10.4.08

Abejas


— Ya sabes que la traducción no es algo redituable. Horas y horas, palabrita por palabrita; son las tres de la mañana y yo aquí, con los ojos cruzados frente a la pantalla para ganar miserias. Esto no es negocio… La idea sería conseguir más clientes en el exterior, a tarifas de primer mundo, y armar un plantel de traductores locales que trasnocharan por mí a tarifas de tercer mundo. ¡Ahí sí que haría una buena diferencia, sólo por pasar el documento de una mano a otra! Obviamente, yo siempre estaría dispuesta a responder preguntas y disipar dudas, pero mi función principal sería organizar, coordinar, dirigir y disfrutar de la vida. Ya bastante he pagado mi derecho de piso y me merezco un ascenso profesional. ¡Yo, empresaria! ¡Yo, directora! ¡Yo, abeja reina que administra y da vida al panal!
Es más, los traductores estarían tan agradecidos de recibir trabajo y buena paga, que me dedicarían sus días y sus noches pues, para aumentar las ventas, yo ofrecería al cliente disponibilidad total las 24 horas, incluso feriados, fines de semana y épocas de vacaciones.
Lo importante es saber organizar y coordinar las entregas. He ahí la clave: una buena gestión.
— ¿Y esto para qué? — me pregunta el otro lado de mi yo.
—¿Cómo para qué? Para ganar dinero, qué pregunta. ¿No te parece maravillosa la idea de generar mucho movimiento, mucho dinamismo, grandes volúmenes yendo y viniendo? Imaginate mi nombre y mi sello profesional multiplicados en infinitos documentos, hasta convertirme en una verdadera marca registrada. Un emporio. Una máquina de hacer dinero.
— Es interesante. Pero ¿qué harías con tus gustos, que son tan marcados y hasta obsesivos, diría yo?
—¿A qué gusto te refieres, mi queridísima otro yo?
— Pues a tu gusto por embadurnarte sin pereza en la pasta de los textos y pasarte horas y horas revolviendo, libando y suavizando, hasta lograr el punto y la consistencia que sólo vos crees reconocer.
—Ay, ¡qué poética que estás, mujer!
—No, no. No es poesía, sino realidad. ¿Acaso te olvidas del placer casi enfermizo que te provoca tocar las letras, hacer girar las hojas del diccionario, sopesar alternativas, borrar, probar, probar y borrar hasta dar con ese verbo justo que intuyen tus neuronas? A vos te gustan demasiado las palabras como para cambiarlas por dinero. Lo que otros encuentran tedioso y aburrido hasta las lágrimas, a vos te resulta un deleite. Cada palabra es un gozo, cada oración un desafío. Cada texto, un laberinto por desandar. Poco te importan las horas solitarias que te lleve hilar dos frases si con ello dejas satisfecha tu obcecación por el ritmo, la sintaxis y la perfecta puntuación.
—Quizás tengas razón, pero bien podría quedarme con un texto, el que más me guste, y dejar que otros se encarguen de los demás.
—¿Y cómo te asegurarías de que los trabajos esté bien hechos?
—Garantizar la calidad no es difícil, no. Basta con elaborar un glosario general que aúne criterios y terminología. También se podría redactar un documento guía con pautas técnicas y éticas para enseñar a hacer lo que yo hago. Con eso, el producto sería idéntico, o casi idéntico, al que yo generaría.
—¿Estás segura? ¿Resumirías 20 años de experiencia en un documento guía: la gran receta de tu miel?
—Bueno, en un primer momento, debería revisar todos los archivos, pero una vez que supiera quién es quién y cómo trabaja cada uno, y que ellos conocieran mis expectativas, la cosa marcharía sobre ruedas sin mi presencia. En una palabra: el traductor se quedaría con la trasnochada y un poco de dinero y yo, con mi tiempo libre y el gran margen entre lo que cobro y lo que pago.
— Bien. ¿Y qué harías con tu eterna manía de leer los documentos ocho veces antes de enviarlos, por temor a que el texto no fluya o tenga una coma de más?
—¿Qué intentas decirme?
—Pues que los grandes volúmenes sólo lograrían neurotizarte pues serías incapaz de revisarlo todo; te aterrorizaría la idea de poner tu nombre en algo que vos no has hecho.
Y como la modista que descose y vuelve a coser, terminarías reescribiendo todos y cada uno de los muchísimos textos que aceptaste para generar fortunas y tiempo libre.
—¿Entonces? ¿Qué sugieres?
—Sugiero que no te marees con las ideas modernas de las grandes corporaciones y la generación de capital. Sugiero que uses tu autoconocimiento para reconciliarte con lo que sos y lo que no sos. Sólo así podrás tomar decisiones acertadas, sin albergar expectativas estériles ni desperdiciar el talento que llevas impreso.
Hay personas para todo…Hay empresarios y hay artesanos.
Hay abejas reinas y hay abejas obreras.
Y aunque muchas veces te pese la rutina y, tantas otras, te duermas sobre las teclas, te aburras de los mismos temas y te amargues pensando que tu trasnochada va a terminar en el cajón de una oficina porque traducir un documento es un simple formulismo legal o una duplicación léxica innecesaria, nunca podrás negar que tu corazón está puesto en el artesanado de la palabra.
¡Chau abeja obrera!
—Chau, pero no te olvides de la coma antes de "abeja"...