28.12.06

QUEDA USTED FORMALMENTE INVITADO


Toda reunión de amigos ostenta denominadores comunes y cierta homogeneidad.

Pero no hay nada más heterogéneo y sui generis que la fiesta de fin de año de las empresas.

El escenario es un bonito hotel o un restaurante muy fino que pocos saben “usar”, pero que nadie se atreve a dejar pasar por obvias razones: hay que cumplir y se come gratis.

Carlos acomoda su rol de payaso en la mitad de la larga mesa junto a las más jovencitas.
Aníbal, el tímido con acné, permanece en un rincón y se ríe exageradamente de los chistes de Carlos.
Adriana come con la boca abierta mientras se insinúa a Diego, el casado más libre en términos de sábana.
Mr. Jefe, tan cordial con su traje impecable, no ríe ni habla demasiado. La faceta populista le cuadra a medias. Se siente mejor entre la gente del golf, con quien se puede comentar la marca del vino y la calidad del caviar.
Sebastián, el joven ayudante del departamento contable, tampoco habla mucho. Sólo observa. Mira libidinosamente a las jovencitas, pero se contiene porque aspira a la silla del jefe y siempre es mejor no mezclar los tantos. Total, en un rato estará en la disco con sus amigos de la facultad.
Nilda, la chica de mantenimiento recientemente ascendida a supervisora, alucina con las lentejuelas de su vestido brillando en el tenedor de plata.

El vino distiende los ánimos y las lenguas. Si hay baile, habrá revelaciones. ¡Mirá cómo se menea Elena a su edad! La vieja está en curda. ¿Pasa algo entre Manuel y la recepcionista nueva? ¿Viste cómo se le acercaba?

El jefe se saca la corbata y se la pone de bincha, para bailar casi cerca de sus súbditos.

Antes de terminar, todos brindan por un buen año, entre bromas y carcajadas sobre el formulario K348 extraviado y hallado en la basura por el inspector de la DGI, el cliente furioso a punto de dejar las coronarias en la línea telefónica o el fatídico corte de luz el día anterior a la presentación del balance.

Todos brindan sonrientes. Felices de que esta noche sólo suceda una vez al año.

24.12.06

Y ahora saludo YO



Mi dueña se ha perdido entre las vueltas del arrollado de salmón y la cinta scotch de los paquetes navideños.

Y a mí, que soy un blog muy joven, pero educado y atento, me da no se qué que pasen los días sin saludarlos paras estas fiestas.


Después de todo, amigos, si no fuera por ustedes, yo no existiría. Mis letras no tendrían ningún sentido sin sus visitas, sus ojos atentos ni sus comentarios tan acotados.

¿Les digo la purísima, purisísima verdad? Soy un blog feliz… recontra-feliz.
¡Feliz de estar entre ustedes!

¡Gracias Mamá Cuca, Mati, Victoria, Montse, Elena, Marta, Vane, Estela, Bebe, Carlos, Gonza, María, Vade, Castor, Davichoff, Vale, Tic-Tac, Canilla, Magic, RosaRosa, Maite, Lucy, Meli, Nika, Araucaria, Ana, Bettina, Lurdena, Sole, Luzbel, PE, Ydaledali, Nocheoscura, Ernestina, Hurricane, Bemol, Luzerna, Indianguman y tantas otras voces que retumban en el alma de este pequeño rincón alimentando su marcha!


¡FELICIDADES!

16.12.06









Bañada en sollozos, exclamó con hipo:


Mamá, ¡me duelen las lágrimas!




13.12.06

¡Llegó el pelo de Lucía!


Ya llegó Lucía con su pelo brillante. Ya está aquí, donde siempre debió estar. Junto a esa madre que tragó la sal venenosa de su llanto el día que le dijo adiós y, aunque muerta por dentro, siguió limpiando los zapatos y los inodoros de quienes pudieron pagar sus servicios en tierra extranjera.

Lucía quedó atrás porque no había otra alternativa. Al principio esperó a su madre junto a las rejas de la ventana, pero luego comprendió que lo mejor era matar las horas y los años jugando al olvido. La criaba su tía junto a su prima, en espera del giro mensual que justificaba la ausencia. Con él se pagaba el sustento de las tres, el arreglo de los dientes cariados y la cinta adhesiva que mantenía firmes las fotos de su madre, llegadas de Buenos Aires junto a un cubrecama rosa que la envenenaba de suavidad. Lucía lo acariciaba como si acariciase el rostro de su madre; su madre que a lo lejos acariciaba la almohada y la estrujaba y la empapaba y se levantaba con los ojos rojos para empezar a fregar. Lucía extrañaba el pelo de su madre y su madre peinaba pelos ajenos para poder llegar a ella. Los peinaba y los besaba, soñando el día en que olieran a su sangre.

Hoy ya peina el pelo de Lucía. Y peina el pelo de mis dos hijos. Y se ríe a carcajadas de las monerías de los tres cuando salen de la ducha y se ponen el pijama. Y los besa y se ríe.

Y esto durará todo el verano. Y quizás más.
Es sólo una prueba, accedió mi marido. Es sólo una prueba, quise convencerme yo. Probar cuánto molesta ver el pelo de la pequeña Lucía en el desagüe de nuestra bañera. Probar cuánto le resta la felicidad ajena a la felicidad propia, y hasta dónde llega el tan noble discurso de la generosidad.
Es una prueba.
Y por ahora nos reímos.

6.12.06

PRIORIDADES

—Mamá, ¿qué es lo primero más, más, más importante en la vida para vos?
—Vos sos lo más importante, mi cielo. Nuestra familia.
—¿Y en segundo lugar?
—El trabajo, para poder pagarte la comida, la casa, la escuela, la ropa.
—¿Y tercero?
—¿Tercero? Mmm. Creo que los libros.
—Para mí lo primero es divertirme, porque los nenes necesitan divertirse para crecer ¿no cierto?
—Sí, claro.
—Lo segundo más importante sos vos, porque a vos te re-amo, mamita. Y lo tercero… A ver, a ver…Dejame pensar... No, en realidad, me parece que vos sos tercera, porque el fútbol es lo segundo para mí.
—Ah, claro. El fútbol te importa mucho.
—Sí, y andar en bici también. Entonces: divertirme, el fútbol, vos... ¿Vos? Es que no se si lo tercero sos vos o la bici. Mami, ¿vos no te enojás si te pongo en cuarto lugar?

—Claro que no. La prioridad del padre es hacer vivir a su hijo. La prioridad del hijo es vivir su propia vida.

29.11.06

De exilios

"Exiliarse no es desaparecer sino empequeñecerse, ir reduciéndose lentamente o de manera vertiginosa hasta alcanzar la altura verdadera, la altura real del ser..."
Roberto Bolaños. (Entre paréntesis : ensayos, artículos y discursos (1998-2003))


Montse no es una chica cualquiera. Es una de las más bonitas del mega-gimnasio de la zona norte. La que todos reconocen con la sola mención de su acento castizo y sus nalgas redondeadas. “Esa chica española que tiene un cuerpito tan…” “Basta, no me digas más. Ya sé de quién hablas", dicen los hombres, disimulando mal la baba en las comisuras. “Sí, claro que la he visto —dicen las mujeres, sin la baba pero con los colmillos de envidia—. El novio también es español y creo que está aquí por trabajo.”

Montse es una chica muy simpática. De hecho, no tardó en entablar conversación conmigo cuando, en un inconfesado deseo de escuchar loas a la Argentina, le pregunté cómo la trataba mi país.

—La verdad es que la he pasado bastante mal; me he sentido muy sola, vamos. Es que los argentinos no se dan mucho. En realidad, en el año y medio que llevo aquí, no he hecho amigos argentinos, excepto la recepcionista del gimnasio. Y ahora tú, claro.

¿Amiga? Yo no soy su amiga. Los 20 minutos que le he dedicado desde el traqueteo de la cinta y el aburrimiento de mi rutina aeróbica no justifican un título tan sublime. Los amigos son otra cosa: los de siempre, los de toda la vida. Y la verdad es que yo no necesito ser su amiga porque HOY estoy en mi país y tengo el cartón socio-amical completo. Distinto era en Boston, cuando secretamente anhelaba que mi vecina Sammy traspasara la frontera de su vereda para convidarme a un cafecito con tertulia. O que la madre de Johnny nos invitara al asado organizado para la familia después del cumpleaños infantil al que asistían los compañeritos de escuela.

Ahí era distinto, porque la soledad me pesaba, porque no había charlas de corazón ni voces amigas a quien llamar llorando cuando me embestía la angustia de vivir en tierra extranjera. Allí era distinto porque, como siempre se me oía decir, ellos eran gringos y “los gringos son fríos, los gringos ponen barreras, los gringos son egoístas y la xenofobia mata y el materialismo aniquila y este país de soberbios... y ¡nada como los argentinos para cobijar extranjeros!”

Pero no. Según Montse, tampoco los argentinos ayudamos a mitigar el dolor del exilio.

Exiliarse empequeñece, como bien dice Bolaños. El lugar que uno creía tener en la sociedad se extingue mágicamente entre los vapores de la aduana. Nos arrancan de la maceta familiar para transplantarnos a otra cuyas nutrientes son casi irreconocibles. Nuestros frutos pierden color, nuestras ramas vigor, y hasta las propias raíces molestan porque desarmonizan con el resto. El lamento de extranjero aburre: “¿Qué otras nutrientes buscas? Esto es lo que hay y ya es hora que te acostumbres”. De nada vale tu apellido, ni el título que obtuviste en aquella institución tan prestigiosa, ni la alegada popularidad que gozabas entre tu vasto círculo de amigos del secundario y la facultad.

Hay que empezar de nuevo -“reducirse lentamente o de manera vertiginosa hasta alcanzar la altura real del ser”. Ser sin aditivos, ser sin ornamentos, ser de pura esencia presente.

Y eso cuesta, cuesta sangre. Sobre todo si el transplante no fue un sueño propio. Porque quien sueña con otra tierra, ya tiene parte del camino recorrido. Ha leído, ha escuchado, ha preparado sus raíces para el transplante y se dispone a pagar el precio, ya sea porque le interesa la cultura foránea o porque pretende acabar con el hambre físico o moral que sufre en su terruño.

Exiliarse es empequeñecerse, perder temporalmente la identidad, pasar el ridículo, pedir disculpas, quedar afuera y desgañitarse por volver a erguirse con nutrientes prestadas.

Exiliarse es difícil, sea donde sea.

¡Perdónanos, Montse! Además de argentinos, somos humanos y sufrimos la horrible limitación de no comprender lo que no hemos padecido.

22.11.06

Excesos Fin de Año Locuras Todo y Nada


—¿Por dónde andas?

—Yo qué sé… Me pierdo de vez en cuando entre los vericuetos de la realidad. Estoy cansada.

—Pero no nos dejes.

—Jamás lo haría. Sin ustedes, me ahogo en mis huracanes internos. Ustedes son la corriente que transporta mis vientos hacia la vida.

—Che, qué feo suena eso de vientos internos después de tu post sobre la clase de Pilates.

—Es cierto. Perdonen. No quería ofenderlas, queridas letras. La metáfora del viento estuvo de más. Me rectifico, me rectifico. A ver: ustedes son los ríos que llevan las aguas de mi laguna hacia el océano universal. ¿Qué tal eso?

