26.5.08

LA ÚLTIMA PIEZA



Su última noche de amor.
Ella lo ve como la primera, cuando él se le acercó en el club y le pidió una pieza de baile.
Ella miró a su madre, que cabeceaba en la silla, y le dijo que sí.
Sí porque le gustó, sí porque sus ojos eran celestes y buenos, sí porque era mayor que ella, fuerte, apuesto y lleno de hombría.
Sí, padre, le dijo al sacerdote.
Sí, le dijo a los contratiempos y los problemas familiares.
Sí a la mala salud de él, a su genio impredecible, a sus arranques y silencios.
Sí a sus pies calentitos noche a noche, a los viajes por el mundo, al velero compartido, a la casa de la playa, al golf, las fiestas, el mar, las deudas, la quiebra, los hijos, los nietos.
Sí al amor y la fidelidad que él le juraba.
Sí a las bodas de oro y a no ir a la peluquería por no dejarlo solo.
Sí a sus caricias, a su veneración, a la vejez que los sentaba frente al televisor porque él ya no podía ir al cine.
Sí a los dolores de espalda por ayudarlo a caminar.
Sí a todo lo que fuera estar con él.

Tampoco esta noche lo dejará solo, aunque no le den los huesos y todos se retiren a dormir.
Se instala a su lado y lo admira sin pausa.
Si pudiera, se acostaría con él.
Cuánto te ha amado, repite bajito, mientras acaricia su piel helada y le besa los labios que la funeraria ha sellado para siempre, por cuestión de dignidad.

(Que descanses, tío querido)

14.5.08

DE MERCADO

¿A quién se le ocurre venir al supermercado a las 7 de la tarde con una niñita de 5 años que está cansada y quiere llevarse todo lo que ve? Es un gentío y las filas, interminables.
Avancemos por aquí, vamos mi amor.
Tengo el carro repleto. Compré más de lo que pensaba. El queso crema corona el desorganizadísimo contenido de la compra, y amenaza con caerse en cualquier momento. ¿Será que algún día aprenderé a ordenar adecuadamente los productos: los más grandes y pesados abajo, los más pequeños arriba y entre los huecos?
Hija, ¿me traerías, por favor, otro carrito que éste está demasiado cargado y se nos va a caer todo?
Pobrecilla. La veo abrirse paso entre la gente, tomar un carro, empujarlo con toda su fuerza y en el camino llevarse por delante 20 estantes. Las ruedas están giradas hacia la derecha y el carro sólo avanza de costado. Imposible maniobrar.
No importa, mi amor. Te agradezco mucho. No necesitamos otro carro.
Mi carro también funciona mal porque tiene las ruedas torcidas. Todos son así. Según un alemán vendedor de ruedas para carros, que un día conocí en un avión, los supermercados argentinos compran rueditas de Taiwán para ahorrar dinero. ¡Y vaya que se nota!
Voy a ponerme en aquella fila, la que tiene Pago Fácil, porque quiero aprovechar para pagar la cuenta de teléfono.
A ver, mi amor, ayudá a mamita a llevar el carro, que rueda de costado, pero tené cuidado de no golpear ningún producto. Muy bien, eso es, empujá un poquito más. Otro poquito… No, hija, ya te dije que no voy a comprarte caramelos. No, y basta. No, tampoco el conejito de chocolate. No, no compro nada. Hija, no sueltes el carro que se va de costado… HIJAAAA!!!
El carro se engancha con un estante, que se sale de sitio y deja deslizar las cuarenta cajitas de pañuelitos Kleenex. Todas las filas me miran, qué horror.
Por suerte, los empleados son amorosos y me ayudan a recoger los pañuelitos y a seguir empujando el carro hacia la caja de Pago Fácil.
No y no, ya te he dicho que no vamos a comprar caramelos ni chocolates. ¡La próxima vez te dejo en casa! Coloquémonos aquí, detrás de estos muchachos tan amables.

Amables y muy bien parecidos, diría yo. Ejecutivos recién salidos de la oficina, pinta de yuppies, pelito un poco largo, corbata floja y obvios planes de pasar una noche de hombres solos. Jamón, quesito, papitas fritas, bastante alcohol y esa complicidad masculina que se transmite sin esfuerzo.
¿Qué te pasa, hija? ¿De repente te agarró la timidez? Vamos, respondele al muchacho. Quiere saber cómo te llamás.
Sí, es un nombre italiano. ¿Te gusta? ¡Gracias! Sí, los chicos son terribles. Piden todo.
Parece que tienen ganas de charlar. Me hablan de los caramelos, de los chocolates, del supermercado, de los ojos de mi hija, de los precios. Todo en plan de juerga y noche de hombres. Todo les parece divertido.
Yo les respondo cada vez más distendidamente porque, bueno, estos hombres no me dejan en paz. A pesar de todo, de mis pelos desarreglados, de mi hija caprichosa y del carrito que se desliza hacia el costado, se ve que no he perdido mis encantos. El más joven es el que más me habla. Tiene unos ojos muy bonitos, y el pelito largo no le queda mal. En un momento menciona a su hijito de 10 años. O sea que no es tan jovencito como yo pensaba. Al menos es padre. No puede tener veinte años, digo yo. ¿Será, entonces, que un tipo joven puede fijarse en mí? Pero qué digo, yo soy una mujer fiel. Ni deberían cruzárseme estos pensamientos. ¡Con lo mucho que quiero al santo de mi marido! ¡Yo, jamás! Aunque, en rigor de verdad, a quién no le encantaría la atención de un muchacho como éste. Te confirma que aún sos una mujer joven, deseable, de mercado...
¡Qué pena! Les ha tocado el turno de pagar. Me muero y recontra muero si este tipo me dice algo. Que no me pida el teléfono ni el mail ni el chat ni esas cosas, porque me incendio de vergüenza y no voy a saber manejarlo. Mucho menos frente a mi hija. Uff… qué aprieto. Mejor miro hacia otro lado y me hago la distraída.
Ya se van.
El mayor se da vuelta y me saluda.
—¡Adiós! ¡Que estés bien!
Para no ser menos, el joven también se da vuelta y me mira.
—¡Adiós, señora! ¡Cómprele un caramelito a la nena, no sea mala!

