29.6.06

Violeta, mi amor

Vino al mundo gracias a un arsenal de inyecciones, largos reposos y muchas ganas. Vino con la ventaja de su sexo y todo el tiempo en que sus padres habían deseado una niñita. Fémina, chancleta, mujer. Se llamaría Violeta.

La alegría de su madre era extraña. La palabra mujer le disparaba una exquisita sensación de conquista y, al mismo tiempo, una aguda flecha en el corazón. Flecha venenosa, flecha que había que luchar. El veneno femenino, tan oscuro y tramposo. Relación madre hija; peligro.

El vientre se le hinchó de miedo.

Al minuto de nacer Violeta, detectó en ella muchos de los rasgos que siempre detestó en sí misma. Sólo ella los veía, pero parecían estar allí. ¡Pobre hija!

La amaba, la amaba mucho. Tanto la amaba, que sentía deseos de pegarle cuando no prestaba sus juguetes, su espacio, su amor. Cuando a los 9 meses, arrancaba con furia el sonajero de la mano de su hermano y, a los dos años, prefería seguir en el rincón antes que pedirle perdón por haber mordido. Porque su madre la quería buena, a la medida de su amor. Una fémina a quien darle todo el cariño largamente acumulado.

Violeta saldría buena, sólo había que marcarle el rumbo. Si tiene mal carácter, se la ablandará. Si no sabe prestar, se la educará. Mano dura, penitencia, nunca un golpe. Marcar, marcar, marcar. No hay que perder el control del timón. Amor y sentencia. Sentencia y amor. Nunca dejar que descarrile. Bajarla del caballo, porque luego será incontrolable. Ubicarla en el mundo. Los demás también existen. Es por su bien.

Violeta tenía tres años. Iba al jardín de infantes. Muchas nenas la invitaban a jugar y ella también las recibía en su casa. Su madre escuchaba detrás de la puerta, presta a salvar a las víctimas de la subyugación de su hija, presta a arrancar el juguete de las manos de Violeta para entregarlo a su par, en caso de ser necesario. Violeta lloraba, Violeta iba en penitencia, Violeta peleaba y seguía peleando. Su madre la amaba. Algún día aprendería. Algún día dejaría de morder a su hermano, algún día llegaría a obedecer. Era cuestión de marcar el rumbo, de no perder el control del timón.

De regreso de la clase de pintura junto a su amiga Sofía, Violeta expresa su deseo de invitar a su compañerita a jugar a casa. “¿Puede venir Sofía?” Sofía se niega. “Mi mami no me deja. Mi mami dice que no”. Violeta insiste, y luego llora. Su madre sospecha el motivo de la negación de Sofía y aprovecha para inculcar la lección.

— ¿Sabés por qué no quiere venir Sofía? Porque no le prestás los juguetes ni la dejás hacer lo que ella quiere. Con las amigas hay que compartir. No está bien actuar como vos actúas, Violeta. Es por eso que ella no quiere venir. ¿Entendés, mi amor?

No, Violeta no entendía. Violeta seguía insistiendo, porque en persistencia no le ganaba nadie. Insistió hasta el momento en que Sofía bajó del auto y corrió hacia los brazos de su propia madre.

—Violeta quería que Sofía viniera a casa.
—No, Sofía sabe que hoy no puede. Le dije que teníamos cita con el pediatra

La madre siente un sofocón de vergüenza, pero también de alivio. Su hija no era tan mala, después de todo.

A la semana, Violeta es invitada a casa de Catalina, otra compañerita. Al regresar, comenta vagamente que habían tenido una pelea. La madre de Violeta tiembla por dentro y sabe que, muy seguramente, su hija había sido culpable. Catalina era una santa. Violeta no. Y así se lo plantea a la madre de Catalina.

—Violeta se portó mal el otro día ¿no es cierto? Seguro que quiso mandar a Catalina. Seguro que te hizo frente.
—No, para nada. Simplemente se pelearon por un disfraz y se lo saqué; es natural a esta edad. Pero Violeta se portó super bien. Es muy buena tu hija, muy dulce, muy educada.
—Es que siempre le desconfío ¿sabés? Soy consciente de que mi hija es difícil y necesito mano dura para que no se descarrile. Tan distinta a mi hijo, con quien la relación es llevadera, liviana, fluida. Violeta es terrible.
—Es chiquita.
—Quizás, no se.

A los dos días, la nota de la escuela: Violeta no escucha las consignas y desafía a la maestra. Por favor, hablen con ella.

Ahí estaba. La confirmación de todo lo temido. Violeta nena problema, nena terrible, nena indomable. Violeta, la habitué del rincón, de la dirección y de la futura repetición de grado cuando vaya a la primaria, o de la absoluta segregación social cuando sea adulta. Violeta, irremediablemente Violeta. Ella la amaba tanto pero ¿qué sería de Violeta?

La madre lloró y se angustió. La madre habló con la maestra, la terapeuta educacional y sus propias amigas.

