18.9.07

LA ECUACIÓN DE LOS LÍMITES

En general, es mejor:

un niñito disgustado y un padre complacido
(¡Basta de chocolate!)

Que:

un niñito complacido y un padre disgustado
(¿Otro chocolate más? Te va a doler la panza. ¡Nunca me haces caso!)






11.9.07

¿Qué es el arte? (apreciación netamente subjetiva)


Siempre digo que mi idea de buen arte se engloba en una maravillosa película brasileña que vi en 1998 y que aún me hace vibrar al recordarla: Estación Central, de Walter Salles.
El film narra la historia de un niño que, mientras busca a su padre, ve morir a su madre bajo las ruedas de un autobús y queda a merced de una desconocida que encarna las peores cualidades de la marginalidad de Río de Janeiro.
El film no retacea en la exhibición de miserias ni dolores. Refleja sin rodeos la hambruna interna y externa del ser humano - la soledad, el anonimato, la avaricia, la jungla urbana. Un abanico que asfixia por lo crudo y desespera por lo real.
Sin embargo, en medio de la dureza de ese desierto, el espectador ve germinar una semilla que transforma y da luz. Una semilla muy plausible, porque proviene del mismísimo rincón blando de la vida, que definitivamente existe.
El sol siempre está. Las tinieblas también.
La idea es saber mostrar los claroscuros, sin ahogar de pena ni recurrir a salidas facilistas.
Llevar al otro a un cuarto opaco y sombrío es muy sencillo.
Descubrirle las rendijas de luz, un verdadero desafío.

6.9.07

SUPRESIÓN

Ayer escribí un post muy triste, que decidí eliminar a las pocas horas por cuestiones de derecho.
No creo tener derecho a asaltar al lector con golpes bajos irredimibles.
Murió un niño que conocí bastante. Murió una vida de siete años. Un ángel que ayer yacía en el cajón mientras sus amiguitos (entre ellos mi hijo) jugaban contentos en la inocencia de su infancia.
El enfado y la congoja me llevaron al teclado, y del teclado al post que varios de ustedes llegaron a leer.
Les pido perdón.
No me considero artista, pero aspiro a entregar arte en lo que escribo. Y lo que yo entiendo por arte es la búsqueda de rosas, o siquiera raíces, en el desierto. Fácil resulta revolcar al lector en las dimensiones fangosas de la vida, que son enormes y demasiado obvias. Lo difícil es rescatarlo mostrándole otras facetas, y hacerlo con argumentos válidos e inteligentes.
¿Qué sentido tiene abofetear con verdades que todos conocemos, tememos y lloramos?
La muerte es parte de la vida y, como tal, siempre nos merodea. El instinto de supervivencia hace que la obviemos, la olvidemos o la creamos lejana. Pero tarde o temprano, a mayor o menor distancia, la muerte nos muestra su rostro de negros enigmas y nos sume en la vulnerabilidad más absoluta.
Ayer vi ese rostro y me sentí vulnerable... y no pude más que venir a gritarlo.
Perdón por el ruido...

4.9.07

Drogas en pantalla


Tu olfato reconocerá rápidamente los aromas grasi-dulces del lugar y te llevará de narices hacia tu propio balde de palomitas de maíz y tu vaso de Coca Cola. ¿Qué tamaño? Ése, claro. El más grande, el extra large, diez o quince veces la dimensión de tu estómago.
Un pasillo sin hora ni tiempo te depositará en la sala. Podrán ser las dos de la tarde, las diez de la noche o las ocho de la mañana. Cualquier momento es bueno para meterte en el túnel del simulacro.
La pantalla será gigante y envolvente a fin de ocupar todos tus espacios y atacarte desde los cuatro ángulos. Serás casi parte de la acción y te revolcarás mansamente entre sonidos estruendosos, colores brillantes y texturas casi palpables. El ritmo vertiginoso de las escenas tampoco te dejará espacio para recapitular. Una imagen se sucederá con otra hasta marearte de estímulos vaporosos e hipnotizarte las neuronas. Te enceguecerán los destellos del cohete, te aturdirán las sirenas de la noche y los titánicos dinosaurios fagocitarán la esencia de los diálogos.
No pienses en nada. No hay nada que pensar. Simplemente fija los ojos, abre los oídos y siente los tambores retumbar en tu corazón, tu sien y las yemas de tus dedos. Deja que el argumento se escurra trivial entre la inmensidad de la pantalla y la estridencia de los efectos especiales. No pienses. No busques razones. Deslúmbrate. Encandílate. Ensordécete. Llora. Asústate. Consume ruidos, colores de humo y azúcares de aire.
Y si al salir sientes una especie de vacío en el alma y la razón, compra otra entrada y otro balde de palomitas, y anestésialo nuevamente entre los masivos narcóticos de Hollywood.