Definitivamente, soy una señora…¡DE MERCADO!

10.4.08

Abejas


— Ya sabes que la traducción no es algo redituable. Horas y horas, palabrita por palabrita; son las tres de la mañana y yo aquí, con los ojos cruzados frente a la pantalla para ganar miserias. Esto no es negocio… La idea sería conseguir más clientes en el exterior, a tarifas de primer mundo, y armar un plantel de traductores locales que trasnocharan por mí a tarifas de tercer mundo. ¡Ahí sí que haría una buena diferencia, sólo por pasar el documento de una mano a otra! Obviamente, yo siempre estaría dispuesta a responder preguntas y disipar dudas, pero mi función principal sería organizar, coordinar, dirigir y disfrutar de la vida. Ya bastante he pagado mi derecho de piso y me merezco un ascenso profesional. ¡Yo, empresaria! ¡Yo, directora! ¡Yo, abeja reina que administra y da vida al panal!
Es más, los traductores estarían tan agradecidos de recibir trabajo y buena paga, que me dedicarían sus días y sus noches pues, para aumentar las ventas, yo ofrecería al cliente disponibilidad total las 24 horas, incluso feriados, fines de semana y épocas de vacaciones.
Lo importante es saber organizar y coordinar las entregas. He ahí la clave: una buena gestión.
— ¿Y esto para qué? — me pregunta el otro lado de mi yo.
—¿Cómo para qué? Para ganar dinero, qué pregunta. ¿No te parece maravillosa la idea de generar mucho movimiento, mucho dinamismo, grandes volúmenes yendo y viniendo? Imaginate mi nombre y mi sello profesional multiplicados en infinitos documentos, hasta convertirme en una verdadera marca registrada. Un emporio. Una máquina de hacer dinero.
— Es interesante. Pero ¿qué harías con tus gustos, que son tan marcados y hasta obsesivos, diría yo?
—¿A qué gusto te refieres, mi queridísima otro yo?
— Pues a tu gusto por embadurnarte sin pereza en la pasta de los textos y pasarte horas y horas revolviendo, libando y suavizando, hasta lograr el punto y la consistencia que sólo vos crees reconocer.
—Ay, ¡qué poética que estás, mujer!
—No, no. No es poesía, sino realidad. ¿Acaso te olvidas del placer casi enfermizo que te provoca tocar las letras, hacer girar las hojas del diccionario, sopesar alternativas, borrar, probar, probar y borrar hasta dar con ese verbo justo que intuyen tus neuronas? A vos te gustan demasiado las palabras como para cambiarlas por dinero. Lo que otros encuentran tedioso y aburrido hasta las lágrimas, a vos te resulta un deleite. Cada palabra es un gozo, cada oración un desafío. Cada texto, un laberinto por desandar. Poco te importan las horas solitarias que te lleve hilar dos frases si con ello dejas satisfecha tu obcecación por el ritmo, la sintaxis y la perfecta puntuación.
—Quizás tengas razón, pero bien podría quedarme con un texto, el que más me guste, y dejar que otros se encarguen de los demás.
—¿Y cómo te asegurarías de que los trabajos esté bien hechos?
—Garantizar la calidad no es difícil, no. Basta con elaborar un glosario general que aúne criterios y terminología. También se podría redactar un documento guía con pautas técnicas y éticas para enseñar a hacer lo que yo hago. Con eso, el producto sería idéntico, o casi idéntico, al que yo generaría.
—¿Estás segura? ¿Resumirías 20 años de experiencia en un documento guía: la gran receta de tu miel?
—Bueno, en un primer momento, debería revisar todos los archivos, pero una vez que supiera quién es quién y cómo trabaja cada uno, y que ellos conocieran mis expectativas, la cosa marcharía sobre ruedas sin mi presencia. En una palabra: el traductor se quedaría con la trasnochada y un poco de dinero y yo, con mi tiempo libre y el gran margen entre lo que cobro y lo que pago.
— Bien. ¿Y qué harías con tu eterna manía de leer los documentos ocho veces antes de enviarlos, por temor a que el texto no fluya o tenga una coma de más?
—¿Qué intentas decirme?
—Pues que los grandes volúmenes sólo lograrían neurotizarte pues serías incapaz de revisarlo todo; te aterrorizaría la idea de poner tu nombre en algo que vos no has hecho.
Y como la modista que descose y vuelve a coser, terminarías reescribiendo todos y cada uno de los muchísimos textos que aceptaste para generar fortunas y tiempo libre.
—¿Entonces? ¿Qué sugieres?
—Sugiero que no te marees con las ideas modernas de las grandes corporaciones y la generación de capital. Sugiero que uses tu autoconocimiento para reconciliarte con lo que sos y lo que no sos. Sólo así podrás tomar decisiones acertadas, sin albergar expectativas estériles ni desperdiciar el talento que llevas impreso.
Hay personas para todo…Hay empresarios y hay artesanos.
Hay abejas reinas y hay abejas obreras.
Y aunque muchas veces te pese la rutina y, tantas otras, te duermas sobre las teclas, te aburras de los mismos temas y te amargues pensando que tu trasnochada va a terminar en el cajón de una oficina porque traducir un documento es un simple formulismo legal o una duplicación léxica innecesaria, nunca podrás negar que tu corazón está puesto en el artesanado de la palabra.
¡Chau abeja obrera!
—Chau, pero no te olvides de la coma antes de "abeja"...