—Mejor. Pero ¿por qué no nos has dejado entrar últimamente?

—Entren, si quieren. A riesgo propio de perderse entre preparativos, despedidas de fin de año y banalidades sin demasiada materia.

—¿Es eso lo que hoy monopoliza tu alma?

—Es lo que me distrae y no me permite la paz que necesito para encontrarme con ustedes.

—¿Y si habláramos precisamente de esa vorágine que te atrapa? Un post sobre la locura de fin de año. ¿Te gusta?

—Quizás. Después de todo, el tema es bastante universal. ¿Quién no se identifica con la locura? ¿Quién no termina destrozado después de las fiestas?

—¿Con resaca?

—Sí, con tremenda resaca. La resaca que sigue al exceso. Exceso de compras, de deseos, de familia, de encuentros, de peleas, de frustraciones, de sueños, de lágrimas, de irresponsabilidad. Excesos permitidos por el calendario.

—Hay quienes detestan las fiestas. ¿Será que odian los excesos?

No estoy tan segura. Posiblemente, lo que odien es verse forzados a un exceso planificado. A poner linda cara y tirar cohetes y cantar villancicos y comprar y reunirse y demostrar lo que no sienten.

—¿Si uno es feliz ama las fiestas?

—Si uno es feliz ama cualquier ocasión de celebrar la vida. No necesariamente las fiestas.

—¿Y por qué estás tan cansada, ahora que te has liberado de la voracidad navideña de su majestad el metálico País del Norte, y has dejado de soportar machacones villancicos que, desde el mismísimo mes de septiembre, te alertaban de la obligación de abrir la billetera? ¿Te acordás lo mal que la pasabas?

—Sí, me acuerdo. Lo que ocurre, queridas letras, es que en el Hemisferio Sur, las fiestas se juntan con el fin del año lectivo y las vacaciones de verano. Los niños se despiden de sus compañeros con una decena de “últimos encuentros del año”, lloriquean por maestras que ya son casi un recuerdo fotográfico, escriben cartitas a Papá Noel y sueñan con palas y baldes que le sacan punta al mar. Las fiestas no son un simple alto invernal como en el Norte. Aquí se entrega diploma de honor o deshonor mientras se busca casa dueño alquila vista al mar y se brinda con el jefe y se admiran los fuegos artificiales y se hacen colas interminables para comprar porquerías y tachar nombres en la lista de regalos, a la vez que se termina de poner el bronceador en la maleta y se aguanta la resaca sin dormir y con 35 grados. Todo en exceso. Todo desordenado y agobiante.

—Tan desordenado como este post.

Se los advertí, amigas. Pero ustedes se empeñaron en trabajar, pese a ser casi fin de año y tener permitido los excesos. Se podrían haber hecho humo, si hubieran querido. Total, el año está perdido, como dicen por aqui cuando quieren excusar la vagancia.

—Pero sin nosotras no vivís. Admítelo, Laurita.

—Es cierto. Sin ustedes me ahogo en los excesos. Gracias por este divague liberador, queridas letras.

15.11.06

Fuegos artificiales


Llevaba días de apretar la nariz contra el vidrio de la tienda de artículos deportivos entre ilusionada y preocupada. Llevaba varias clases de latín totalmente desatendidas porque la cabeza se le perdía en cálculos matemático financieros. “Si me cuestan 93 y mi abuela me regala 30, más los 34 del sueldo de los fines de semana y lo que me sobró de los Levy’s el mes pasado, quizás me las compre. Y ¿el reloj digital? Bueno, que espere hasta el mes que viene”. Siempre había que elegir: o el pantalón o las zapatillas o la bici o el reloj. Uno por vez…

Ese sábado se levantó temprano y sus piernas la llevaron mecánicamente hasta la tienda de los sueños. El empleado estaba ocupado atendiendo a una niña que, no pudiendo decidir entre un modelo u otro, convenció a su madre de llevarse ambos porque "total, siempre es bueno tener un par de repuesto".

¿En qué puedo ayudarte? le preguntó el empleado. Ella le señaló las zapatillas con una sonrisa que hubiera querido ser carcajada de panza, pero se quedó en sonrisa para no perder la compostura. Talle 36. ¿Querés probarte un número más para comparar? No, gracias, no es necesario. Ya había ido muchas veces a probarlas y sabía perfectamente qué numero le quedaba bien. Con la cabeza muy alta, dejó los billetes y las monedas sobre el mostrador y se puso a tararear una canción. ¿Te las envuelvo? No, gracias, me las llevo puestas. En la bolsita guardó sus zapatillas viejas que, junto a las nuevas, parecían prehistóricas, porque la única medida del envejecimiento es la juventud que merodea.

Caminó hasta la casa de su mejor amiga, siempre mirando hacia abajo y casi flotando. Los ojos se le clavaban insubordinados en el blanco del cuero y en las líneas del diseño que, precisamente por no ser original, le regalaba la entrañable sensación de pertenecer a un grupo. ¡Yo también las tengo! ¡Miralas!

Los fuegos artificiales internos le duraron ese día, el próximo, el siguiente y posiblemente el resto de la semana. Era una grata sensación de orden y premio. De estar en paz con el universo y ser ella el fuego artificial que finalmente llegaba al cielo y brillaba con su propia luz. ¿Era felicidad? Quizás sí, quizás no. ¡Pero cuánto se parecía!

Hoy es su hija la que zozobra en la tienda. ¿Las rojas o las verdes? Llévate las dos. Total, con la tarjeta no importa si son 63, 82 ó 134 pesos. La diferencia es nimia y, aunque no lo fuera, nadie se entera hasta el día en que llega el resumen. Le compra zapatos, zapatillas, remeras de oferta y un reloj con malla multicolor. Todo junto, para evitar repetidas visitas al shopping, que siempre da dolor de cabeza por el bullicio. Salen con varios paquetes, varias bolsas, varias promesas de felicidad indiferenciada. Al llegar a casa, la niña se prueba un par de zapatillas y una remera, y deja el resto de las compras en el piso porque está cansada y la llama su amiga por el celular para invitarla a una fiesta que promete una gran noche. Entre murmullos cómplices, acuerdan conseguir algunas pastillitas de éxtasis porque hoy quieren volver a sentir fuegos artificiales en la panza y reírse a carcajadas.

8.11.06

La diferencia del tambor


Vos estabas convencida de que efectivamente había diferencia. Que una cosa era un orificio y otra cosa era el otro.

Nuestra profesora de Pilates te sostenía las piernas en alto para que hicieras la posición de vela. Estabas a punto de lograr el climax postural cuando, sin querer, prrrrrrrrrr. Con cara de pícara horrorizada, le confesaste que se te había escapado uno de esos gases. Ella, que era una chica new-age-liberación-cuerpo-mente, restó total importancia al asunto pero, tras un “te sale fantástica la vela" murmurado a 18999 palabras por segundo, se apresuró a largarte las piernas para continuar con la siguiente alumna (la del otro extremo del salón).

Y vos, que tenés la insoportable manía de ponerle palabra a todo -hasta los bochornos-, te empecinaste en seguir hablando del tema; tema que, sinceramente, todos hubiésemos preferido zanjear ahí mismo en honor a la decencia. “Que no se por qué pasan estas cosas, que después de los hijos ya no se controla, que es una calamidad, que vaya papelón, que si uno supiera cuándo llegan, que el prolapso y que el colapso y que la mar en coche”.

La profesora, harta de escucharte, te aseguraba desde un remoto rincón que no había problema, que no te martirizaras, que en estos rubros corporales esas cosas suceden y que lo mejor era evitar las comidas picantes y las legumbres para no irritar los intestinos.

Fue allí, precisamente allí, donde se te volaron los patos...

—¿Intestinos? ¿Cómo que intestinos? ¿Quién habló de intestinos? Esto no es cuestión de tripas, a ver. Que lo mío no fue un pedo de culo, señoras. A no confundir vacas con gallinas, que una tampoco es una puerca inmunda, qué se piensan. Lo mío es estrictamente vaginal. ¡DE ADELANTE!!! A-DE-LAN-TE.

—¡Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhh, de adelante!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! – exclamó la profesora contentísima, acercándose de a poco a tu persona con las narinas finalmente destrabadas.

Instantáneamente se distendieron los músculos faciales de tu vecina de pelo largo, quien hasta entonces había mantenido un rictus reprobatorio y asqueado que le acentuaba las arrugas y la nariz puntiaguda mientras hacía los abdominales sin respirar.
"Los de adelante son otra cosa", convino aliviada.
"Los de adelante son otra cosa", coreó la gorda de atrás de todo.
"Los de adelante…¡nada como los de adelante!", agregó una alumna que acababa de llegar y no tenía ni la más pálida idea de lo que pasaba, pero se había quedado encantada con la camaradería reinante.

"¡Los de adelante son otra cosa!", aseveró el grupo al unísono, con las piernas en alto y los tambores femeninos listos para redoblar al compás de su canción (música de "Mambrú se fue a la guerra").

LOS AIRES DE ADELANTE,
CHIVIRÍN CHIVIRÍN CHAN CHAN
LOS AIRES DE ADELANTE,
SE PUEDEN LIBERAR
DO RE MI
DO RE FA
SE PUEDEN LIBERAR

(Personalmente, sigo pensando que sos una asquerosa. No te voy a mentir.)

1.11.06

¿SEGUNDO PUESTO?


“Existe el primer mundo, existe el tercer mundo. Pero el segundo mundo, ¿dónde es que está?”

Interesante pregunta, le dije, y procedí a meditar la respuesta porque, en verdad, el segundo mundo no existe.
O al menos no se habla de él.
Los países son ricos o son pobres. No hay mucho entre medio.
Las brechas son óptimas para mantener el primer puesto.

28.10.06

LA PRIMERA VEZ


—¿Todavía estás esperando aqui? Pensé que ya te habías ido. No te quedes aquí en la puerta, nena. Vení conmigo. Dale, un ratito.

La llevó de la mano hasta un asiento apartado, donde The Police parecía sonar más melancólico que en la pista de baile. Ella lo siguió sin cuestionar. En verdad, no lo conocía demasiado, pero la firmeza de su mano le daba confianza y la charla anterior había sido lo máximo de entretenida. Tampoco es que fuera su tipo de hombre; nunca le habían gustados los rubios. Pero él tenía un algo especial que lo hacía distinto. Quizás fuera la destreza con que había manejado el ritmo y el enganche cuando bailaron lentos, quizás fuera su aliento a chicle de menta y Marlboro, quizás la risa que le soplaba en la oreja, quizás su camisa leñadora, su colonia masculina o el cancherísimo modelo de sus pantalones Levi’s. Fuera lo que fuera, tras un beso en la mejilla, ella le había dado su número de teléfono y, satisfecha con la noche, se había dirigido a la puerta de la disco a esperar a su padre, que vendría a recogerla a las 3.

