28.11.07

Lágrimas


No podías comprender el porqué de mis lágrimas cuando veías las fotos de tu nacimiento.
“Mamá, ¿es que no estabas contenta cuando yo nací?”, me preguntabas.
“Sí, hija. Pero a veces se llora de felicidad. Estás tan contenta, que se te salen las lágrimas de los ojos.”


Habían sido 10 días de separación. Vos aquí. Yo en otro continente.
Al regresar, te abracé sin pausa en la puerta del jardín de infantes y quedé atónita ante el susurro de tus palabras:
“Mamá, ahora se qué es llorar de contenta. Anoche, cuando pensaba que hoy venías, las lágrimas querían salírseme de los ojos”.


23.11.07

Incógnita


¿Cuándo se fue la niña y llegó la señora?
La perversión del tiempo es avanzar más rápido que lo que nuestro cerebro es capaz de procesar.

7.11.07

¡BIENVENIDOS!


Pase, señora, encantada.
Ella es libanesa, suegra de mi amiga mejicana. Recién llegada a los Estados Unidos para pasar las fiestas de fin de año junto a su hijo, Muhab. Dama de presencia algo imponente, gracias a varias decenas de kilitos de más.

Lajabá ja li já jija jabalá, me dice en un idioma que parece no tener otra letra más que la jota, la ele y la a con tilde agudo. JALALÁ
No habla palabra de inglés, menos de español, pero estamos muy contentos de que venga a nuestra casa a celebrar el fin de año. Es un honor tenerla. Y es un orgullo inconfesado aportar tanta internacionalidad a nuestra mesa, nuestros hijos y, por qué no, a nuestro perro Macchi, integrante dilecto de la familia, dulce fruto de la madre perra que me concedió el privilegio de hacerlo mi hijo canino, mi sol de pelusa, el ocupante de nuestro lecho conyugal hasta que vinieron los niños.

Nuestra familia está contenta y lo expresa prodigando besos y atenciones a la recién llegada. Macchi también. Él lo demuestra a su manera, claro está. Le lame los pies, le lame las piernas y se le instala fielmente junto a los talones bajo la mesa, seguramente esperando el bocado furtivo que casi siempre recibe de nuestros invitados.
Ja ajá bi ja la lá bi ja ji la lá, comenta la señora a su hijo, que por fuerza ha de oficiar de intérprete durante toda la velada.
—¿Qué es lo que ha dicho tu madre, Muhab?
—Nada, hablábamos del perrito, que se le está acercando.
—Es que Macchi es un cariñoso total. Le encanta la gente. Se cree que las visitas vienen a verlo a él. ¡Tan cómico este pichicho! Se llama Macchi por el macchiatto, café cortado en italiano. ¡Ja ja!

Entre risitas traviesas, hago una pausa para que Muhab cumpla con su labor de traducción.
Pero Muhab se mantiene callado, la dama continúa con el libi labijá en monólogo de fondo, y yo, perturbada ante la incomunicación, sigo contando que “Macchi siempre ha sido un perro bonachón, quizás porque fue nuestro primer hijo y recibió toda la atención. ¡Si por poco lo llevábamos en carrito de bebé cuando era cachorro! Macchi comparte con nosotros vacaciones, salidas, baños de piscina, y hasta la cama los domingos por la mañana. ¡Ni que hablar de su trato con los nenes! Es genial. Apenas escucha que se despiertan, corre a su cuarto y los llena de lengüetazos en la cara. Son como hermanitos. Tu hermano perro, les digo a los niños cuando les hablo de Macchi”.

Muhab se mantiene mudo. No traduce ni un punto ni una coma de mi tierno discurso.
La señora aumenta el volumen del jabi jabi y yo no soporto más la situación.
—¿Muhab, por qué no le traduces a tu madre lo que decimos?
—Porque en el mundo árabe los perros son poco menos que ratas. Si un musulmán toca la saliva de un perro, debe lavarse las manos siete veces.

¡Glup!

(¿Qué sensación producirá el beso de Año Nuevo de una peluda "hermana" rata malcriada con ajuar de bebé?)