30.3.08

¿Cómo te fue en el viaje? Contame, que muero por saber. Te iba a llamar ayer, pero ayer no tuve tiempo de nada. Mi jefe me pidió un informe, tuve almuerzo con las chicas de la oficina, después tintura y, después, venir a casa a dejar todo listo para hoy. Uniformes, notita para Rosa, -la empleada, que si no le digo qué hacer, no hace nada y se rasca todo el día-, la lista del supermercado, el dinero para el jardinero. Es que todo, absolutamente todo recae sobre mis espaldas, te juro. Una tiene que estirarse como chicle porque nadie hace nada. ¡Qué condena, che! Al final, ¿cuándo voy a relajarme yo? ¿Cuándo me tocará el turno a mí? Eso es lo que me pregunto todos los santos días: ¿cuándo YO? Trabajo como una burra en el estudio toda la semana, me deslomo en casa con la limpieza, las compras, los médicos, los regalitos para las fiestas de cumpleaños que tienen mis hijos. Qué se yo. No paro nunca. Nunca, nunca ¿entendés? ¡Chicho! ¡Basta, Chicho! Este perro me saca de quicio. Me ensucia el piso con todas las benditas piedras que trae de afuera. Mirá esto: las patitas del señor marcadas en el mármol. Pero basta che, que después la que lo limpia soy yo. Porque aquí, querida, nadie mueve un dedo. Te dicen que te van a ayudar pero, después, cuando las papas queman, la única que levanta la ropa del piso, pasa el trapo, lava los platos, ordena el living y recoge los regalitos del perro soy yo. Sí, YO, la idiota, solita con mi alma para todo. ¿La empleada, me decís? ¡Noooo! Esa sí que se la tiene fácil en la vida. Bueno, sí, me hace las camas, pasa la aspiradora, repasa un poco el baño, pero la casa, no hay nada que hacer, la casa es de una. Esa es la realidad. Una tiene que dividirse en mil pedazos. ¿Y cuándo descansa una? Nunca. ¡Jamás! Qué Elena esto, que Elena lo otro, que mamá haceme, comprame, arreglame, dame, poneme. No doy más, flaca. Y este piso, mirá, un horror. ¿Dónde dejé el trapo de piso? ¡Luis! ¿me traes el trapo de piso del fondo por favor?¡Luuuuuiiissssss!!!! ¿Dónde cuernos estará este hombre? Seguro que está echado mirando televisión. Cuando los necesitás, no aparece nadie. En cambio, cuando querés estar sola, te andan zumbando como moscas alrededor. ¡Qué condena!
Bueno, nada… Esperá que lavo estas tacitas, y ya me siento con vos a charlar un ratito, que hace tanto que no nos vemos. Contame del viaje de luna de miel. Divino, ¿no?

¿No te digo? ¡Esta mina es una roñosa! Mirá el color amarronado que tienen las tazas en el fondo. ¿Para qué le compraré los productos yo? Gasto fortunas para traerle el detergentito rosa que no le arruina las manos, el desinfectante verde que tiene más rico olor, la gamuza que no larga pelusa. No sé para qué, si la mina no sabe limpiar. Pero bueno, mejor que no me altere, que me sube la presión y me hace mal. Te cambio las tazas y listo. Contame, contame del viaje. ¿Adónde fueron? ¿A Córdoba? Qué belleza. ¿Y les gustó? Yo, la verdad, prefiero la playa porque es como que te relajás más. Lo que me revienta es la arena y cómo se te enmugran los chicos y te la pasás fregando. Pero aparte de eso, la playa es divina. Un verdadero descanso. Los chicos juegan y hacen la suya. ¿Y fueron en auto? Sí, a mí también me encanta el tren, porque es super seguro y podés dormir. La última vez que tomamos tren fue cuando viajamos a Salta, qué viaje tan lindo.... Si no fuera que me robaron la billetera y tuve que pasarme mil horas en una comisaría roñosa haciendo la denuncia. ¿Y a Eduardo le gustó Córdoba? Ah ¿ya conocía Cordoba? Yo te había entendido que era la primera vez que iba. Ah, claro, era la primera vez que iba en tren. Claro, claro.