Pero ese “vení conmigo, dale, un ratito más” había bastado para que ocurriera lo que estaba ocurriendo ahora. Ella sentada con él en los reservados, él rodeándola con un abrazo conquistador, ella tiesa y confundida, él acercándole la mano a la pierna.
—¿Qué hacés?— le preguntó.
—¿A qué te referís?
—A esta mano…a este abrazo. Si apenas nos conocemos.
—Pero queremos conocernos más ¿o no?
—¿Acaso somos novios?
—No sé, ya veremos. ¿Qué apuro hay? Primero hay que conocerse. ¿No te parece?
¿Me parece? ¿No me parece? ¿Me parece, no me parece? Ella no sabía muy bien qué le parecía y qué no le parecía. Ella sabía que no quería quedarse allí, pero por nada del mundo se soltaría de su abrazo porque todo era demasiado sabroso, demasiado distinto. Jamás, en sus larguísimos 14 años y 4 meses, se había sentido tan mujer.
Ella le sonrió, como aceptando la propuesta. Él giró la cabeza y, con un guiño cómplice, la miró hasta el fondo de sus ojos, que captaron el mensaje y comenzaron a intuir lo que vendría. El rostro de él avanzaba en cámara lenta hacia sus labios y ella comprendía que el momento se acercaba inexorable. Pero ¿cómo se hace? En las películas, sólo lo mostraban a medias y sin instrucciones. La mejor opción era salir corriendo, pero no; eso no. La otra opción era dejar que sucediera de una vez por todas, pero no, eso tampoco; aún es muy pronto, no lo conozco, tan rápido, creerá que soy fácil. ¿Y cómo se hace? ¿Con la lengua o sin la lengua?
Las fauces de él se abrieron deseosas ante su boca y la decisión se tomó sola: que sea ya. Con la humedad y la blandura del momento se desmayaron sus resistencias y, pasado el sobresalto, le divirtió sentir la lengua de él como una babosa dulce que le bailaba en la boca y le cosquilleaba el paladar. Había descifrado el gran enigma del beso de lengua con gusto a Marlboro y chicle de menta, del que hablaban sus amigas. El maravilloso túnel del amor adulto, por el que se hubiera dejado transitar la noche entera de no haber sido por esa mano firme que la tomó del hombro y la arrancó de un tirón.
Mocosa de mierda, le dijo su padre, linterna en mano. Y se la llevó a los empujones.

24.10.06

Mensajes bovinos


En el penúltimo post de Victoria's Home (http://victoriashome.blogspot.com), la autora nos habla del sacrificio de los animales en pos de la alimentación humana, un tema que me golpea fuerte porque me enfrenta a mis peores hipocresías. Amo a los animales, lloro por los animales y defiendo a los animales, pero soy sumamente carnívora. Estoy convencida de que, al igual que tantos otros vicios que he logrado eliminar de mi vida, eventualmente podría cambiar de hábito si me lo propusiera. Si me lo propusiera, claro está.

El post termina con una pregunta muy acotada, que me dejó pensando:

¿Alguna vez te pusiste a mirar los ojos de las vacas cuando van en los camiones de ganado rumbo al matadero?

Y la respuesta es sí, juro que sí.
Íbamos mi amiga Lorena, su padre, su madre y yo por la ruta 2, a visitar a una persona muy querida en su lecho de muerte. Lo suyo era cuestión de horas y nosotros lo sabíamos, como también sabíamos que derramaríamos muchas lágrimas al verla. De ahí nuestros rostros enjutos y nuestra conversación rayana. Las ventanillas abiertas permitían la renovación del aire que se nos enviciada rápidamente ante lo poco que quedaba por decir. Y aunque el viento me golpeaba vigorosamente la cara, yo me negaba a subir el vidrio porque necesitaba oxígeno.

El camión de hacienda se nos adelantó por mi lado. Parecía tener prisa. Como siempre, al verlo pensé “pobrecitas”, pero esta vez, dada mi sensibilidad agudizada por la circunstancia, clavé los ojos en una de las vacas y noté con pena que, como las demás, movía la cola en una contorsión algo nerviosa. ¿Tendrás miedo, vaquita? - le pregunté en mi interior.

Su respuesta fue resuelta y contundente, como una bofetada asestada en tiempo y forma. ¡ZAP! Justo en la mejilla. Un perfecto círculo caliente y oloroso en el centro de mi rostro. Un gigantesco botón marrón que produjo en Lorena las carcajadas más lacrimógenas que le hubiera conocido jamás.

¡Te cagó la vaca! me decía con hipo histérico y doblada en dos.
¡La cagó la vaca! coreaba divertido el padre, que por poco se estrella contra el ganado de tanto darse vuelta para reírse de mí.
La madre acompañaba las risas cual Patán de Pierre-No-Doy-Una, y yo esperaba tiesa y asqueada a que alguien se dignara auxiliarme.

Luego de varios minutos de juerga gratuita, me alcanzaron uno de los pañuelitos que teníamos reservados para la triste ocasión. ¡PUAJ!

Nunca supe si la vaca me quiso decir que se cagaba olímpicamente en mi pena porque igual me la iba a comer, o si simplemente me dió a entender que estaba cagada de miedo.

¡Vaya uno a saber!

20.10.06

ESPÍAS


Lo nuestro es un trato ligero y ocasional. “Buen día” “¿Todo bien?” “Aquí estoy, corriendo como siempre”. Sin embargo, aunque no lo sepas, tu vida me pesa. Me pesa tu historia, que ni siquiera he oído de vos, sino de los labios chismosos —o quizás estremecidos— que me la han contado. Cómo pudiste, es mi pregunta. Cómo se hace, es lo que quiero saber. Y por eso te espío. Te espío a diario, subiendo y bajándote del auto con mochilas, meriendas, cara de sueño y el hueco de tu alma.

Esa mañana en que te pusiste los tacos y te pintaste los labios para ir a la oficina, te lo informó de pasada desde la cama. “Amor, hoy por la tarde voy a ver al médico para que me diga por qué diablos me estoy sintiendo tan mal. ¿Podés ir a buscar a los chicos a la escuela?” Y a las tres semanas, desde la cama de terapia intensiva, no sólo te pedía que los fueses a buscar, sino que los sostuvieras fuerte para enfrentar su partida, que los amases eternamente y no los dejaras aflojar. La leucemia ganaba y ustedes perdían, como siempre perdemos los humanos frente a los caprichos de la muerte. Perdías vos y perdían tus retoños de jardín de infantes, que desde entonces no dejan de saludar aviones porque piensan que un día él aterrizará.

¿Cómo se hace? ¿Cómo se entiende? ¿Cómo se acepta?
¿Te basta el viento para contarle la flamante monería de Nico o el golazo de Pedro, o para compartir la desazón de sus nuevos problemas de conducta?
Quizás no.
Y por eso, los lentes oscuros de la mañana. Por eso tu rostro ido y lavado cuando te conocí el primer día de clase. Por eso tu cara de horas extras para terminar la casa que quedó a medio construir. Por eso tu lucha, la lucha que espío con curiosidad, con algo de morbo, con terror y mucha admiración.

Hoy me alegró tu carcajada; parecía sincera. Como parece sincero el carmín que has comenzado a ponerte en los labios y los tacos que nuevamente llevás en los pies. Ya te teñís el pelo, ya mirás para arriba y hasta sabés quién soy.

Y yo lo noto y me alivio y me alegro, pues pareciera que has dejado de buscarlo entre tus lágrimas para encontrarlo en un rincón del corazón.

El 5 de noviembre hará un año de su ausencia. Y sé que te voy a espiar…

17.10.06

Una ayudita, por el amor de dios


¿Vos usás los stickers?, preguntó.

Era ella señora de alta sociedad, de palabras pronunciadas con la entonación y la soberbia que caracteriza a la exclusividad de su estirpe.
Era yo una persona más de la fila del supermercado, como podía ser el hombre de adelante o la joven de atrás. O de la otra fila.
Eran los stickers un obsequio marketinero del supermercado al cliente por la compra de víveres. A tal importe, tal cantidad de stickers. A tal cantidad de stickers, una toalla de regalo. Marca plebe, calidad estándar, sin acentos exclusivos. A caballo regalado...

¿Vos usás los stickers? repitió altiva. “Te pregunto porque hay personas que no los usan. Y como mi hijo se está por casar y me pidió toallas…yo averiguo entre la gente.”

¿Vos usás los stickers?
A través de sus distinguidas gafas Fendi de última generación, brillaba la misma avidez del mendigo que espera en la puerta para pedir un paquete de arroz.

12.10.06

Tiritar de grandeza

Ay, amigo, vaya cambio. Pensar que, hace sólo un tiempo, mi apetito de vida se devoraba el mundo. Nada importaba más que verlo todo, experimentarlo todo y aprehenderlo entero. El vuelo con más de una escala me permitía saborear varias veces la embriagadora adrenalina del despegue, el vértigo de las nubes y el golpe seco del arribo a tierra. La velocidad del motor me pintaba la cara de viento en un túnel de paredes casi blancas que se parecía al cielo. Y ni qué hablar de la noche. La noche era larga, larga de misterios y tesoros ocultos. Digna de todos los riesgos.

Pensar, amigo, que hoy se me paraliza el latido ante la más mínima mutación sonora en la turbina, ante la noticia de un accidente fatal en la ruta o ante el asalto a mano armada ocurrido a las once de la noche. Abrir el diario me hiela la sangre; y reconocerlo me restringe el camino.

Pero no puedo evitarlo; ya nada es lo mismo.

Sentir respirar sus vidas a mi lado me hace tiritar de grandeza, y la pregunta me retumba en la sien: ¿Quién les curará la tos si yo les falto? ¿Quién me devolverá el alma si ya no están?

7.10.06

Confesiones de una discriminada


Manifiesto haber padecido en carne propia y en carne viva la discriminación, la diferencia y el aislamiento

Corrían los tiempos en que la Argentina era un dechado de limpieza, porque los militares se encargaban de limpiarlo todo, bien a fondo y sin diferencias.

Mi madre prometía diariamente que me llevaría al médico. ¡Es que ya no puedo más, mamá! Bueno, vamos hoy entonces.

Adiós, adiós, nos dijo una vecina que estaba charlando en la vereda, porque en ese entonces no era peligroso tertuliar frente a la puerta abierta de par en par.
Adiós, adiós, nos vamos al dermatólogo a curarle un eczemita que le salió en la cabeza a Laurita, y le pica mucho. "¿Eczemita? Mmmm…. ¡Piojitos!", bromeó la vecina, que era la madre de Ana, mi mejor amiga, y siempre decía cosas osadas y ocurrentes.

La carcajada de mi madre fue sonora y prolongada. Aunque no tanto. Intuyo que le duró hasta el preciso momento en que el médico tomó su gigantesca lupa y, con un salto súbito, se alejó horripilado. “Nena, no se te ocurra tocar nada. ¡Nada de nada! Aguardá en la sala de espera, por favor. No toques nada, ¿entendiste, mi tesoro? Señora, esta chica está llena de piojos…¡pero llena! ¿Me escucha?...¿Me escucha, señora?”.

Claro que ella no lo escuchaba, tan cercana como estaba al desmayo- colapso nervioso, que le dicen-, pálida, confundida, humillada, indignada, sojuzgada, doblegada, espantada, horrorizada y sobre todo, avergonzada. ¿Piojos? Nadie tenía piojos a nuestro alrededor. Nadie, nadie, nadie. Sólo los roñosos, los indigentes, la gente que no podía acceder a la higiene. ¿Piojos? Cosa de libro de biología. Algo que daba mucho miedo.

