Los fatídicos sucesos del 11 de septiembre me lo explicaron en las vísceras.
¡Era obvio que terminaría en ropa interior, con el pasaporte tristemente encajonado y un molesto murmullo de harpías (
svjairths kasjksuve lastbehyh patiskw), que me sonaba a bengalí, sueco o quizás tagalog, pero era hebreo!
Diciembre de 1994Enamorada perdida de un hombre que vivía en mi país, pero provenía de otro, lloré un poco cuando me dijo que se iría a Nueva York a pasar las navidades con su familia. Lloré un poco, sí, pero enseguida tomé la decisión de partir yo a Londres a pasar las fiestas con mis amigotes de siempre. ¡Qué tanto! Una es una mujer emancipada. Las Penélopes han pasado a la historia. ¡Bye, bye, baby!
- Baby, te extraño. Hace dos días que salí de Buenos Aires y ya te extraño. ¿En serio que también me extrañás? Bueno, veré que hago. Quiero verte. Hay muchos pasajes baratos desde Londres a Nueva York. ¿No sería genial comenzar el Año Nuevo juntos?
Y así fue que volé hacia los brazos de mi Romeo, mi Aladín, mi Bella Bestia, en un avión de El Al, la línea israelí que ofrecía las mejores tarifas estudiantiles y las mejores técnicas indagatorias del mercado. Antes de subir, debí responderles idénticas 74 preguntas a 3 personajes diferentes. Fue un milagro haber demostrado cierta coherencia, siendo que, por costumbre, había llegado tarde al aeropuerto porque había extraviado el boleto y debieron reemitirlo y bla bla bla (detalles sin importancia para esta historia).
Creo que, pese al engorro, poco me cuestioné la validez o el motivo de tanta pregunta y repregunta de los israelíes. Y si lo hice, el pensamiento no debe haber ocupado más de 5 minutos, ya que mi cabeza estaba del otro lado del océano, específicamente entre las piernas de mi foráneo querido. Tampoco se me cruzó por la mente el hecho de que iba a conocer a la familia de mi pretendiente, ni de que Nueva York no es sólo una famosa ciudad con aeropuerto sino también un estado, cuyas dimensiones distan mucho de ser pequeñas. El candidato debió manejar 600 kilómetros desde la casa de sus padres para recogerme en el aeropuerto, y otros 600 kilómetros para llevarme a la casa de sus padres, donde pasaríamos 4 días juntos antes de volver a trasladarme al aeropuerto de Nueva York para que yo viajara nuevamente a Londres donde me quedaría por dos días más antes de viajar a Buenos Aires “donde también viajará mi novio que ahora está en Estados Unidos por las fiestas pero que ya se vuelve a Buenos Aires porque trabaja allí, pero yo sólo vine a EEUU a pasar Año Nuevo y me quedé 4 días, porque iban a ser 7 días, pero extravié el pasaje y me lo tuvieron que reemitir pero, como se trataba de esos boletos baratos para estudiantes, sólo la agencia podía reemitirlo, pero la agencia estaba cerrada por navidad y tuve que esperar a que abriera y entonces los 7 días de estadía en EEUU se me hicieron 4 y por eso me quedé tan poquito tiempo y vuelvo a Buenos Aires apenas llego a Londres…"
Todo esto se lo conté a la empleada de EL AL que, con asombroso poder de concentración, seguía el descabellado y algo sospechoso rumbo de mi cuento antes de hacerme el check-in para regresar a Londres.
(¿Regresar, dirán? Sí, ya debo regresar. Lamentablemente, fueron sólo 4 días, ¡pero qué 4 días! Se los cuento en otra oportunidad).
- ¿Algo que declarar? - me pregunta Berta Judith, la del check-in.
- Sólo llevo un discman para un amigo.
- Lamentablemente, se lo vamos a tener que retener porque todo electrónico debe pasar por el chequeo de seguridad y ya hemos cerrado la máquina. Usted llegó tarde.
- Es que había mucha nieve en el camino. Hicimos 600 kilómetros para llegar aquí.
- Sí, comprendo. Por eso, el discman se queda aquí y luego se lo enviamos a Londres.
- ¿A Londres? Pero si en Londres sólo me quedaré dos días. Cuando llegue el aparato, yo ya no estaré. Le dije que volvía a Buenos Aires. ¡De ninguna manera! ¡Me lo llevo conmigo!
- Lo lamento, señora. Son reglas de seguridad que debo cumplir. El discman se queda acá.
- Lo lamento yo, señorita. Me llevaré el discman y se acabó.
- No, señora, las reglas de seguridad son muy estrictas y debo retenerle el discman.
- ¡Pero estamos hablando de un miserable discman, caray!
- Lo que sea señora. Uno nunca sabe.
- ¿Pero qué está insinuando?
- (labios apretados, cara de póquer)
- Dígame una cosita, ¿usted me ve cara de delincuente?
- (labios apretados, cara de póquer)
- Contésteme.
- (labios apretados, cara de póquer)
- Pero ¿de qué carajo tienen miedo? ¿de que lleve una bomba? Para que lo sepa, señorita, yo no tengo una bomba. ¡Tengo DOS!
Recuerdo que puse cara de divertida y ocurrente. Recuerdo que los labios apretados de la muchacha se apretaron un poco más y luego se abrieron enfurecidos para
parasvjairths kasjksuve lastbehyh patiskw con su compañera.
- Por aquí, por favor. Pase por aquí, le digo.
- Pero.... ¿adónde me llevan? - me transportaban cual loco tomado de los codos; sólo que las piernas no me colgaban.
- S
svjairths kasjksuve lastbehyh patiskw tysmaslldahsuy gkjdasigkes lasiccielksjsa (o algo así)
- No entiendo.
- Su equipaje quedará retenido. Se lo enviaremos a Londres en unos días.
Lo demás se hace nube en mi memoria. Sólo sé que continuaba el
swuajauhyste jasjuydgaslaskdasskas de las dos mujeres, que mi pasaporte quedó incautado en un cajón del cuarto gélido al que me llevaron, que terminé en bolas luciendo mi nuevo conjuntito de ropa interior, que las manos de las harpías me recorrieron de arriba abajo (seguro que se alegraron de verme los entonces incipientes pozos de celulitis) y que mi hombre no tenía la más pálida idea de lo que sucedía allí adentro.
Tras 45 minutos de preguntas, repreguntas y retro-repreguntas absurdas, una bruja con cara de caza terrorista hambrienta, me escoltó hasta la puerta del avión, donde no se perdió ni un solo segundo del dilatado beso con que despedí a la razón de mi epopeya. ¿Por cuánto tiempo estarán separados?, preguntó indiscreta. Cuatro días, respondí. Indignada ante el flojo final de la telenovela, me depositó en el avión y pegó la vuelta.
11 de septiembre de 2001-¡Con razón me llevaron "presa" cuando le dije a la empleada de El AL que tenía dos bombas en la valija!- comenté a mi marido mientras miraba las noticias y le cambiaba los pañales a mi hijo.
Noté que se le descolocaba la mandíbula. Jamás le había contado toda la conversación con Berta Judith, no por ocultarlo, sino porque seguía creyendo que mi inofensivo chascarrillo había sido un hecho totalmente irrelevante.