A ver, dame la tacita que te la lavo antes que el fondo se tiña con el té.
Pero ¿cómo? ¿ya te vas? ¡Qué pena!
Bueno, al menos nos vimos un rato, mujer.
Me alegro de que les haya ido tan lindo en la luna de miel.
A ver cuándo nos juntamos a cenar.

5.3.08

Fugaz

Abro los ojos. Son las ocho y media, según mi reloj. Aprieto los párpados para volver a verte, pero ya no estás. Lo has hecho nuevamente, vaya empeño. Me encanta que me visites entre los vapores del reposo, con tu sonrisa de entonces y tu frescura intacta. Lástima que huyas con el despertador y se rompa el hechizo que me aprieta en tus brazos. ¡Cuánto te extraño!
Me consuelo sabiendo me habitas por dentro, en las miles de gotas de sangre que llevan tu sello y que, cuando menos lo espero, desfilan traviesas ante los ojos de mi ensueño.

26.2.08

Know-how


Nadie reparó en su entrada al vagón. Un niño más en el desfile de la indigencia y la mano tendida en pos de una moneda. Parte del paisaje urbano que se contempla dentro y fuera del tren.
No carecía de brazos, ni tenía cara de monstruo, y por eso, la resolución tácita y general sería dejarlo pasar invisible y en silencio, como a uno más.
Pero él no hizo silencio. Tampoco pidió nada.
Simplemente se puso a cantar con toda la fuerza que le permitió el vacío de su estómago.

Los caminos de la vida,
no son los que yo esperaba,
no son los que yo creía,
no son los que imaginaba

Los caminos de la vida,
son muy difíciles de andarlos,
difíciles de caminarlos,
y no encuentro la salida.

La la la la la (Vicentico)

Automáticamente se abrieron los bolsillos, las billeteras y los bolsos para acallar la estridencia del mensaje musicalizado, cuya efectividad superó con creces la atroz normalidad de la imagen.

Hoy en día, hasta el hambre necesita de buen marketing.

23.12.07


Se abre la puerta de la 4x4 y sale él de la canasta que le han puesto para que no llene de pelos el tapizado. Enorme el espacio que lo recibe, frescos los eucaliptos del aire, inalcanzable la línea del horizonte.
El perrito de ciudad, cemento, reja y bolsita fecal se envalentona al ver cómo su melena de crema enjuague aterroriza ágil a una docena y media de ovejas. Una de ellas se desmaya. Otras tiemblan contra la tranquera. El perrito se siente dueño de la inmensa libertad que lo rodea. Su ama se quita las gafas de sol y saluda complaciente a la peonada. Ella también es dueña.
Cuando los grillos anuncian la noche y salen los batracios, el perrito urbano hinca sus colmillos altaneros sobre un sapo que pasea tranquilo en la sombra. Es un sapo pequeño. Un sapo ignorante y campesino.
Disculpa, perrito, le dice el sapo, pero voy a tirarte el veneno con el que defiendo mi vida. En un par de minutos quedarás tumbado en el césped, espumosa tu boca, convulsionados tus músculos, enceguecidos tus ojos. Se te contraerá el estómago y vomitarás. Se te tensionará el diafragma y te ahogarás. Tu ama correrá desesperada y, frente a los hombros encogidos de peones y bichos nocturnos, te cargará en la 4x4 al grito de “amor mío, no te mueras, mamita está aquí, ya te lleva al doctor” rumbo a la casa del veterinario, al que suplicará posponer su asado de sábado por la noche para resucitarte. Vos seguirás gimiendo y convulsionando porque estás a punto de morir. Y porque aquí, perrito urbano, tenemos nuestras propias reglas, que todos conocemos y respetamos. Sabemos que con la yarará no se jode, que las tarántulas son letales y que las ovejas no están para ser desmayadas, aunque sea fácil asustarlas. Éste es un orden que desconoces: el orden rural. Un universo que tu sabiduría urbana ignora por completo. Vos sabrás protegerte contra los carteristas y usar las escaleras mecánicas sin que se te trabe la pata, pero hasta el más pequeño de nuestros seres logra atemorizarte y ponerte en peligro. ¿Has traído el repelente? Lo pregunto porque, cuando por fin resucites tras dos inyecciones de Decadrón y una larga noche de delirio, fiebre y llamadas angustiadas a tu veterinaria porteña a las 4 de la madrugada, saldrás nuevamente al mundo (si hubieras nacido en nuestro universo, hoy estarías tocando el arpa) y te picarán los mosquitos, los jejenes, las avispas, las abejas y todo aquel ser vivo que tenga hambre y habilidad suficiente para saciarlo. También nuestros perros se acercarán a tu alimento balanceado para intentar robarlo (deberías echarle llave si tanto te enfurece).
Así vivimos aquí, amigo. Sin protector solar ni respiradores artificiales. Vivimos y morimos por ley natural. Ya ves a Rosita, la lechona tan simpática que quisiste atacar al llegar. Se la comerán en Navidad y por eso la han puesto bien gordita. Tu dueña casi sucumbe de pena cuando se lo contaron. Qué crueles, acusó a los peones. Porque ella, como todos ustedes, citadinos, no quiere saber de la muerte. No la entienden como parte elemental de la vida. ¿Acaso no tapan los ojos de sus hijos cuando ven una paloma muerta, para evitarles el desagradable espectáculo? Luego comen el carré de cerdo con puré de manzana, pero ése es otro tema. La vida es mucho más simple de lo que ustedes la dibujan. Es cruel. Es injusta. Pero así la aceptamos aquí, sin rejas ni alarmas, con olor a bosta y con moscas en la tabla de amasar el pan.
Mi veneno fue un simple antídoto contra tu prepotencia de metrópoli. Me alegro de que hayas zafado de la muerte y de que, en este pueblo perdido en la más recóndita esencia de la vida, hoy tengamos conexión a Internet para que tu amita lo cuente humildemente a sus amigos junto al saludo de Navidad y Año Nuevo.