—Pero doctor —su voz era un hilo aflautado en estado de shock—, si yo la tengo impecable, soy buena madre, somos una familia de bien. Tendremos nuestras desavenencias pero, bueno, la limpieza ante todo. ¿Cómo pudo pasar esto? ¡Qué terrible! Ya mismo la llevo a cortar el pelo. ¡La rapo!
—No, señora, no sea cruel.
—Y bueno, doctor, si está empiojada, es lo que hay que hacer. Se va a tener que acostumbrar.
—No, no lo digo por ella, señora. ¿Acaso usted no piensa en la peluquera? ¿Qué derecho tiene usted a infestarle el local? ¡Desconsiderada de mierda! (esto no se lo dijo, pero lo pensó)

Y así fue que volvimos a nuestro deshonrado hogar, intentando no pasar por la casa de la vecina para no tener que contarle semejante ignominia. “¡Todo por haberte mandado a esa colonia baratieri de la mutual, donde no exigen gorra en la pileta! Mirá, aquí tenés otro y aquí otro. No te muevas, che. Ésta es una liendre, creo. Qué asco. Qué condena. Parecemos los de la villa miseria. ¿Qué habré hecho yo para merecer este castigo? Y tu pobre hermano también se los agarró. ¡Si hasta yo me encontré uno gordo y negro en la almohada! Ya mismo desinfecto los colchones”.

Pese a que ya los habíamos desinfectado el primer día, volvimos a desinfectar colchones, mantas, almohadas, sofás, guantes, gorros, toallas y bufandas al segundo, al tercero y también al décimo día, porque la reclusión duró diez días. Sí, diez días de pelo embadurnado con productos hipertóxicos, pañuelitos en la cabeza y sanguinarias peleas con mi hermanito piojoso, el único niño con quien se podía jugar (los demás niños habían sido advertidos de la tragedia y se atrincheraban espantados en sus respectivos hogares impolutos).

Ese sábado mi abuela había prometido llevarme con ella a la boda de un primo segundo. Pero no, ¡no iban a presentarme en ese estado! Por suerte, la insistencia de mis ruegos se conjugó con el desarme moral de mi madre y logró una tregua momentánea en mi proceso de expiación. Me lavarían la cabeza para quitar el matapiojo y simularíamos ser normales por unas horas. Pero eso sí, al llegar a la casa de la abuela, todo volvería a la realidad. Mi madre había camuflado suspicazmente el pomo de Detebenxil en mi carterita de gala. Y mi abuela casi se infarta cuando amagué ostentar mis pertenencias a una de las pequeñas invitadas de la fiesta.

Por fin llegó el décimo día. El lavado final. Hora y media de peine fino al sol; el sol que volvía a brillar en nuestro decoroso hogar. Limpia como antes, libre de manchas capilares y morales, corrí hacia la casa de Ana para recuperar las horas de juego perdido. ¿Querés jugar, Anita?, le pregunté ilusionada en la puerta. “No, no puede”, me respondió su madre que, como rayo ondulante, se había interpuesto entre nosotras y empujaba a su hija hacia el interior de la casa. “Anita no puede jugar. Adiós.”

Portazo.

Adiós piojosa. Adiós indeseable. Adiós mala nena, me decían al oído los dragones de la baja autoestima que, como los piojos, se me habían instalado en la cabeza con contrato de alquiler vitalicio.


Esta mañana, mientras yo pasaba peines finos, mis hijos se reían divertidos de un piojo muerto que le había encontrado vivo a mi hijo mayor, seguramente contagiado por el hijo de Ana… o por el hijo del hijo de cualquier otro hijo porque, en verdad, ya no se puede diferenciar.

4.10.06

Recetas en do, re, mi


No se diferenciar una trompeta de un saxo, ni recuerdo la composición de un pentagrama. No conozco a Beethoven ni a Mozart ni a Chopin. No soy habitué de conciertos ni aireo mis narices en el polvo de las tiendas de discos. No retengo fechas ni títulos ni autores. Mi ignorancia musical es un hecho lamentable.

Sin embargo, cuando estoy triste, cuando se me traban los sentimientos o se me seca el espíritu, la música es mi única salvación. Nada se compara al estallido interno que me produce una melodía conocida o una canción del ayer. Cual aguas enloquecidas, las notas se me cuelan entre las fibras musculares y anegan cada recoveco de mi aridez.

El acorde agudo golpea la fibra alegre y evoca el anuncio de un arribo soñado, de un berreo esperado o de un beso furtivo en el galpón. El acorde grave puntea en la cueva del adiós, en la impotencia de aquel cachetazo o en la negrura de su traición.

La vida baila ante mis ojos sin orden ni razón, como ruleta frenética que busca posarse en algún sitio. Cuando por fin se detiene la rueda, me siento ante la pantalla y dejo que mis dedos dicten a las teclas el tono de mi concierto interior.

(No se preocupen que no los voy a torturar con "Gracias por la música" de ABBA...aunque ¡juro que lo pensé!)

28.9.06

¿Hiprocresías o derrotas?



Semáforo en rojo.

Pobre nena. Debe tener la edad de Santi. ¿Cinco añitos? Siete, como mucho. Y está descalza. ¿Qué mira? Seguramente, esa casa de palitos de helado que estaba construyendo en la vereda. Debe tener miedo de que alguien se la destruya. ¿Qué vende? Unos chocolatines ordinarios. ¿Quién le va a comprar esa porquería? Se nota que quiere volver a jugar. Pero antes tiene que vender algo, claro. Cuando venga a mi auto, le compro.

Ahí está el tipo. ¡Infaltable! La observa todo el tiempo. Hijo de puta. La guita se la lleva él. ¡Ni loca te doy un centavo, vago de mierda negrero!

La nena se me acerca. Finjo leer un mapa para no mirarla. Me golpea suplicante el vidrio de la ventana. Levanto la vista. No, gracias, querida. Le sonrío para hacerme la buena. Me grita con la mirada; sus pupilas me taladran el tímpano. “Yegua hija de puta. Comprame algo o metete esa sonrisita en el culo. Cuando sea grande, tendré un auto como el tuyo y te aplastaré la cabeza cual cucaracha. Yegua.”

Sí, soy una yegua hija de puta, mi amor. Una de las tantas yeguas hijas de puta que no te dan nada porque ese hombre te explota, porque ese hombre es un negrero, porque es una mafia organizada, porque con esto no arreglamos nada, porque el gobierno, porque tu papá, porque el anticonceptivo, porque el sistema, porque tu madre, porque…

Pero no te preocupes, que ya agarro mi libretita, anoto la escena y la escribo en mi blog a modo de denuncia social.

De nada, corazón. ¿No soy un encanto?

25.9.06

Pechito CONTRA pechito

Te amo. ¿Nos casamos? ¡Dale! ¿Dónde? ¿Cerca de tu familia o de la mía? De ambas. Registro Civil aquí en Buenos Aires, con amigos, parientes, empanadas, vino y conga hasta que salga el sol. Dos meses después, iglesia en Nueva York para dejar contentos a los parientes aunque seamos ateos. Algo sencillo. Onda campestre, mediodía, carpa, jazmines y un buen disc jockey que suavice las patas y las lenguas duras. Atuendo informal para todos.
“Yo voy”, dicen algunos argentinos, todavía bendecidos por la farsa cambiaria del turco Menen. “Yo voy”, dice mi madre, con su amigota incluida. Mi hermano no puede ir y mi padre, no está invitado.
Los americanos son puntuales. La novia no. Llega a la iglesia media hora más tarde, porque en Argentina eso es fashion. En EEUU, algo así se tipifica como pecado capital. No matarás. No llegarás tarde jamás. El fotógrafo, con rigurosa puntualidad, capta en el video ojos indignados que van de la puerta de la iglesia al reloj del reloj a la puerta de la puerta al reloj. Pianista desesperada porque se le acaba el muestrario artístico. El elenco argentino ni se entera porque arriba tarde.
"¡Por fin llegó la novia! ¿De dónde era esta chica? De Brasil, me parece. No, Venezuela. Yo qué se. Ojalá tenga suerte mi sobrino. Ella parece simpática, ¡pero cuánto fuma! Esa de allí es la mamá y esos otros, amigos, según me han dicho. Son del país de ella. ¡Qué chicas tan bonitas! Qué flacas y qué bien vestidas. ¿Se sacarán la capelina para ir a la fiesta? Yo te aviso que me voy a casa y me pongo los short y las zapatillas. En la invitación dice atuendo casual."
"¿Informal, pusiste en la tarjeta, hija mía? ¿En short? Perdoname, Laurita, pero yo no me voy a cambiar. Con lo que pagué por el vestido, me lo dejo puesto el día entero. Y tus amigos, seguro que tampoco harán esa ordinariez."
Mi madre tiene razón. Los argentinos se quedan enfundados en capelinas, sedas y corbatas, mientras que el otro bando opta por la practicidad del zoquete y la camiseta de algodón.
¡Digan whisky! Una foto, otra foto y otra más. Rápido que empezó a garuar. Uy, sonamos, va a llover nomás. Tormentas eléctricas, anunciaban. ¿Lo soportará la carpa que alquilamos?
Larga la música. Repertorio latino de los noventa. Macarena. Pechito con pechito, cachete con cachete. Sedas, capelinas y corbatas a bailar. A bailar, a bailar, chacachán chacachán. Giros, meneos, arrumacos, pechito con pechito, cachete con cachete. La pista se copa con el ejército celeste y blanco, siempre dispuesto a pachanguear. El bando contrario sigue los movimientos con ojos chispeantes y locas ganas de sacudir las cachas, pero todavía no. Necesita un trago más y tal vez otro. Ya está. Con resquemor y disimulo, uno a uno se deslizan por la pista, ladean la cadera, levantan los pies y cha ca chá cha ca chá. Pechito con pechito, cachete con cachete. ¡Per-fec-tou!! La pista bicultural late con ritmo latino, sonrisas cómplices y mudas, los meneos de un cura borracho (es el tío del novio, de confianza), el humo de mis cigarrillos y el compás de las gotas que amenazan con agujerear la lona de la carpa. Pero a mí no me importa, agradezco el diluvio, agradezco el momento y agradezco haberme casado con este hombre, que me hace sentir en las nubes. Bailo, bailan, bailamos, pechito con pechito, cachete con cachete sin parar.

Son las 11 de la noche. El disc jockey se tiene que ir. ¿En serio? Es que....lleva 9 horas aquí, ya le pedimos dos veces que se extendiera un poco más, pero….
Traigan un estéreo que seguimos, dice un argentino alcoholizado. ¡ESOU! responde mi flamante cuñado, colorado y sonriente hasta el tuétano. ¡Pechitou con pechitou! ¡The party goes on!
- Peggy y yo nos vamos, realmente estamos cansados. Fue un día muy divertido, pero largo para nuestro ritmo— me anuncia otro de mis cuñados, el más obediente. —Antes de irnos, queremos ayudarlos a acomodar todo.
—¿Todo qué?
—Las mesas, las sillas…
— Neeeee, ni te preocupes, Tommie. Lo hacemos mañana.
—¿A qué hora? Podemos venir a las 7 de la mañana, si quieren.
—No, no te aflijas—. Desde el rabillo del ojo, advierto que ha llegado el estéreo y siento que empiezan a cosquillearme los pies.
—Pero ustedes solos no podrán con todo.
—Y bueno, en todo caso le tiro unos dólares al tipo de la carpa para que acomode él— sugiero con mi mentalidad esclavista de todo por dos pesos.