Pero ella lo sabía y, por eso, se sentía culpable. En lo más recóndito de su ser, sabía dónde estaba el error, pero no podía desterrarlo. Era más fuerte que ella.

—Portate bien, Violeta— le dijo con el dedo índice elevado y el más persuasivo tono aleccionador. —Catalina te invitó a su casa, pero vos tenés que ser buena con ella, ¿entendido? Luego te vengo a buscar. Portate bien ¿entendido, amor?

El dedo índice no bajaba; tampoco el temor de la madre.

La madre de Catalina, que atestiguaba el cuadro, tomó el dedo índice y la miró a los ojos.
— ¿Por que no bajás este dedito acusador? Tu hija es buena. Deja el dedito y confiá en ella. Tiene tres añitos. ¿No la ves?


Dejá el dedito y confiá en ella. Dejá el dedito y confía en ella. Tiene tres añitos. ¿No la ves?

Con lágrimas en los ojos, la madre de Violeta se sentó al volante y comenzó a andar. Las palabras retumbaban en sus oídos. ¿No la ves? Tiene tres añitos. Confía en ella. ¿No la ves?

No, no la veía. Sólo veía la sombra de su miedo. El monstruo que amenazaba con rechazarla, con abandonarla, con cuestionarla. Veía una relación destinada al fracaso, que desde hoy había que enderezar, aun con rigor, dedo alzado y penitencia. Una adolescente descarriada e insolente. Una adulta indiferente. Una enemiga.

¿Violeta, su enemiga?

Tiene tres añitos. ¿No la ves?

Las lágrimas se le instalaban en las pupilas y le desfiguraban la visión del camino. Pero le lavaban los ojos.

Sí, la veo. Ahí se asoma, entre las fauces del monstruo. Es pequeña. Es regordeta. Es risueña. Me observa todo el tiempo. Me imita todo el tiempo. Quiere aprender. Quiere jugar. Quiere que por fin juegue en su bando. Es apenas una niña.

¡Es mi hija!

Violeta la esperaba en la puerta de la casa de Catalina, con la mochila de Barney y el cuerpito cansado de tanto jugar. La madre la miró a los ojos. Eran brillantes, vivaces, rasgados como los suyos.

La sentó en el auto y la volvió a mirar. Era su hija. ¡Tanto la había esperado!

El corazón se le ablandaba al mirarla. Y tanto la miró aquellos días, que hasta los monstruos de su corazón se ablandaron y se desvanecieron sin más.

Y se ablandó Violeta, porque todo a su alrededor era blando y su mamá la amaba. Y se ablandó el hermano, porque nadie lo mordía ni le tiraba el pelo.

Y la maestra mandó nota de felicitación.


“Confiá en ella. Confiá en que, al amarla, el timón seguirá el rumbo de tu amor”.

7 comentarios:

MmdTh Alias Vane, Pao dijo...

supongo varias cosas, por un lado el tema domestico debe estar "domesticado"...
y por el otro lado, supongo que esa violeta desafiante que atemorizaba tanto a esa madre,termino desafiando al destino!
Brindo por eso! y avisa!!! suerte q estoy sola en la oficina, y nadie ve mis lagrimas frente a la pc!
besos mil!

Alicia R. dijo...

Es que las madres somos pura subjetividad. Una trata ¡Qué difícil es VER realmente a tu hijo sin las cargas que una le pone! Sin embargo, vale la pena intentarlo. El tiempo nos dirá si lo logramos.

Me encantó tu relato
Gracias

zombie dijo...

me encantó tu blog, ya lo leí entero, je...
y quedé en otra con el relato hiper-breve...

en fin... saludos! =)

Vico dijo...

Lau...genia de la palabra escrita...gran post.
Mueves mas que pisos y estanterias!
Que mas?
Segui escribiendo relatos cortos.
beccos desde el sereno...

Anónimo dijo...

Ahora que soy madre, desde hace unos cuantos años, sé que mis hijas dirán de mí algo semejante a lo que yo dije de la mía.
Sé que seré juzgada, sé que nunca pensarán que fui ecuánime y sé que es duro y hermoso ser madre.

Laura .... muy bien este blog

MARIA DEL NORTE dijo...

Es la primera vez, desde que leo blogs, que se me brota una lagrimita.
Es que una historia parecida, la veo reflejada en mi sobrinita mayor (tengo seis, 2 de 3; 3 de 2; y la mas pequeña cumple pronto 1 añito).-
Las amo con toda mi alma, y no puedeo dimensionar lo que se sentirá como madre.-
Palabras acertadas, directas al corazón, Laura.-
Un beso

Anónimo dijo...

Sabes que me gustó muchísimo tu relato. Mi nombre es Violeta. Soy madre y abuela de Violetas también.Sentí tus miedos descritos. Admirable composición, buena conclusión.Excelente. Lograste engancharme y sentir emociones al leer, mi impresión es que escribes lo que sientes. Muy buena.Felicitaciones.Que Dios te bendiga.