¡Felices Fiestas desde Corrientes, Argentina!

28.11.07

Lágrimas


No podías comprender el porqué de mis lágrimas cuando veías las fotos de tu nacimiento.
“Mamá, ¿es que no estabas contenta cuando yo nací?”, me preguntabas.
“Sí, hija. Pero a veces se llora de felicidad. Estás tan contenta, que se te salen las lágrimas de los ojos.”


Habían sido 10 días de separación. Vos aquí. Yo en otro continente.
Al regresar, te abracé sin pausa en la puerta del jardín de infantes y quedé atónita ante el susurro de tus palabras:
“Mamá, ahora se qué es llorar de contenta. Anoche, cuando pensaba que hoy venías, las lágrimas querían salírseme de los ojos”.


23.11.07

Incógnita


¿Cuándo se fue la niña y llegó la señora?
La perversión del tiempo es avanzar más rápido que lo que nuestro cerebro es capaz de procesar.

7.11.07

¡BIENVENIDOS!


Pase, señora, encantada.
Ella es libanesa, suegra de mi amiga mejicana. Recién llegada a los Estados Unidos para pasar las fiestas de fin de año junto a su hijo, Muhab. Dama de presencia algo imponente, gracias a varias decenas de kilitos de más.

Lajabá ja li já jija jabalá, me dice en un idioma que parece no tener otra letra más que la jota, la ele y la a con tilde agudo. JALALÁ
No habla palabra de inglés, menos de español, pero estamos muy contentos de que venga a nuestra casa a celebrar el fin de año. Es un honor tenerla. Y es un orgullo inconfesado aportar tanta internacionalidad a nuestra mesa, nuestros hijos y, por qué no, a nuestro perro Macchi, integrante dilecto de la familia, dulce fruto de la madre perra que me concedió el privilegio de hacerlo mi hijo canino, mi sol de pelusa, el ocupante de nuestro lecho conyugal hasta que vinieron los niños.

Nuestra familia está contenta y lo expresa prodigando besos y atenciones a la recién llegada. Macchi también. Él lo demuestra a su manera, claro está. Le lame los pies, le lame las piernas y se le instala fielmente junto a los talones bajo la mesa, seguramente esperando el bocado furtivo que casi siempre recibe de nuestros invitados.
Ja ajá bi ja la lá bi ja ji la lá, comenta la señora a su hijo, que por fuerza ha de oficiar de intérprete durante toda la velada.
—¿Qué es lo que ha dicho tu madre, Muhab?
—Nada, hablábamos del perrito, que se le está acercando.
—Es que Macchi es un cariñoso total. Le encanta la gente. Se cree que las visitas vienen a verlo a él. ¡Tan cómico este pichicho! Se llama Macchi por el macchiatto, café cortado en italiano. ¡Ja ja!

Entre risitas traviesas, hago una pausa para que Muhab cumpla con su labor de traducción.
Pero Muhab se mantiene callado, la dama continúa con el libi labijá en monólogo de fondo, y yo, perturbada ante la incomunicación, sigo contando que “Macchi siempre ha sido un perro bonachón, quizás porque fue nuestro primer hijo y recibió toda la atención. ¡Si por poco lo llevábamos en carrito de bebé cuando era cachorro! Macchi comparte con nosotros vacaciones, salidas, baños de piscina, y hasta la cama los domingos por la mañana. ¡Ni que hablar de su trato con los nenes! Es genial. Apenas escucha que se despiertan, corre a su cuarto y los llena de lengüetazos en la cara. Son como hermanitos. Tu hermano perro, les digo a los niños cuando les hablo de Macchi”.