Tommie se dirige a mi marido.
—Nosotros nos vamos, pero Laura me dijo que habían contratado a la empresa que les alquiló la carpa para que los ayude.
—No, que yo sepa, ellos no hacen eso. Mañana vienen a buscar todo temprano.
—Ah, en ese caso… ayudamos ahora.

Una intención lleva a la otra y nadie quiere pasar por haragán. Silla contra silla, mesa contra mesa, todo apilado, todo levantado en cuestión de segundos. En el estéreo se oyen los acordes de pechito con pechito y, a lo lejos, un borracho perdido baila solo, el muy zángano. Un auto me espera junto a la carpa para que no me moje las ampollas de los pies. El lugar está impecable y mañana no tendré que levantarme a las siete para venir a ordenar el hoy divertido caos de mañana (como en el festejo de Buenos Aires).

¡Pero se me acabó la fiesta!

20.9.06

Las molestias de sufrir

Con Miranda, fue amor a primera vista, pero le molestaba que durante su viaje de mochileros, ella durmiera en los trenes en vez de abrir el periódico y mantenerse informada. También le molestaba que hiciera ruido al comer chicle, que fuera tan ermitaña y no tuviera motivación para seguir estudiando. A Miranda no podía ofrecerle compromiso porque eran muchos los aspectos que le molestaban de su persona. Con abundancia de lágrimas, Miranda lo dejó. Y él sufrió.

Fue entonces que apareció Sonia, llena del sex appeal que lo cegaba de pasión. Sonia hubiera sido perfecta de no ser por su adicción al trabajo, su tacañería, su guerra declarada contra el portero del edificio y su manía de sesear al hablar. Sonia pretendía hacer planes a futuro, pero él no podía entregarse a una persona así. Al menos, por el momento. Con pronta determinación, Sonia lo dejó. Y él sufrió.

La onda con Elena fue instántanea. Parecían almas gemelas... hasta que ella empezó a mirar novelas, a hablar de bebés y a no sacarse los tacos ni para bañarse (usaba ojotas con plataforma) porque odiaba sus piernas cortas. Eso a él le molestaba. Le molestaba verla levantarse de la cama en tacos y le molestaba la forma en que torcía ligeramente el labio superior cuando miraba los culebrones de las cuatro de la tarde. Nunca le hubiera consentido la idea de un bebé compartido, teniendo en cuenta el rosario de defectos que le presentaba. Con el labio superior torcido, Elena lo dejó. Y él sufrió.

Harto de tanto sufrir, se fue a vivir con su madre.

18.9.06

Heridas del mal humor


Benito, hamster amigo. Girá en la rueda, vení hacia mí, dormí conmigo. Te quiero. Vamos a practicar el salto. Del tronco a la rueda y de allí, otra vez a girar. Practicá, practicá, Benito. ¡Qué lindo sos! Blanquito y suavecito. Todo mío. Te quiero tanto como lo quería a mi papá. En realidad, a mí papá todavía lo quiero, aunque se haya ido al cielo. Seguro que está super orgulloso de tus saltos. Saltá, Benito. Yo te ayudo. No te preocupes por los gritos de Carlos. ¿No sabés que el marido de mi mamá siempre está de mal humor? A mí me dice burro y haragán, pero no me importa. Benito, girá en la rueda. Yo te ayudo. Dale, vení.

Sí, Carlos, ya te escuché. No, todavía no hice la tarea. ¡Claro que te estoy escuchando! Es que a Benito se le enganchó la patita en la rueda. Esperá. Sí, te escucho, Carlos. No grites que Benito se asusta. Carlos, sí que te estoy prestando atención, pero Benito no es un ratón de mierda. No le digas eso. ¡Vos no sabés nada!

Carlos, dejá a Benito. Carlos, no, Carlos, no, Carlos, no. ¡Por favor, Carlos! Dame a Benito. No lo aprietes así, que le duele, pobrecito. Carlos, dámelo, ¿qué hacés? No abras la ventana que el tráfico de abajo lo aturde mucho. Carlos... Carlos, no.

¡Carlos, NOOOOOOOOOOOOOOO!! ¡¡ESTÁS LOCO???!!

¿No ves, hijo de puta, que Benito todavía no aprendió a saltar del octavo piso?

15.9.06

Llanto



Era uno de esos días en que un muro negro e infranqueable parece erigirse ante los ojos. Nada es posible; todo se antoja signado por el fracaso, la angustia o la incapacidad de llegar a buen puerto. Era un día triste, lánguido y oscuro. Un día desprovisto de la potencia del motor. Y ella quería gritar, quería pegar, quería patear, pero ni siquiera tenía fuerza para identificar el blanco de su ataque. Era el empleado de la tienda, era el jefe, el profesor, el marido, la amiga, el hijo y el motorista del tren. Eran todos aquellos que sonreían felices ahí afuera, liberados del encierro de ser ella y de habitar este cuerpo tenso, malhumorado y abatido.

¿Qué te pasa?, le preguntaban. Yo qué sé, les respondía.

Poco tardó en averiguarlo. La intimidad del baño le reveló el misterio carmesí. Y sonriendo aliviada, comprendió que su cuerpo necesitaba llorar su femenil llanto de cada mes.

13.9.06

Silencio

Primero le susurraba suavemente al oído, pero luego comprendió que los gritos daban mejor arrastre a sus mensajes. Pronto los gritos se hicieron sordos. El canal de comunicación estaba irreversiblemente obstruido, quién sabe por qué.

Y apareció el silencio, que se instaló obstinado.

Andaba por la casa respetando las fronteras que le imponía su deseo de no hablarle. Su propia madriguera -siempre un remanso- se le había tornado un campo minado. Si iba a la cocina y estaba él, recogía lo que necesitaba y enseguida huía hacia otro sitio. En el baño intentaba no rozarlo si él entraba mientras ella se cepillaba los dientes. Fronteras internas, construidas por el miedo y la razón. Temía encontrarse con él y abofetearlo, o bien mirarlo y abandonarse a la pulsión de abrazarlo sin tregua. Caminar por el borde le permitía contemplar dos estados sin entregarse a ninguno. Con la coraza rígida y el rostro impávido, con la “tranquilidad" de no hacerse cargo de nada. Hasta cuándo lo soportaría, era la pregunta. ¿Sería capaz de cerrar la puerta para siempre? ¿Y de qué lado se quedaría? ¿Del lado del viento que aja la piel? ¿O del lado de la putrefacción maloliente?

Inoperancia exigente

La veo colgar la camisa recién planchada. No, recién planchada no. Eso ni siquiera es planchar. Eso es enchufar la plancha y apoyarla sobre la arruga para darle un toquecito de calor antes de colgarla en la percha. Si mi marido ve eso, se infarta. Pero ella me mira, con el brillo de unos ojos oscuros que se me antojan de perro. Igual de desamparados. Igual de confundidos.

-Mirá, creo que habría que volver a intentarlo.
-Está bien, me dice.

Siempre todo está bien en la cabeza de esta chica, cuya única ruta de vida será, por derecho de sangre, el empleo doméstico. Incluso está bien lo que no está bien, lo que a simple vista es un desastre, un abuso, un horror. Está bien es sinónimo de no me dan las fuerzas para decir otra cosa. No puedo contradecir a nadie. Estoy acostumbrada a que se me regañe, a que se me vapulee y nunca se me considere.

-A ver si intentás con esta blusa de seda, que quiero ponérmela esta noche. Una pasada suave para que no se queme. Cuidado. Procurá que la plancha no esté demasiado caliente.

Al regresar la blusa, me convenzo de que la chica no sabe planchar. Simplemente no sabe. ¡Pues habrá que explicarle entonces!

La llevo abajo y, con la determinación y la arrogancia de mi rol patronal, acomodo la blusa en la tabla mientras explico cada uno de mis actos (se co-lo-ca la blu-sa en la ta-bla y lue-go…). Estiro la seda, acerco la plancha, aventuro un movimiento, aventuro otro y posiblemente otro más. La arruga persiste. La arruga no sólo se niega a salir sino que, además, se traslada a otro sitio. Y de allí, hacia atrás. Y al frente y al costado y al cuello, en perfecta multiplicación de la especie. Comienzo de nuevo, nunca abandonando la retórica explicativa de mi acción, que empieza a tornarse un tanto inexplicable. La blusa sigue arrugada, mis esfuerzos no me llevan a ningún sitio y la lección magistral va perdiendo sentido.

-Es que la seda es…. es… (hablo con la lengua entre los dientes, para frenar la puteada)… muy traicionera.

Pero orgullosa, no desisto en mi afán de enseñar lo que no sé. Los ojos negros me miran y nuevamente aparece la expresión canina. ¿Me tendrá pena? En rigor de verdad, el cuadro es penoso. Se supone que debo dar el ejemplo. Me saltan las gotas de sudor, la tela se arruga cada vez más y yo ya me he cansado de esta faena tediosa.

-Me parece que la plancha no calienta bien… Por favor, andá a ver qué hacen los niños allí arriba. Estoy preocupadísima. No hay que dejarlos solos.

Al fin me libero de los ojos negros aprendices. Ojos testigos, ojos acusadores de mi ignorancia respecto a lo que exijo. Continúo el intento, aunque quisiera salir corriendo.

Medio segundo después, ella regresa.
-Los niños están con el papá. Están bien. (Siempre todo está bien)
-Bueno, andá a hacer alguna otra cosa, o a descansar, mientras yo me encargo de la blusa-, le digo con la desesperación de sacarme sus ojos de encima.

-¿Pero en serio no quiere que la ayude, señora?-me responde-. ¡La blusa le quedó arrugadísima!
-No, gracias, Carmen. Esta noche hará demasiado frío como para usar seda.

8.9.06

¡Harta de rendir examen!


Estoy harta de rendir examen de dactilografía cada vez que pretendo dejar un mensaje. Debatirme, con los ojos semicerrados a un milímetro de la pantalla, si la segunda letra será una c, o simplemente una d cuyo palito quedó escondido bajo la z. ¡Hasta cuatro veces he llegado a tipear conjuntos de letras para lograr comunicarme con el mundo!

¿Distracción, prisas, problemas de vista, necesidad de mayor graduación en los anteojos?

Me pregunto quién habrá decidido que el requisito de “seguridad” (???) para bloguear es demostrar que uno no es miope ni escribe con dos dedos sin mirar la pantalla.

5.9.06

Qué es bloguear, me preguntaron



¿Qué es bloguear? - me preguntaron.

Bloguear es encontrar un rincón afín dentro de la inescrutable vastedad del ciberespacio. Es contemplar el reflejo de las propias letras a la luz de las letras ajenas, sin la pavura que producen los grandes nombres consagrados.

Bloguear es navegar y avanzar por aguas desconocidas, con el impulso y el vaivén de las diversas mareas.

Bloguear es remontarse a antiguos trechos del camino y reconocer los pasos recorridos, aprendidos u olvidados. Es enternecerse ante un comentario joven y apabullarse ante las escaras que deja el andar.

Bloguear es crear ficciones permanentes, imaginar caras, conjeturar vidas; reinventarse en mil espejos con las pantuflas puestas.

Bloguear es pensar, es llorar, es reír; es saltar subrepticiamente hacia los túneles de la vida que mejor anestesian la rutina.

