagenario emprende, seguido por los ojos del lector, una travesía sin retorno hacia su nueva identidad. Un tema conocido, pero bastante original en su desarrollo y la interesante exposición del pensamiento catalán. Me gustó mucho y agradezco que me lo hayan regalado con tanto amor.

También leí “El perfume” de Patrick Suskind. ¿Te acordás que me lo recomendaste a raíz de los comentarios que dejaron los blogueros aquí en tu seno? Ciertamente no se equivocaron, porque el libro se me ha quedado eternamente pegado en las narinas. La magistral descripción de la historia desde lo olfativo te lleva a reparar en los olores del mundo (curiosamente, regresé con velitas aromatizadas, cremitas, desodorantes y cuanta tontera perfumada encontré) y a darte cuenta de que colocamos excesiva importancia en lo visual como vehículo de comprensión de la existencia. ¿Acaso nos gusta alguien simplemente por su aspecto? No. El olor es una presencia sutil que deja una huella importante, casi inexplicable. Quizás por eso la película del libro, que alquilé al finalizarlo, me pareció insuficiente. De por sí es difícil explicar en letras un aroma, ¡figúrate hacerlo en imágenes! Se necesita la forzosa introducción de un narrador omnisciente, recurso que no termina de gustarme en cinematografía.

Y hablando de cine, ¿has visto Ratatouille? No vas a negarme que es genial, por más que detestes las megaproducciones de hollywood y sus parientes cercanos. Contrario a lo que estamos acostumbrados - léase masivo ataque de los sentidos donde los efectos especiales constituyen la totalidad del contenido (tema para otro post), esta película es una ternura de mensajes en la que no falta ni sobra nada. ¡Me encantó! Y eso que las ratas me causan pavor... Al terminar la película, se me dió por bailar como las ratas en el pasillo del cine. Éramos los únicos, claro.

Ups, me suena el celular. Celular, rutina y obligaciones. El remolino de vida que tanto nos pesa y que, sin embargo, nos marca el rumbo. Muy a mi pesar, deberemos dejar aquí. ¡Tengo tantas cosas que contarte! Nada demasiado importante. Simplemente reflexiones que voy recolectando a medida que camino y respiro. Eso que hacemos juntos... Ya sabes.
Ya vuelvo, mi niño blog. No desaparezcas, que te necesito.