Muhab se mantiene mudo. No traduce ni un punto ni una coma de mi tierno discurso.
La señora aumenta el volumen del jabi jabi y yo no soporto más la situación.
—¿Muhab, por qué no le traduces a tu madre lo que decimos?
—Porque en el mundo árabe los perros son poco menos que ratas. Si un musulmán toca la saliva de un perro, debe lavarse las manos siete veces.

¡Glup!

(¿Qué sensación producirá el beso de Año Nuevo de una peluda "hermana" rata malcriada con ajuar de bebé?)

24.10.07


Ella se fue de viaje de negocios.
Adiós, marido. Adiós, hijos.
El compañero de trabajo era tan joven, tan dulce, tan apto para el instinto maternal en otros planos. Un diamante sin pulir, ojos de zafiro, sonrisa de rubí. Las miradas encontradas se fueron al museo y cenaron entre las velas de una ciudad por descubrir. El mismo hotel los esperaba a la noche, en cuartos separados que ella se encargó de unir con sus pensamientos y la humedad de sus sueños. Desayunos compartidos, reuniones sonreídas, anécdotas cómplices, y la mirada de él incrustada en sus pupilas.

—¿Qué traes en las pupilas?— le preguntó el marido.
—Traigo varios días de trabajo en una ciudad lejana.
—¿Y qué más?
—Y nada más.

No me mientas. No te mientas, pensó él. Sé que traes más que eso. Tus ojos se han llenado de otro cuerpo que tus manos no supieron asir por temor a tu mente. Él te gusta. Yo lo sé. No es necesario que me cuentes nada.
Yo también he jugado estos juegos de seducción para sentirme vigente en la fiesta de la vida.
Juegos inocentes, transgresiones peligrosas. Deseos refrenados.
Hoy siento celos, muchos celos, y quisiera hostigarte y preguntarte por qué. ¿Por qué vos? ¿Por que a mí?
Pero nadie es dueño de nadie y la magia de las almas siamesas no parece real.
El verdadero cemento se mezcla día tras día.

Él la besó y ella se dejó invadir por el ávido polvillo de su cal.

18.10.07

SIEMPRE...

Cuando los acordes teclean en los puntos blandos del corazón y la música cala hondo, se me corta la respiración y regresa el deseo de acariciarte. De clavar los dedos en la magia de tu reino vaporoso. De fluir por tus llanuras blancas y teñirlas con mis tintas más profundas.

La mano que avanza sola bajo el dictamen del alma.
El alma que se derrite en sensaciones.
La pluma hecha teclas.
El papel hecho pantalla.
Te extraño…
No se vivir sin escribir.
Y siempre vuelves a mí.

Y siempre vuelvo a ti...

18.9.07

LA ECUACIÓN DE LOS LÍMITES

En general, es mejor:

un niñito disgustado y un padre complacido
(¡Basta de chocolate!)

Que:

un niñito complacido y un padre disgustado
(¿Otro chocolate más? Te va a doler la panza. ¡Nunca me haces caso!)






11.9.07

¿Qué es el arte? (apreciación netamente subjetiva)


Siempre digo que mi idea de buen arte se engloba en una maravillosa película brasileña que vi en 1998 y que aún me hace vibrar al recordarla: Estación Central, de Walter Salles.
El film narra la historia de un niño que, mientras busca a su padre, ve morir a su madre bajo las ruedas de un autobús y queda a merced de una desconocida que encarna las peores cualidades de la marginalidad de Río de Janeiro.
El film no retacea en la exhibición de miserias ni dolores. Refleja sin rodeos la hambruna interna y externa del ser humano - la soledad, el anonimato, la avaricia, la jungla urbana. Un abanico que asfixia por lo crudo y desespera por lo real.
Sin embargo, en medio de la dureza de ese desierto, el espectador ve germinar una semilla que transforma y da luz. Una semilla muy plausible, porque proviene del mismísimo rincón blando de la vida, que definitivamente existe.
El sol siempre está. Las tinieblas también.
La idea es saber mostrar los claroscuros, sin ahogar de pena ni recurrir a salidas facilistas.
Llevar al otro a un cuarto opaco y sombrío es muy sencillo.
Descubrirle las rendijas de luz, un verdadero desafío.

6.9.07

SUPRESIÓN

Ayer escribí un post muy triste, que decidí eliminar a las pocas horas por cuestiones de derecho.
No creo tener derecho a asaltar al lector con golpes bajos irredimibles.
Murió un niño que conocí bastante. Murió una vida de siete años. Un ángel que ayer yacía en el cajón mientras sus amiguitos (entre ellos mi hijo) jugaban contentos en la inocencia de su infancia.
El enfado y la congoja me llevaron al teclado, y del teclado al post que varios de ustedes llegaron a leer.
Les pido perdón.
No me considero artista, pero aspiro a entregar arte en lo que escribo. Y lo que yo entiendo por arte es la búsqueda de rosas, o siquiera raíces, en el desierto. Fácil resulta revolcar al lector en las dimensiones fangosas de la vida, que son enormes y demasiado obvias. Lo difícil es rescatarlo mostrándole otras facetas, y hacerlo con argumentos válidos e inteligentes.
¿Qué sentido tiene abofetear con verdades que todos conocemos, tememos y lloramos?
La muerte es parte de la vida y, como tal, siempre nos merodea. El instinto de supervivencia hace que la obviemos, la olvidemos o la creamos lejana. Pero tarde o temprano, a mayor o menor distancia, la muerte nos muestra su rostro de negros enigmas y nos sume en la vulnerabilidad más absoluta.
Ayer vi ese rostro y me sentí vulnerable... y no pude más que venir a gritarlo.
Perdón por el ruido...