Y seguro que me quedé corta con la respuesta…

Cámaras cómplices


Hace unos días fui a ver la última película de Almodóvar: Volver. Si bien no puedo afirmar que me gusta el cine de Almodóvar, he visto casi todas sus películas y, cual más cual menos, siempre las disfruto. ¿Por qué será?, me preguntaba ayer. Los argumentos no suelen ser demasiado contundentes. Y si lo son, en general no se ahondan en todo su potencial. Tampoco conozco a Almodóvar como persona. No lo he escuchado hablar por televisión (soy una irremediable negada de la pantalla chica) ni he leído muchas entrevistas con él, más que algún pequeño comentario que resultaría irrelevante a la hora de emitir juicios.

¿Qué es lo que me atrae entonces? Creo que se trata del absurdo. Su obsesión de posar la cámara en esos detalles idiotas del ser humano que nos hacen reír de tan reales y tan nuestros. Me gusta reírme de mí misma, me gusta reírme del intento infructuoso de esconder nuestras bajezas, de "civilizar" nuestro gran lado animal, de hacernos los buenos, los poderosos, los correctos.

Reparar en el bolo alimenticio que se escapa de la boca de un prestigioso orador para aterrizar en la solapa del interlocutor. Recalcar los interminables giros de la hija de la finada, besada en círculo por las viejas llorosas del velorio, con lágrimas de secado instantáneo ante la aparición de un objeto de chismorreo. En fin, tonteras que bien se podrían encontrar en esas comedias de Hollywood que detesto, pero que en Almodóvar adquieren un sabor especial por estar sazonadas con su dramatismo grotescamente afectado.

Almodóvar posa la cámara donde yo poso mis ojos y, agigantados, muestra esos sinsentidos acartonados de los que me gusta reír. Supongo que me ofrece una especie de complicidad ante las ridiculeces e hipocresías de la vida...

1.9.06

Brazos


¿Quién te mecía en los brazos?

¿Te mecía la pureza del amor, o acaso un sencillo deseo de seguir al rebaño?
¿Te mecía la vanidad de la divina trascendencia, o la obsesión de perpetuar el azul de unos ojos?
¿Te mecía el afán de retener el amor que volaba hacia otra sábana?
¿O quizás la fiebre de reivindicar el pasado; la frustración de no ser médico ni bailarina ni magnate?
¿Te mecía la juventud tronchada? ¿O tal vez la vejez temida?
¿Te mecía la sed de crear un testigo, otra víctima, un aliado?
¿Te mecía el sosiego de un vientre otrora estéril?

¿Quién es que te mecía?
¿Te mecía el magro sueldo de quien añoraba mecer capullos propios?
¿Te mecía la soledad, la ilusión de eterna compañía?
¿Te mecía la bronca de no haberse atrevido a eliminarte?
¿O te mecía, con una amplia sonrisa, la secreta culpa de no amarte?

¿Quién te mecía en los brazos?

29.8.06

El shopping del amor

Un día se llega a comprender que el amor es una búsqueda como tantas otras. Cuestión de rastrear el calce perfecto. Ese vestido que, tras hurguetear con ilusión y algo de desespero entre las perchas de la vida, reluce único ante tu mirada. ¡Aquí estoy! ¡te encontré! Y lo llevás feliz a la intimidad del probador y te lo ponés y lo observás y lo mirás y lo mirás... y te encanta. Definitivamente te encanta. Te encanta cómo realza tus riquezas y lo bien que disimula tus defectos. Te encanta su caricia, la delicada textura con que se adapta a tus baches. Y te lo llevas confiada, celosa de que ningún otro lo descubra, presta a pagar lo que te pidan - todos tus ahorros, si fuera necesario.

Es allí que te das cuenta de la futilidad pasada de haber comprado por comprar. Por no volver a casa con las manos vacías después de tanto caminar. Tironea de aquí, me queda flojo de acá, el escote marca mucho lo que falta. Pero lo llevás igual, con la firme promesa de hacerlo arreglar, agrandarlo, acortarlo, enmendarlo, bajarlo, subirlo, o tal vez adelgazar. No es lo que buscabas, pero al menos es algo y se va con vos. Algún día cambiará…

La verdad es que nada cambia demasiado. Lo que es, siempre será. Pero, con suerte, tanta exploración y desencanto te habrán enseñado algo. Sabrás que los colores pasteles te apagan, que el corte princesa disimula tu falta de cintura, que los volados te hacen más pechugona y que el escote bajo es una verdadera incomodidad. Y así, con la búsqueda más acotada, quizás dejes de perder tiempo, anhelo y dinero probando y comprando lo que no te sienta, lo que te incomoda, lo que nunca te hará feliz.

Quizás...

26.8.06

Chascarrillos de aeropuerto

Los fatídicos sucesos del 11 de septiembre me lo explicaron en las vísceras.
¡Era obvio que terminaría en ropa interior, con el pasaporte tristemente encajonado y un molesto murmullo de harpías (svjairths kasjksuve lastbehyh patiskw), que me sonaba a bengalí, sueco o quizás tagalog, pero era hebreo!

Diciembre de 1994
Enamorada perdida de un hombre que vivía en mi país, pero provenía de otro, lloré un poco cuando me dijo que se iría a Nueva York a pasar las navidades con su familia. Lloré un poco, sí, pero enseguida tomé la decisión de partir yo a Londres a pasar las fiestas con mis amigotes de siempre. ¡Qué tanto! Una es una mujer emancipada. Las Penélopes han pasado a la historia. ¡Bye, bye, baby!

- Baby, te extraño. Hace dos días que salí de Buenos Aires y ya te extraño. ¿En serio que también me extrañás? Bueno, veré que hago. Quiero verte. Hay muchos pasajes baratos desde Londres a Nueva York. ¿No sería genial comenzar el Año Nuevo juntos?

Y así fue que volé hacia los brazos de mi Romeo, mi Aladín, mi Bella Bestia, en un avión de El Al, la línea israelí que ofrecía las mejores tarifas estudiantiles y las mejores técnicas indagatorias del mercado. Antes de subir, debí responderles idénticas 74 preguntas a 3 personajes diferentes. Fue un milagro haber demostrado cierta coherencia, siendo que, por costumbre, había llegado tarde al aeropuerto porque había extraviado el boleto y debieron reemitirlo y bla bla bla (detalles sin importancia para esta historia).

Creo que, pese al engorro, poco me cuestioné la validez o el motivo de tanta pregunta y repregunta de los israelíes. Y si lo hice, el pensamiento no debe haber ocupado más de 5 minutos, ya que mi cabeza estaba del otro lado del océano, específicamente entre las piernas de mi foráneo querido. Tampoco se me cruzó por la mente el hecho de que iba a conocer a la familia de mi pretendiente, ni de que Nueva York no es sólo una famosa ciudad con aeropuerto sino también un estado, cuyas dimensiones distan mucho de ser pequeñas. El candidato debió manejar 600 kilómetros desde la casa de sus padres para recogerme en el aeropuerto, y otros 600 kilómetros para llevarme a la casa de sus padres, donde pasaríamos 4 días juntos antes de volver a trasladarme al aeropuerto de Nueva York para que yo viajara nuevamente a Londres donde me quedaría por dos días más antes de viajar a Buenos Aires “donde también viajará mi novio que ahora está en Estados Unidos por las fiestas pero que ya se vuelve a Buenos Aires porque trabaja allí, pero yo sólo vine a EEUU a pasar Año Nuevo y me quedé 4 días, porque iban a ser 7 días, pero extravié el pasaje y me lo tuvieron que reemitir pero, como se trataba de esos boletos baratos para estudiantes, sólo la agencia podía reemitirlo, pero la agencia estaba cerrada por navidad y tuve que esperar a que abriera y entonces los 7 días de estadía en EEUU se me hicieron 4 y por eso me quedé tan poquito tiempo y vuelvo a Buenos Aires apenas llego a Londres…"

Todo esto se lo conté a la empleada de EL AL que, con asombroso poder de concentración, seguía el descabellado y algo sospechoso rumbo de mi cuento antes de hacerme el check-in para regresar a Londres.

(¿Regresar, dirán? Sí, ya debo regresar. Lamentablemente, fueron sólo 4 días, ¡pero qué 4 días! Se los cuento en otra oportunidad).

- ¿Algo que declarar? - me pregunta Berta Judith, la del check-in.
- Sólo llevo un discman para un amigo.
- Lamentablemente, se lo vamos a tener que retener porque todo electrónico debe pasar por el chequeo de seguridad y ya hemos cerrado la máquina. Usted llegó tarde.
- Es que había mucha nieve en el camino. Hicimos 600 kilómetros para llegar aquí.
- Sí, comprendo. Por eso, el discman se queda aquí y luego se lo enviamos a Londres.
- ¿A Londres? Pero si en Londres sólo me quedaré dos días. Cuando llegue el aparato, yo ya no estaré. Le dije que volvía a Buenos Aires. ¡De ninguna manera! ¡Me lo llevo conmigo!
- Lo lamento, señora. Son reglas de seguridad que debo cumplir. El discman se queda acá.
- Lo lamento yo, señorita. Me llevaré el discman y se acabó.
- No, señora, las reglas de seguridad son muy estrictas y debo retenerle el discman.
- ¡Pero estamos hablando de un miserable discman, caray!
- Lo que sea señora. Uno nunca sabe.
- ¿Pero qué está insinuando?
- (labios apretados, cara de póquer)
- Dígame una cosita, ¿usted me ve cara de delincuente?
- (labios apretados, cara de póquer)
- Contésteme.
- (labios apretados, cara de póquer)
- Pero ¿de qué carajo tienen miedo? ¿de que lleve una bomba? Para que lo sepa, señorita, yo no tengo una bomba. ¡Tengo DOS!

Recuerdo que puse cara de divertida y ocurrente. Recuerdo que los labios apretados de la muchacha se apretaron un poco más y luego se abrieron enfurecidos para parasvjairths kasjksuve lastbehyh patiskw con su compañera.

- Por aquí, por favor. Pase por aquí, le digo.
- Pero.... ¿adónde me llevan? - me transportaban cual loco tomado de los codos; sólo que las piernas no me colgaban.
- Ssvjairths kasjksuve lastbehyh patiskw tysmaslldahsuy gkjdasigkes lasiccielksjsa (o algo así)
- No entiendo.
- Su equipaje quedará retenido. Se lo enviaremos a Londres en unos días.

Lo demás se hace nube en mi memoria. Sólo sé que continuaba el swuajauhyste jasjuydgaslaskdasskas de las dos mujeres, que mi pasaporte quedó incautado en un cajón del cuarto gélido al que me llevaron, que terminé en bolas luciendo mi nuevo conjuntito de ropa interior, que las manos de las harpías me recorrieron de arriba abajo (seguro que se alegraron de verme los entonces incipientes pozos de celulitis) y que mi hombre no tenía la más pálida idea de lo que sucedía allí adentro.

Tras 45 minutos de preguntas, repreguntas y retro-repreguntas absurdas, una bruja con cara de caza terrorista hambrienta, me escoltó hasta la puerta del avión, donde no se perdió ni un solo segundo del dilatado beso con que despedí a la razón de mi epopeya. ¿Por cuánto tiempo estarán separados?, preguntó indiscreta. Cuatro días, respondí. Indignada ante el flojo final de la telenovela, me depositó en el avión y pegó la vuelta.

11 de septiembre de 2001

-¡Con razón me llevaron "presa" cuando le dije a la empleada de El AL que tenía dos bombas en la valija!- comenté a mi marido mientras miraba las noticias y le cambiaba los pañales a mi hijo.

Noté que se le descolocaba la mandíbula. Jamás le había contado toda la conversación con Berta Judith, no por ocultarlo, sino porque seguía creyendo que mi inofensivo chascarrillo había sido un hecho totalmente irrelevante.

25.8.06

Echando luz

La otra rama

Sos la otra rama,
la que está allí,
luchando contra el viento y la aridez.

No me mires con desprecio
ni critiques la forma en que doy vida.

El tronco nos pasó su savia, bien o mal,
pero aquí estamos,
elevándonos al cielo,
con dolor, tonta esperanza
y una sonrisa arrogante y satisfecha.

Al mirarte,
veo el retoño que asomaba regordete y enrulado.
Veo tus primeros pecíolos, la vacilación de tus meneos
y el gozo frente al pájaro que se te revelaba.
Veo tus fracturas, tus inviernos, tus primaveras.
Y recuerdo las canciones compartidas
para paliar la amargura que venía desde abajo.

Sos la otra rama,
la que comparte mi raíz y la comprende.
La que hoy se retuerce hacia lo lejano para no verme.
La que se esconde, la que no llega, la que me niega.

Sos la otra rama.
Sos mi hermano.

(Para todos los que se tomaron la molestia de leer y comentar mi encriptado texto anterior, les dejo esto que escribí en paralelo, y que transmite lo mismo en otras palabras. La poesía no es mi fuerte; por eso me abstengo de sumergirme en sus aguas. Pero salió así.)

23.8.06

Génesis compartida

¡Es tan parecido a vos!
Tiene la misma sonrisa de mago cazador. Tus mismos gestos de galán sin reloj.

Es tan, tan parecido, que quiero ir a abrazarlo, a besarlo, a contemplarlo sin pausa.
¡Cuánto te extraño!

Yo sé que, al mirarme, sus ojos no verán mi ortodoncia de tercer grado ni la oscuridad de tostada de aquellos domingos eternos. Yo se que en sus oídos jamás resonarán las melodías que canté a tu lado, en la dulce trinchera de tu cama, lejos de las guerras de nuestro tronco dividido.

Él nunca probó la torta de manzana de mi abuela, ni acarició la goma espuma de mi almohadita rosa. Él no lloró en mi hombro, ni espió mi primera visita furtiva al lápiz labial.

Tampoco fue él quien decidió erigir el muro necio y absurdo donde hoy se aborta el fluir de la sangre que nos une. Ni siquiera sabe que te espero con las manos agarrotadas y la bronca ante cada centímetro que mis hijos crecen lejos de tu mirada.

A pesar de todo, me acerco a él y lo miro sin reparos.

¡Cuánto te extraño!

Lo estrecho entre mis brazos y acepto los suyos, mientras su voz me cuenta al oído que él también echa de menos a su hermana, la que vive del otro lado del océano, la única que conoce de memoria su principio, su nudo y su fin.

17.8.06

Extraña presa


La felicidad para vos es nunca quedarte sin auto ni perderte la clase de tenis los martes a la siete. La felicidad para él es escapar de la policía después de haber robado un banco. O es bajarse a unos cuantos oficiales antes de que lo maten a él.

Vos sos feliz el día en que no detona ni una sola granada fuera de tu casa. Tan feliz como quien recibe la medalla de honor y mérito por haber matado a decenas de enemigos, o quien sólo ha perdido las piernas durante el bombardeo.

Ella es feliz porque hoy su marido la abofeteó, pero esta vez no lo vieron sus hijos. ¿Y ella? Ella es feliz porque ha conseguido casarse, no importa con quién.

Feliz como quien emigra de un país arrasado por el hambre, o quien regresa a sus raíces después de un largo exilio.

Feliz como un lisiado que encuentra una rampa para bajar la calle sin ayuda, o como una madre que consigue un franco para cruzar la frontera y visitar a sus niños pequeños el fin de semana largo.

La felicidad es una extraña presa, que sólo sabe reconocer el cazador.

16.8.06

Cambio de perspectiva


Antes amaba el invierno.

El tibio roce de la bufanda impregnada con mi perfume favorito. La delicia de llegar a casa a contemplar el frío desde la ventana, junto a un libro, una lapicera, un anotador, un amigo, un amante, un café o un pecaminoso bocado. Los simples placeres del sedentario.



Hoy detesto el invierno.

El encierro obligado. Mamá, estoy aburrido. ¡Ojo con esa pelota que van a romper el florero! ¿Al parque a esta hora? ¡Ni loca! Son las cinco y media: tardísimo. Bueno, vamos. Ponete las medias y los zapatos. Vení que te abrocho la campera. ¿Así pensás salir? Hace frío. Hasta que no te pongas un sweater, no nos vamos. Uff…me olvidé el paraguas. Aaaaggg!!!!!! ¡se me enganchó la bufanda con el picaporte!



Pensar que hace poquitos días llegamos descalzos a la heladería. Eran las 9 de la noche. ¡Cuánto más facil es la vida estival para una madre! (suspiro)

15.8.06

Haciendo deberes

Mi amiga Victoria me ha “honrado” en su blog con un ejercicio que supuestamente debe hacerse en cadena. Consiste en responder las siguientes consignas y luego nombrar a ciertos otros "afortunados" para que lo continúen.

Tranquilos, que no pasaré la pelota a nadie. No es mi intención crearme enemigos en esta vida (lista negra para Vic! :-)

Simplemente me remitiré a contestar las preguntas, y que lo siga quien quiera.


1. Las tres cosas que haría si fuese millonaria.

a. Evitar que mis hijos sepan cuán ricos son.
b. Sentirme inmensamente culpable y no hacer nada.
c. Justificar mi buena suerte en todo momento y hasta el hartazgo ajeno (“bueno, tampoco es que yo tenga taaaanta plata”; “que yo no nací en cuna de oro ¿eh?”; “que esto es un accidente, nada más…”) ...y no hacer nada...

d. Una vez superado el estado de paralización, crearía una fundación destinada a dar becas de estudio a gente que la necesite y la desee.

2. Las tres cosas que diría en voz alta si supiera que nadie me recriminará o contradecirá.

a. Lo mismo que digo con mi tono de voz normal. Nunca me callo.
b. IDEM!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
c. IDEM !!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

3. Las tres cosas que cambiaría de mi vida, de mi misma.

a. Mi orgullo
b. Mis miedos
c. Mi naturaleza parlanchina

4. Las tres cosas que cambiaría a mi alrededor.
(éste es un concepto demasiado amplio)

a. La ignorancia
b. Las lágrimas de los inocentes
c. El abandono de perros en la calle

5. Las tres cosas que querría me pasara antes de morir.

a. Besar a mis hijos hasta quedarme sin besos.
b. Hacer el amor con Joe hasta quedarme sin aire.
c. Escribir una carta del alma a cada una de las personas que me acompañaron en este viaje y me ayudaron a cargar las maletas.

¡Venga un huesazo, amigo!


Nos alegramos al vernos. Nos acercamos. Nos abrazamos e intentamos un beso.
¡Ay! ¡Dolió, che!
Fue un choque de huesos, los cada vez más prominentes
huesos de nuestros rostros.
No es la dieta, no.
Es simplemente que ha desaparecido la mullida tersura de los años jóvenes
y asoma sin piedad la calavera.

14.8.06

El orden de la jungla


Mi vida está signada por las mudanzas - la continua búsqueda del propio rincón en el mundo. Hace unos meses, el destino me depositó en un vecindario muy coqueto, de autos 0 kilómetro, tonito bacán, abrigos caros y tiendas exclusivas. Un vecindario donde la gente viaja mucho, conoce el mundo, asiste a las mejores escuelas, habla inglés, francés y hasta alemán, y ostenta cantidad de títulos. Gente distinguida, nada ordinaria.

La panadería estaba repleta porque era domingo al mediodía y a todos nos justa mojar el pan en el juguito del asado o el tuquito de los ravioles, más allá de la clase o el nivel económico al que pertenezcamos.

Entro a la panadería, avanzo tres pasos y noto que necesito un número para ser atendida. Retrocedo hacia la puerta de entrada. En el mismo momento, ingresa una señora fina y bien vestida que, al ver mi intención, se lanza desesperadamente hacia el dispensador de números para ganarme la partida. La miro perpleja con la mano suspendida junto al dispensador, en obvia demostración de mi derecho prioritario y la mala educación de su gesto. Para enmendarla, la refinada mujer me facilita uno de los dos números que su apresurada maniobra le había propiciado. Le agradezco con buenos modales y aguardo impaciente la constatación del orden al que me había sometido. Por supuesto, ella tenía el 41 y yo, el 42. Primero ella.

Al terminar la compra, intento salir del recinto, pero debo dejar paso al hombre de mocasines de carpincho y pinta de terrateniente que empujaba para entrar. Primero él.

“Primero yo, después yo y siempre yo”.

¿Es tan difícil pulir el egoísmo y la voracidad animal que llevamos impresos desde el nacimiento? ¿Para qué sirve el estudio, los viajes, el contacto con otras culturas, la posibilidad de enriquecer la visión de la vida? ¿Para qué las buenas escuelas, que se suponen entrenadoras del pensamiento, si se siguen obedeciendo las más primitivas reglas de la jungla?

Ya sé que cultura no es educación, que dinero no es educación, que título no es educación. Pero no puedo tolerar que personas que tienen la posibilidad de aprender a elevarse por encima de la jungla, sigan actuando como chimpancés peleando por bananas. ¿Qué derecho tienen luego a condenar al vándalo que roba y mata por hambre porque nadie le ha enseñado a obrar diferente?

Supongo que los extremos siempre terminan juntándose.

11.8.06

¡Voto por mi vida!

Llego a la conclusión de que las percepciones sobre la guerra de Irak dependen del lado del cerco en que uno se encuentre. Desde este lado, se ve absurda y espeluznante; una astuta movida más de la “familia del emperador” para robar, explotar e inmiscuirse en todo.

Desde la camioneta cuatro por cuatro O kilómetro que yace en la puerta de una flamante casa de columnas jónicas símil en Kansas, Milwakee o Nevada, la guerra es lo que necesita hacer “Papá” para mantener barato el combustible y sostener la economía plásticamente estable que tanto envidian esos hijos de puta de afuera, sucios, vagos, desconsiderados, desagradecidos. Papá sabe lo que hace y yo no tengo por qué cuestionar sus negocios. Para eso está papá, mi papá, el rey de la familia, el portador de los sublimes valores humanos que proclama el pastor de mi iglesia dominical con piscina cubierta, y que quizás también proclame la constitución que dicen me gobierna. Esto es democracia: la capacidad de elegir lo que más nos conviene. Y por eso te apoyo, Papá, porque soy un patriota norteamericano y pertenezco a esta tribu de grandes. Tribu de libres y valientes. Esta es la tierra de la independencia. The land of the free and the home of the brave, que siempre luchará contra las garras de los que detestan la libertad. Esos árabes de inmundo turbante, o palestinos o como les llamen. ¿O eran fenicios? No, son sirios. ¿Turcos? Yo qué sé. Son todos iguales. Unos hijos de puta roñosos, fuck you, fuck you, quien quiera que seas. Por tu culpa, idiota malnacido, nos tenemos que sacar los zapatos en el aeropuerto para que nos revisen la intimidad. Gracias a tus locuras, no se puede ser libre. El problema es que vos odiás la libertad, y yo no. Yo la amo, porque nací en esta tierra, ¿entendés? Papá, hacé algo. Líbranos ya de estos incivilizados que constantemente vemos en la tele destrozando ciudades. Son una plaga maldita, un verdadero horror. Pero nosotros, con nuestra grandeza, nuestros valores cristianos y tu capacidad de llevarlos a cabo, salvaremos a los inocentes de su emboscada. Homosexuales de mierda, que seguro hasta apoyan el aborto. ¡Cualquier cosa se puede esperar de estos vándalos!