4.9.07

Drogas en pantalla


Tu olfato reconocerá rápidamente los aromas grasi-dulces del lugar y te llevará de narices hacia tu propio balde de palomitas de maíz y tu vaso de Coca Cola. ¿Qué tamaño? Ése, claro. El más grande, el extra large, diez o quince veces la dimensión de tu estómago.
Un pasillo sin hora ni tiempo te depositará en la sala. Podrán ser las dos de la tarde, las diez de la noche o las ocho de la mañana. Cualquier momento es bueno para meterte en el túnel del simulacro.
La pantalla será gigante y envolvente a fin de ocupar todos tus espacios y atacarte desde los cuatro ángulos. Serás casi parte de la acción y te revolcarás mansamente entre sonidos estruendosos, colores brillantes y texturas casi palpables. El ritmo vertiginoso de las escenas tampoco te dejará espacio para recapitular. Una imagen se sucederá con otra hasta marearte de estímulos vaporosos e hipnotizarte las neuronas. Te enceguecerán los destellos del cohete, te aturdirán las sirenas de la noche y los titánicos dinosaurios fagocitarán la esencia de los diálogos.
No pienses en nada. No hay nada que pensar. Simplemente fija los ojos, abre los oídos y siente los tambores retumbar en tu corazón, tu sien y las yemas de tus dedos. Deja que el argumento se escurra trivial entre la inmensidad de la pantalla y la estridencia de los efectos especiales. No pienses. No busques razones. Deslúmbrate. Encandílate. Ensordécete. Llora. Asústate. Consume ruidos, colores de humo y azúcares de aire.
Y si al salir sientes una especie de vacío en el alma y la razón, compra otra entrada y otro balde de palomitas, y anestésialo nuevamente entre los masivos narcóticos de Hollywood.

30.8.07

Esos raros peinados nuevos


-Mírala poniéndose el rulerón y estirándose el pelo alrededor de la cabeza. ¿Para qué? Qué antigüedad. Aquí en la peluquería tienen maneras mucho más modernas y dinámicas de alisar el pelo.
-Es que ella se resiste a dejar la “toca”, su arma secreta de seducción, su embrujo garantizado de las miradas masculinas en sus años adolescentes.
- Pero ya hace cuarenta años de todo eso. Hoy tiene 56, y la toca no se usa
- Probablemente su corazón no lo ha registrado. A todos nos pasa lo mismo: nos quedamos tildados en el momento de la vida en que nos sentimos bellos, seductores, libres, maduros y dueños del universo. Y tendemos a repetir las rutinas exitosas de entonces, en un fútil intento de recrear lo perdido. Sólo así se explica el flequillo de tres pelos del casi calvo; las faldas demasiado cortas sobre unas piernas otrora codiciadas, pero hoy llenas de várices; el anticuado “claro de luna” (mechón blanco sobre la frente) de la tía de mi madre, que fue milonguera en sus mocedades; y hasta mi ridícula propuesta de solucionar los problemas de peinado con una practiquísima permanente al estilo Newton-Jones (qué demodé, señora!).

23.8.07

Cuando éramos felices


Desde la ventana de su despacho viejo y descolorido, Antonio se entretiene con la imagen de tres colegiales de pantalón gris y zapatos negros. Caminan y ríen. Patean piedras y corren carreras con la mochila en la espalda. Qué felices, piensa Antonio, la garganta atorada de nostalgia.
Él también pateaba piedras. Él también era un niño libre, alegre, colmado de la dicha que hoy añora. Era tan feliz como estos colegiales a los que les pesan las órdenes de sus padres, les aprietan los zapatos acordonados, los agobian las mochilas cargadas de libros, les duelen las rodillas peladas y la tarea escolar que deben hacer antes de bañarse, comer lo infantilmente incomible y acostarse temprano.

Porque, como bien dijo Oscar Levant, la felicidad no es algo que se vive, sino algo que se recuerda (Happiness isn't something you experience; it's something you remember).

9.8.07


¡Hola, querido! ¿Me extrañaste? Yo también.

Te pido que no me reproches nada, aunque estarías en todo tu derecho de reclamar atención, respuesta o, al menos, una miradita ocasional. Te he tenido abandonado, lo sé. Un avión me llevó hacia el norte del mundo, donde el sol y la despreocupación de pies descalzos me invitaron al olvido. Ya conoces mi naturaleza extremista y apasionada: las cosas se hacen con intensidad o no se hacen. E intensamente te dejé, porque cuidarte significa alimentarte con el alma y mi alma estaba entretenida en vacaciones. Ya se, ya se, este año he viajado demasiado para tu gusto sedentario. Y bueno, tuve suerte, se dio así y lo he disfrutado a pleno. Viajar es una bocanada de aire. Es respirar la vida de otros sitios e incorporarla a tu sangre. Es como una charla profunda, como un buen libro, como un dulce amor. Situaciones nuevas que se te cuelan por las venas y casi imperceptiblemente transforman tu yo en un yo agigantado.