No temas, hijo mío. El Señor ya me lo ha dicho: tenemos que pulverizarlos, sacarlos del mapa. Fue un mensaje divino que comprendí muy bien. Mirá lo que hacen. ¿No es atroz? Es por eso que debo mantener el país en constante alerta roja o anaranjada. ¿De qué otra forma se los combate? Ya ves lo que hicieron con las torres, ¿querés que vuelva a suceder? Lamentablemente, si tiene que caer Irán, pues caerá también. Y el Líbano, y Marte y Venus. Lo que sea por protegerte, mi hijo. Comprendo perfectamente que a tu cuerpo relleno de Big Mac y Coca Cola Maxi le cueste mucho sacarse los zapatos en el aeropuerto y tener que exhibir todas las muchas, muchísimas, mercancías que necesitás para sobrevivir, incluido el tan útil pasador automático de hilo dental con trípode que acabas de comprarte en el SkyMall. Yo lo entiendo, mi niño americano, pero no puedo evitarlo, porque haré lo que sea necesario para protegerte. ¡Alerta roja nuevamente! Ellos odian la libertad, ya lo sabes. Pero nosotros no. Y por eso, yo debo cuidarlos a ustedes. Denme su voto. Apóyenme. Díganme sí. Sí a todo. Sí a la guerra. Sí al presupuesto bélico. Sí al avance monopartito. Sí al petróleo. Sí a las torturas. Sí a la paz del mundo, mi vida.


Sí, papá, te digo sí. Sí al préstamo y doble préstamo y triple préstamo de 6 por ciento de interés, sí a la VISA de pago diferido, sí al Home Theater, sí a mis vacaciones con Goofie y Minnie, sí al sueño aletargado con lavavajilla y aspiradora de polvo, de agua, de aire, de mano, de auto, de cerebro. Limpiemos todo. Sí, sí, sí. Sí al presupuesto para Irák, Irán, el Líbano y cualquier otro punto en que puedas meter las narices para salvar al mundo. Vos sabés de geografía. Vivir aquí es un privilegio que me compro en cómodas cuotas. Y vos siempre tenés razón; siempre la has tenido. O no. O sí. No sé. Pero eso no importa. El fin justifica los medios. Y yo quiero un yate nuevo, uno bien largo y bien potente. Y también una casa de ocho o nueve dormitorios porque con cinco ya no alcanza para mis juguetes y los de mis niños. Mis niños, todos los que he engendrado, porque yo, como vos, no creo en el aborto. Si mueren en la guerra, ya es otra cosa. Eran mayores. Eran patriotas. Como yo, que soy patriota. Soy cristiano. Soy lo que que vos querés que yo sea; un pacifista (a mis nenes jamás les regalo escopetas, ni siquiera pistolas de agua. ¡Dios nos libre!) Pero dale, papi, papucho, ¿me puedo comprar la avioneta? ¡Obvio que te doy el voto! Hacé lo que quieras, viejito...

10.8.06

De regreso

¡Hola!!

Llegué esta mañana, pero sinceramente no veo dos en un burro. Muero de sueño. Estoy convencida de que las cabezas deberían viajar en la bodega del avión, dentro del equipaje. De esa manera, sería mucho más fácil dormir durante los vuelvos, ya que desaparecería el gran dilema de dónde apoyar el marote. Además, no tendríamos que soportar la cara de mal humor matinal y el mal aliento ajenos, ni contaríamos con oídos para escuchar todos y cada uno de los ruiditos disonantes del motor que, en ciertas mentes, significan el preludio de un explosivo o estrepitoso final.

Aclaro que esta vez probé la almohadita inflable, pero no hubo caso.

Y vuelvo mañana. A ver si limpiamos un poco los yuyos y el polvo amontonados en mi ausencia.

¡Gracias por la paciencia!

29.7.06

¿Y ahora qué hacemos?

Aunque no cuento con demasiado tiempo o espacio para el blog, me complace ver cómo avanza nuestra historia común. Sinceramente, temía que nos quedara colgada, pero parece que tanto lectores como escritores se han dejado llevar por sus letras.

No se muy bien qué formato darle. Nos está quedando bastante larga y si la publico como un post, será interminable. ¿Alguien más entendido en el asunto podría sugerir algo? ¿Dónde colocamos a nuestro caro bambino?

Siguen mis vacaciones campestres en medio de un pequeño pueblo de los Estados Unidos. Sigue mi cabeza pensando. Sigue mi corazón zozobrando. Siguen mis historias germinando.

Hasta luego.

25.7.06

¿Seguimos emborrachando bombachas?

Aquí va lo escrito hasta ahora, incluido un último párrafo recién salido de mi horno vacacionero. Saqué un par de cositas que no tenían sentido en el conjunto. A ver qué pasa con esto...

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La bombacha era blanca cuando Paula decidió vestirse muy lentamente y sin prisas. Lo único que deseaba aquella mañana era mimar su cuerpo y sentirse bien consigo misma. Eligió una de algodón , pequeña pero deportiva , de esas que pueden usarse durante el día sin temor al después. Se sentía viva, pero ante todo se sentía sensual, muy sensual. Desde aquel día en que se cruzó con él mientras corrían por el parque. Desde que él la recorrió con la mirada en un instante y se sonrieron por primera vez. "Me gustas incluso vestida para hacer deporte"- le diría con el tiempo.

Le gustaba correr. Había descubirto que el calor aeróbico se le pegaba en cada hueco del cuerpo y le despertaba un ritmo palpitante entre las piernas. Sudaba. Sus músculos tensados, y a la vez tan sueltos, la transportaban al sitio donde imaginaba estar, en movimiento, jadeante, sin aliento. Su mente volaba tan rápido como sus piernas. El le había sonreído...sólo una sonrisa.

Sonrió ella al recordarlo. Mientras elegía la ropa del día, se dedicó a recordar como había sido todo. En realidad, siempre le gustó la caminata al aire libre; había empezado a trotar en forma casual. Como pidiendo permiso. Cuando empezó a ir al parque se sentía distinta.
La suba de adrenalina la ubicaba en espacios que jamás había visitado. Primero, el ahogo y la falta de ventilación y luego, el cruce de la barrera de oxígeno que renovaba los pulmones. En ese sitio se sentía cómoda; podía seguir y seguir por horas. Era una especie de vicio, una sensación inédita.

Terminó de vestirse y puso un poco de agua a calentar. Mientras se decidía por un té o un café comenzó a preparar la carpeta con los parciales corregidos antes de salir para la facultad. Hace tres días que no lo veo- pensó. Extraño sus manos y su voz. Odio que tenga que viajar.

La pava empezó a silbar

Sus viajes siempre son una sorpresa, nunca estoy preparada para aceptarlos. ¿Qué hará, cuando termina las reuniones, antes de volver al hotel? ¿Siempre regresa solo? Enseguida apartaba este tipo de pensamientos de su mente porque estaba segura: él la amaba a ella por encima de todo. Con gesto cansado se sirvió el té, sopló- estaba demasiado caliente- y se vio reflejada en la puerta del microondas.


Quedó contemplando su rostro, que ya comenzaba a diferenciarse de aquél que había conocido a Miguel diecisiete años atrás. Los bailes del club. Su tímido maquillaje. Los tacos sin plataforma.

Sus pensamientos se interrumpieron con el lejano ring del celular. ¿Dónde lo había dejado? ¿Seguía enchufado o ya lo había guardado en la cartera?

Lo encontró junto a los exámenes. La pantalla anunciaba la llamada de Miguel.

—¿Hola? ¿Miguel? ¿Amor?
— ---------
— ¿Miguel? Hola, ¿me escuchás, Miguel?

La voz de Miguel se oia en el eco de la distancia. Como si estuviera hablando con alguien. Seguramente lo habían interrumpido en medio de la llamada a Paula y no había querido colgar. Era una forma de pedirle que lo esperara en línea.

Paula esperó, y siguió escuchando. Poco tardó en descubrir que la llamada no había sido una bella intención, sino el fatal descuido de quien está totalmente enredado en otra cosa.

Enriedo de piernas, suzurros y temperatura corporal.

21.7.06

De vacaciones

Querida Tia Martita:

He llegado a EEUU. Hace un calor insoportable. Siempre digo que el cuerpo tiene que acostumbrarse al verano de a poquito ¿viste? Esto de pasar de las botas altas a las piernas blancas y enrojecidas por la depilación ad hoc, es como demasiado fuerte, ¿no te parece? Antes de salir, dejé todo listo. Todito. Ni un misero pendiente me quedó. Si hasta llevé a vacunar al perro y hacía como seis meses que tenía esa obligación instalada sin remedio en la lista de cosas por hacer. ¿Por qué será que necesitaremos la presión del último minuto para funcionar? Hijos del rigor, como dice mi madre..

En el avión, la nena se me quedó frita apenas despegamos. Ella dormía hecha un ovillo y y yo, cabeza hacia la derecha, cabeza hacia la izquierda, cabeza apoyada en la ventanilla, cabeza apoyada en el asiento de adelante, cuello erguido, cuello doblado, cuello semi apoyado, asiento reclinado, asiento sin reclinar, piernas estiradas, piernas dobladas, piernas hacia la izquierda, piernas hacia la derecha, piernas acalambradas, caminata por el pasillo, asiento, cabeza hacia la derecha, cabeza hacia la izquierda, cabeza apoyada en la ventanillas, cabeza apoyada en el asiento de adelante, cuello erguido, cuello semi apoyado…. ¡CUELLO DESTROZADO! No pude pegar un ojo, la verdad. Pensar que unos años atrás hubiera podido dormir hasta sentada en el inodorito del baño. ¿Será que estoy vieja o que los aviones están cada día más incómodos?

Apenas nos sirvieron el desayuno, entramos en una zona de turbulencia. ¡Qué idiotas! No pueden ir por otro camino? Y ésta no era de las turbulencias suavecitas, te juro, sino de ésas que te hacen volar el café en un bloque macizo hasta la mismísima cara del tipo de atrás. Un horror. Había quienes se mataban de risa... los jovencitos, sobre todo. Otros, como el chino de al lado, se hacían los que no pasaba nada y otros, como yo, se abrazaban a lo primero que encontraban y se ponían a esperar el fin del mundo; pero que fuera pronto. Cuando todo se calmó, nadie tomó el desayuno. El aire olía a miedo gasificado y liberado.

Bueno, te dejo que me llaman a cenar. Sí, son las cinco de la tarde, pero bueno…a esa hora cenan por aquí. Ya se, ya se... dónde quedó el five o’clock tea, dirás. Yo me pregunto lo mismo. Mucho inglés, mucho yes, mucho we are the champions, pero del té inglés, ni noticia.

Chau, tiíta... Si puedo, te escribo otro día.... Volvemos el 10 de agosto, acordate...

Muchos besos

Tu reina.