¿Qué he leído, preguntas?
Pues he leído varias cosas: obras buenas y obras quizás no tan buenas, pero que encierran el inmenso valor de la expresión creativa disciplinada, algo que admiro sobremanera. Siempre hay algo que rescatar en lo que se lee, algo que “escuchar” entre líneas, algo que aprender. Leí, por ejemplo, la última novela de Vila-Matas, “El viaje vertical”, donde un protagonista septuagenario emprende, seguido por los ojos del lector, una travesía sin retorno hacia su nueva identidad. Un tema conocido, pero bastante original en su desarrollo y la interesante exposición del pensamiento catalán. Me gustó mucho y agradezco que me lo hayan regalado con tanto amor.

También leí “El perfume” de Patrick Suskind. ¿Te acordás que me lo recomendaste a raíz de los comentarios que dejaron los blogueros aquí en tu seno? Ciertamente no se equivocaron, porque el libro se me ha quedado eternamente pegado en las narinas. La magistral descripción de la historia desde lo olfativo te lleva a reparar en los olores del mundo (curiosamente, regresé con velitas aromatizadas, cremitas, desodorantes y cuanta tontera perfumada encontré) y a darte cuenta de que colocamos excesiva importancia en lo visual como vehículo de comprensión de la existencia. ¿Acaso nos gusta alguien simplemente por su aspecto? No. El olor es una presencia sutil que deja una huella importante, casi inexplicable. Quizás por eso la película del libro, que alquilé al finalizarlo, me pareció insuficiente. De por sí es difícil explicar en letras un aroma, ¡figúrate hacerlo en imágenes! Se necesita la forzosa introducción de un narrador omnisciente, recurso que no termina de gustarme en cinematografía.

Y hablando de cine, ¿has visto Ratatouille? No vas a negarme que es genial, por más que detestes las megaproducciones de hollywood y sus parientes cercanos. Contrario a lo que estamos acostumbrados - léase masivo ataque de los sentidos donde los efectos especiales constituyen la totalidad del contenido (tema para otro post), esta película es una ternura de mensajes en la que no falta ni sobra nada. ¡Me encantó! Y eso que las ratas me causan pavor... Al terminar la película, se me dió por bailar como las ratas en el pasillo del cine. Éramos los únicos, claro.

Ups, me suena el celular. Celular, rutina y obligaciones. El remolino de vida que tanto nos pesa y que, sin embargo, nos marca el rumbo. Muy a mi pesar, deberemos dejar aquí. ¡Tengo tantas cosas que contarte! Nada demasiado importante. Simplemente reflexiones que voy recolectando a medida que camino y respiro. Eso que hacemos juntos... Ya sabes.
Ya vuelvo, mi niño blog. No desaparezcas, que te necesito.

13.7.07

HACE DOS AÑOS


Hoy hace dos años que regresé a mi país, con marido, hijos, perro y gato argentino. Trece del siete del dos mil cinco.

Aún recuerdo el excitante sacudón del aterrizaje, mezcla de júbilo e inconfesado temor.
"Pero si yo soy argentina", protesté a mi marido cuando, con fines diplomáticos, mostró en la aduana mi pasaporte estadounidense, en vez del argentino. Le protesté, pero lo dejé hacer, porque era mejor mantener un pie en el otro lado.

Al salir del aeropuerto, estaban los míos, los de cada visita; los abrazos férreos e incondicionales de mi madre y mis amigos. Fue un saludo rápido, porque era miércoles y los miércoles se trabaja. Porque era miércoles y porque yo no tenía fecha de regreso ni apretadísimas agendas sociales. “Volvé a trabajar, dale, que esta noche hablamos.” Y hablaremos mañana y también el mes que viene y el que sigue también. Ya no hay prisa. Esta vez he venido para quedarme. He venido para estar entre ustedes todos los días. He venido para escuchar Radio Mitre a la mañana y saber del tráfico en la Avenida General Paz y la inminente ola de calor y la ministra que recibe coimas en el baño. He venido para cantar el feliz cumpleaños de cada uno de ustedes, sean en marzo, en julio o en diciembre. He venido a disfrutar las recetas de la abuela, y a ver a mis hijos aprender el himno nacional.

He venido para ser argentina sin serlo del todo y siéndolo mucho.
He venido a indignarme con la mediocridad, a asustarme con el futuro de esta tierra y a derretirme con un delicioso café de confidencias.
He venido a averiguar cuánto de verdad encerraban mis idealizaciones de tantos años en otras latitudes. He venido a sembrar un timbre amigo que sepa recibir a mis hijos con una amplia sonrisa, vivamos donde vivamos.

He venido y aquí estoy, todavía contenta, todavía asustada, todavía indignada.

Fueron dos años, y parecen días.
Cuando la fiesta es grata, siempre se nos hace corta.